#LecturaDV Dinero, balas y corrupción: la violenta historia del pistolero oculto tras el Caballo Suárez
El Caballo, deprimido, en el penal de Ezeiza, no puede siquiera hablar con quien mató a sangre fría durante años: Carlos 'El Indio' Castillo.
(Por Eduardo Anguita y Daniel Cecchini, extraído de Infobae)
En pocos días habrá elecciones en el Sindicato de Obreros Marítimos Unidos. Enrique Omar El Caballo Suárez estuvo 25 años al frente del gremio. Lo detuvieron por corrupto, pero detrás de los manejos turbios de dinero, ese hombre ancho, de un metro ochenta, esconde una historia criminal que, hasta ahora, permanece tan oculta como impune.
El Caballo fue menemista y kirchnerista con el mismo entusiasmo para que nadie se metiera en sus negocios ocultos. De muestra: el armario de su escritorio guardó, por décadas, un saco ensangrentado que El Caballo, arrogante, contaba que vestía el día en que lo acribilló un oponente que, a su vez, conoció la misma suerte con un final menos feliz.
El Caballo decía que estaba más allá de la vida y de la muerte. Ahora, deprimido, en el penal de Ezeiza, no puede siquiera hablar con quien mató a sangre fría durante años: Carlos El Indio Castillo, un hombre cetrino, de mirada desatenta y gatillo ligero, que guarda prisión en Marcos Paz y que ayudó al Caballo a ser un jerarca sindical temible.
Lo que sigue es una historia argentina, la de una estirpe de matones con poder. Una estirpe que no parece estar en vías de extinción.
Palabras de un gatillero
"Yo era un facho con vínculos con los sindicatos", dijo el tipo sin que se le moviera un músculo más que los necesarios para decir la frase. El tipo de hablar imperturbable es Carlos Ernesto Castillo, mucho más conocido como El Indio, y estuvo sentado desde hace meses en el banquillo de los acusados del Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata, donde se lo juzgó por siete secuestros y cuatro asesinatos cometidos cuando integraban los grupos de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), una organización parapolicial, continuadora de Tacuara, surgida de la ultraderecha peronista y que actuó entre 1974 y 1976. El miércoles pasado fue condenado a prisión perpetua por esos crímenes.
Es un juicio que se ha quedado corto de crímenes y de imputados. Porque los secuestros y asesinatos cometidos por la CNU durante ese período suman más de setenta y los integrantes de los grupos de tareas capitaneados por Castillo -una suerte de Triple A platense - superaban la veintena.
Durante más de tres meses de audiencias, los testigos han dejado claro el modus operandi de la banda: secuestraba a las víctimas de sus casas por la noche, previa liberación de la zona por la Policía Bonaerense, y las mataba en las afueras de la ciudad, acribillándolas con armas de todo calibre.
"Los fusilaban, pero les seguían tirando aún después de muertos, en el piso, cincuenta o sesenta balazos de armas cortas y largas, como si quisieran hundir los cuerpos en la tierra a los tiros. Después los dejaban tirados ahí, más que nada para crear pánico, para meter miedo. A algunos llegaron a volarlos con trotyl", relató a Infobae un policía que estuvo en no pocos escenarios de esos crímenes.
"Todo esto es una puesta en escena, armada por los tipos a los que nosotros perseguíamos", dijo Castillo en su alegato al tribunal.
A los 64 años conserva cierto aire marcial, tal vez resabio de los tiempos en que se identificaba con una credencial de teniente de un Ejército al que nunca perteneció formalmente. "Fue una guerra en la que tuve atentados, enfrentamientos callejeros, fui herido y los que vienen a llorar acá son los que dicen que estuvieron desparecidos, pero cobraron y andan por ahí", insistió, refiriéndose desde su lugar en el banquillo a querellas y testigos, frente a los jueces Pablo Vega, Alejandro Smoris y Germán Castelli.
Dijo también que ahora es un preso político, tan político como cuando lo metieron preso los militares durante la dictadura. Lo que no dijo -aunque haya quedado claro por varios testimonios escuchados durante el juicio - es que si los militares lo detuvieron no fue por sus acciones políticas sino por continuar, a pesar de que sus jefes le habían advertido que se dejara de joder, con sus actividades paralelas a las de la represión ilegal: robos de casas y autos a mano armada, saqueos en hoteles alojamiento y venganzas personales. "Castillo, haga desaparecer a ese Castillo, sino lo vamos a hacer desaparecer nosotros", fue la frase que usó el jefe del Área de Operaciones 113, con sede en el Regimiento 7 de Infantería de La Plata, el coronel Roque Carlos Presti. Pero el Indio no le hizo caso.
Fue entonces cuando dijo: "Yo era un facho con vínculos con los sindicatos". Y en eso no mintió: lo era cuando comandaba la CNU y recibía órdenes del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, el dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica Victorio Calabró, y lo fue después durante mucho tiempo cuando se transformó en el culata preferido del secretario general del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), Enrique Omar Suárez, conocido por amigos y enemigos como El Caballo, a quien ayudó a copar el gremio por la fuerza.
Una larga asociación
Las vidas del Indio Castillo y del Caballo Suárez se cruzaron en la segunda mitad de la década de los 80, cuando el pistolero de la CNU había recuperado la libertad y había ofrecido sus servicios, con armas y bagajes, al carapintada Aldo Rico, quien por ese entonces todavía no había creado su partido político, el Modin. Si se creen sus relatos habría llegado a ser "uno de los hombres de mayor confianza del Ñato", al punto que -asegura El Indio, aunque no puede demostrarlo- éste le habría encomendado, en 1993, recibir del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, cierto dinero con el que le habría pagado por los votos que necesitaba para conseguir una reforma de la Constitución bonaerense que habilitara su reelección.
A fines de los 80, El Caballo Suárez era chofer y culata del líder del SOMU, el radical Juan Arce, y ya acunaba sueños de poder. Correntino oriundo de Monte Caseros, empezó a trabajar en los barcos a los 22 años, pero no por mucho tiempo. En 1987 fue elegido delegado de la sección cubierta y desde entonces nunca volvió a navegar en otras aguas que no fueran las sindicales y, más tarde, las políticas. Para entonces ya se había acercado al movimiento carapintada y mostraba su admiración por Rico y el coronel Mohamed Alí Seineldín. Aseguran que en medio de tantas caras embetunadas conoció y estrechó vínculos con El Indio Castillo.
Sus compañeros de aquellos años lo recuerdan porque siempre iba al frente; pero también porque el que se le ponía adelante perdía. Si Castillo le debe su apodo a su salvajismo, Suárez se lo ganó llevándose por delante a los demás. "Le dicen Caballo porque primero atropella y después habla", tradujo un antiguo dirigente de la segunda línea del SOMU.
De atropellada llegó a la conducción del gremio en 1989, con un violento golpe palaciego. Para consumarlo contó con la imprescindible colaboración de Castillo y de otro parapolicial, Osvaldo Foresi (a) Paqui, hombre de Aníbal Gordon en la Triple A e integrante del staff del Centro Clandestino de Detención Automotores Orletti donde, entre otras cosas, participó del secuestro del senador uruguayo Zelmar Michelini.
El secretario Arce fue sacado del sindicato a punta de pistola por una patota liderada por El Caballo, El Indio y Paqui a los gritos de "El SOMU es de Rico y Seineldín" y "Con Rico no se juega". Así fue como el antiguo chofer y culata pudo sentarse en el sillón gremial de su jefe.
Ese fue el comienzo de una larga asociación entre Suárez y Castillo, que con el tiempo se alejarían de Rico pero no de los negocios a la sombra de la estructura sindical del SOMU.
El Caballo armaba los negocios y, si era necesario, El Indio allanaba con su estilo los obstáculos que se le interponían. El caso más resonante fue el intento de asesinato del intendente de Monte Caseros, Corrientes - la ciudad natal de Suárez - la madrugada del 13 de octubre de 1999.
Matar a un intendente
"Lo quieren matar", dijo la mujer, que dijo llamarse Verónica Sánchez, por teléfono. El médico Eduardo Galantini, intendente de Monte Caseros, no tuvo dudas de qué se trataba. Desde hacía meses mantenía una dura pelea legal - que en más de una ocasión había pasado a otros planos - con El Caballo Suárez por la compra que éste había hecho, a través de su cuñada, del edificio de un hospital frente al río y un terreno de seis hectáreas.
El intendente sospechaba que el objetivo de la compra era montar una base para el tráfico de drogas por la Triple Frontera. No era una simple suposición. En el marco de una pelea interna en el SOMU, otro patotero integrado al gremio, Alberto Rodríguez, conocido en su grupo de tareas de la dictadura como Capitán Colores, se había opuesto a la compra del terreno durante el último congreso del sindicato, denunciado que iba a ser utilizado para "negocios oscuros". Cosas de fachos.
Cuatro días después de su denuncia, Rodríguez fue asesinado de cinco tiros por la espalda en la localidad bonaerense de Florida, donde vivía. En su casa, la policía encontró trotyl, diez fusiles, entre ellos un AK-47, y cuatro ametralladoras. En el sindicato, cuando se hablaba en voz baja del asunto, tarde o temprano se lo nombraba a Castillo. Más cosas de fachos.
La voz femenina en el teléfono le dijo a Galantini que se bajaría a las 4 de la madrugada siguiente en un cruce de la Ruta 14, cerca de Tres Bocas, a 30 kilómetros de Monte Caseros. Que si Galantini la esperaba allí, le daría toda la información a cambio de una suma irrisoria de dinero.
El intendente le dijo que sí, casi con la certeza de que más que información le iban a dar otra cosa. Apenas colgó, llamó al comisario y le relató la conversación. "Es una cama", le dijo el policía y armaron un plan de acción: Galantini iría solo, pero seguido en otro auto por el comisario. En las inmediaciones se montaría un operativo con agentes de civil.
"Era una noche de tormenta. Cuando pasé por Tres Bocas vi que había una camioneta blanca estacionada al costado del camino, lo que era raro a las tres de la mañana. Cuando llegué al cruce y paré para esperar el ómnibus, la camioneta pasó por la ruta y al rato volvió. Entonces los policías la persiguieron y pudieron detenerla. Se bajó un tipo, que parecía que iba solo, pero cuando los policías se acercaban a él, otro tipo que no habían visto porque estaba tirado en el piso, se puso al volante, arrancó y se escapó, dejando a su compañero", le cuenta Galantini a Infobae 18 años después.
El detenido se llamaba Alberto Gelvez, llevaba una pistola 9 milímetros y quiso chapear con que era cabo de la Bonaerense, pero no le sirvió. Entonces, y sólo entonces, dijo que él era solamente un chofer, que no sabía nada de matar a nadie, que su acompañante en la Toyota blanca se llamaba Carlos Castillo y que al tipo le decían Indio. Así de simple, que la vida se parece pero no es como en las novelas de Chandler.
Caballo desbocado mata a Indio peón
El Indio empezó a pasarla mal desde entonces, mientras El Caballo seguía corriendo hacia su meta. Castillo terminó preso - aunque sólo por un rato - pocos meses después. La operación de prensa dice que lo agarraron cuando se quería escapar sin pagar la cuenta de un hotel en Entre Ríos, otra historia cuenta que lo quisieron sacar de circulación. Corría el principio del nuevo siglo y el gobierno de la Alianza necesitaba de esas cosas. Castillo fue preso, pero poco después ya estaba en la calle, hasta que fue detenido nuevamente en 2011 por los crímenes de la CNU.
Por entonces El Caballo arrasaba con todo y no sufría las consecuencias. Encontró la fórmula perfecta - la misma que aplicaría luego el Pata Medina en la UOCRA de La Plata - para mantenerse sin sobresaltos a la cabeza del sindicato: los únicos trabajadores que podían ser contratados para trabajar en los barcos eran los que mandaba el sindicato. Si no era así, se paraba todo, no había trabajo para nadie, ni para las empresas ni para los laburantes.
En ese camino, Suárez empezó a atender de los dos lados del mostrador. Manejó a los obreros marítimos y armó empresas que los empleaban. Ideó compañías navieras, consiguió contratos del Estado, precarizó trabajadores y le dio para adelante con el peso de su sindicato para jugar fuerte en el juego político posterior a 2003. Pero eso es otra historia que no tuvo, para él, un final feliz y que lo volvió a hermanar con su ladero, El Indio Castillo, detrás de las rejas.
Enrique Omar Suárez (a) El Caballo, transita hoy entre el penal de Ezeiza y los sanatorios que lo cobijan como preso enfermo, mientras Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, duerme en el penal de Marcos Paz entre audiencia y audiencia del juicio donde está acusado por crímenes del terrorismo de Estado previo al golpe de 1976.
Como están en penales diferentes, El Caballo y El Indio no pueden juntarse, ni siquiera un rato, para evocar viejas y sangrientas glorias.