Latinoamérica: el sueño de la Patria grande
Shila Vilker. Tal vez sea momento de volver a pensar que todas las voces, todas las manos y toda la sangre puede ser canción en el viento.
En 1969 los argentinos Armando Tejada Gómez y César Isella le pusieron letra y música a «Canción con todos», un clásico del cancionero popular argentino, popularizado en la voz de Mercedes Sosa. En América Latina esta canción suele considerarse un tema popular anónimo, o bien una suerte de himno oficial. En 2014 el entoncespresidente de Ecuador, Rafael Correa, propuso a «Canción con todos» como himno de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR).
La creación de la UNSASUR en 2008 fue una apuesta de los gobiernos más progresistas de América Latina. Se presentaba como un espacio de integración, donde los países latinoamericanos aspiraban a conformar una comunidad con identidad propia que superara las desigualdades sociales históricas y que fortaleciera la soberanía regional. Esto constituía una diferencia con todo lo existente hasta el momento. Los distintos acuerdos económicos, los organismos internacionales e, incluso, el MERCOSUR no habían podido constituir una identidad sudamericana. ¿El motivo? No se lo habían propuesto. Los objetivos comerciales siempre estuvieron por delante de los culturales.
Hasta ese momento la idea de América Latina como un colectivo social, y no solamente como un mercado común, no había logrado escapar de las teorías de integración regional. La declaración de la UNASUR era un paso importante para la búsqueda de identidad latinoamericana propia, ajena a las conceptualizaciones norteamericanas o europeas que abundaban –y siguen abudando- en papers académicos.
Con el correr de los años, los diferentes gobiernos de turno, las crisis económicas y las reconfiguraciones de las sociedades latinoamericanas pusieron a la UNASUR y su búsqueda de identidad común en un segundo plano. El MERCOSUR prevaleció como el organismo regional predilecto y esas aspiraciones perdieron frente a la zona de libre comercio.
La famosa idea de Patria Grande se disolvió durante los últimos años en Argentina, especialmente con los lineamientos de política externa del gobierno de Cambiemos. A nivel Latinoamericano, el cambio de signo de otros Gobiernos de la región estuvieron en sintonía con los tiempos políticos que se vivían en nuestro país.
Las amistades de Mauricio Macri con líderes políticos como Bolsonaro y Piñera y la salida de la UNASUR en el 2018 dieron cuenta del viraje en la política regional. La búsqueda de una identidad latinoamericana parecía una empresa demasiado “política” e ideológica para un gobierno que buscó correrse de ese plano. MERCORUR sí, UNASUR no. Esta idea, se configura a partir del clivaje interpretativo de la situación que se vive en Venezuela, con el rechazo al Gobierno de Nicolás Maduro como principal rasgo.
El derrotero venezolano de los últimos años dividió aguas en los países de la región. No solamente afectó las políticas exteriores, sino que se instaló en la agenda como si se tratara de un asunto propio. La creación del Grupo de Lima y el Grupo de Puebla responden a una necesidad regional de tomar posición al respecto. No resulta extraño que los principales presidentes y líderes de Latinoamérica se alinean de acuerdo a sus posturas sobre Venezuela.
Venezuela funciona como una grieta más en la sociedad. Lo vimos en los debates presidenciales de las últimas elecciones; la postura asumida por los candidatos ocupaba un lugar importante en sus discursos. También lo vemos en las calles: Venezuela y Maduro forman parte de la opinión pública argentina.
El único inconveniente es que América Latina comparte mucho más que mercado y geografía. Las noticias de las últimas semanas lo están dejando en claro. Los sucesos en Chile, Colombia y Bolivia son fotos que no pueden mirarse por separado. Las crisis políticas y sociales que se vienen acumulando cristalizan la desigualdad, la frágil democracia y el débil estado de los derechos humanos.
Resulta muy difícil pensar en los hechos como sucesos aislados. El Golpe de Estado boliviano, las movilizaciones populares colombianas y el estallido social chileno nos obligan a volver a unir los puntos para entender cuáles son los denominadores comunes de una región en llamas.
A fuerza de marchas, intervenciones militares, sangre y caos, América Latina vuelve a develarse como una región que comparte pasado y presente. Hoy nos encontramos hablando de algo que hace 10 años se había nombrado de manera formal: la identidad latinoamericana. Volver a pensar en los hilos que unen la región significa volver a pensar en tres factores que rigieron al subcontinente: la inequidad social, la tradición y cultura democrática y los recursos naturales.
Analizamos las intervenciones militares con un ojo puestos en los minerales y el petróleo por la historia política y económica del continente. Observamos las demandas populares chilenas como una crítica hacia el status quo porque estamos familiarizados con la estructura social de inequidad. Condenamos el golpe militar boliviano porque sabemos, por experiencia propia, de fuerzas militares rompiendo el estado democrático.
Hace unas semanas, Alberto Fernández manifestó intenciones de retomar la UNASUR. Difícilmente exista momento más propicio que este, tanto por urgencia social como por voluntad política. El Grupo de Puebla tiene entre sus adherentes a figuras como Evo Morales, Rafael Correa, Lula o Fernando Lugo. No es casual que estos ex mandatarios hayan integrado la UNASUR durante sus mandatos presidenciales.
Probablemente el Grupo de Puebla haya sido el puntapié inicial de un nuevo proceso de integración regional. Tal vez para dar respuestas a las urgentes crisis sociales y políticas, o tal vez para ir más allá y finalmente concebir a América Latina como más que una suma de países. La historia dirá si es un momento de inflexión para la región, aún cuando López Obrador haya declinado la invitación a liderar este espacio y haya preferido asilar a Evo por razones humanitarias y no políticas.
Lo que sí podemos decir hoy es que los ojos de la sociedad están puestos aquí. La opinión pública piensa en América Latina, califica, disiente y arma discurso alrededor. Incluso en EEUU, el presidente Trump recrudeció su postura de rechazo a Venezuela como una forma de conformar al electorado latino de La Florida que históricamente ha condenado los gobiernos de izquierdas.
En nuestro país, cuando preguntamos sobre la situación boliviana la mirada no es homogénea: las opiniones se dividen entre un tercio que considera que se trata de un Golpe de Estado, otro tercio que habla de una crisis institucional generada por Evo Morales, y voces minoritarias que entienden que es un “Golpe justificado por las irregularidades de Morales” o que se trata de “justificadas revueltas populares”. Que la mayoría de los encuestados tenga una posición sobre los fenómenos de la región muestra la importancia de estos sucesos.
Al preguntar sobre los efectos de la crisis boliviana y su impacto migratorio en nuestro país, más del 80 % cree que aumentará como consecuencia directa de . Lo mismo ocurre con el caso chileno, aunque el porcentaje de quienes creen que llegarán al país más chilenos baja a 60.
La sociedad entiende que los conflictos regionales son precisamente eso, regionales. Ninguna crisis política, económica ni social permanece en las fronteras de un país. Cualquier solución a la emergencia humanitaria que atraviesan los pueblos de América Latina deberá pensarse en conjunto.
Tal vez sea momento de volver a pensar que todas las voces, todas las manos y toda la sangre puede ser canción en el viento.
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