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Lecciones del 9 de Julio

El Congreso de Tucumán proclamó la Independencia en 1816 en medio de condiciones adversas y con una visión de futuro que enunció anhelos hoy todavía incumplidos.

La decisión del Congreso de Tucumán del 9 de julio de 1816 no fue un acto sencillo sino heroico, un hito que tornó irreversible el camino iniciado el 25 de mayo de 1810. Los congresales debieron reunir todo su coraje y su espíritu patriótico para desafiar las condiciones adversas que parecían haberse aunado en ese momento para hacer más difícil el camino de libertad iniciado en el nuevo continente.

Las armas de la patria naciente habían sido derrotadas en el norte, mientras en el interior las fuerzas se polarizaban entre quienes seguían fieles a Buenos Aires y quienes se rebelaban contra el centralismo porteño, siguiendo al caudillo uruguayo José Gervasio de Artigas.

En lo externo, las cosas no eran mejores para la marcha del proceso independentista pues, pasada la ola que la Revolución Francesa había esparcido por toda Europa, se vivían tiempos de restauración de las monarquías y de amenazantes expediciones militares organizadas con el objetivo de recuperar las colonias perdidas.

Pero los congresales asumieron el desafío al impulso decidido de dos de nuestros más grandes próceres: José de San Martín y Manuel Belgrano . Aquél, instando al Congreso a que declarara la Independencia, como requisito ineludible para iniciar la campaña libertadora de Chile y Perú. Éste, proponiendo una fórmula de gobierno que no prosperó, pero que no era una ocurrencia del momento ni una anécdota menor.

La propuesta de una monarquía inca por parte de Belgrano resumía, por un lado, la necesidad de adecuarse a circunstancias que volvían a imponer esta forma de gobierno como la más aceptable. Por otro, implicaba reconocer las reivindicaciones de los pueblos originarios que, en la óptica de Belgrano, tenían tanto o más derecho que los criollos para gobernar estas tierras.

La Declaración de la Independencia, proclamada desde el interior del país, consolidó el proceso iniciado en 1810 en Buenos Aires. Teníamos un Himno, que anunciaba el surgimiento de "una nueva y gloriosa Nación". Teníamos una Bandera, con cuyos colores nos identificábamos. Había un sentimiento patrio, pero nos seguían gobernando en nombre y representación del rey de España. Hasta que en Tucumán se expresó el deseo de investirnos "del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII , sus sucesores y metrópoli".

El acta que firmaron los congresales estaba impregnada de un espíritu americanista, de patria grande.

Deberían pasar casi 40 años de desencuentros y luchas internas hasta que la Argentina se reconociera con los límites actuales bajo el amparo de una Constitución, la de 1853. Pero aquellos que desafiaron la adversidad en 1816 nos dejaron desde entonces, con extraordinaria visión, algunos sueños que todavía esperan verse convertidos en realidad.