Las villas miseria, en crecimiento
El censo 2010 no sólo muestra el aumento de los asentamientos precarios, sino también el de la pobreza y la indigencia.
Los datos definitivos del censo 2010 (que abarcan el período 2001-2010) han permitido no sólo determinar que la población de la Argentina creció un 10,7 por ciento desde 2001, sino también aportar información mucho menos auspiciosa, como que la población en las villas porteñas creció más del 50 por ciento.
Es decir que ninguna de las medidas adoptadas desde 2001 -como el plan de urbanización de algunas de ellas, que llevó adelante el gobierno de la ciudad- ha servido para poner fin al avance de los asentamientos precarios, lo cual es un claro síntoma de que, a pesar de la declamada bonanza económica, la pobreza y la indigencia no se reducen, como ya lo vienen demostrando sucesivos estudios encarados por organizaciones privadas.
Actualmente viven en villas o asentamientos en la ciudad 163.587 personas (en 2001 vivían 53.000); la villa que más creció fue la de Rodrigo Bueno, de Costanera Sur, que quintuplicó su población, mientras que la más numerosa es la 21-24, de Barracas, con casi 30.000 ocupantes. Si se piensa que estos datos son los registrados en octubre de 2010, es probable que hayan sufrido incluso un ligero aumento, con todas las consecuencias ambientales, sanitarias y de infraestructura que se pueden extraer de este hecho. Por ejemplo, ayer, este diario informaba que en la villa 31, de Retiro, un relevamiento hecho por estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA reveló que el 92% de sus habitantes tuvo roedores en su casa.
Efectivamente, en contraste con el hecho de que casi una cuarta parte de 1.425.840 viviendas porteñas aparecen como deshabitadas (por distintas razones), la presencia en los barrios necesitados alcanza un grado tal de crecimiento poblacional que algunos especialistas hablan ya de una "conurbanización porteña", porque muchos de esos asentamientos son linderos con los partidos del Gran Buenos Aires.
También es preocupante, de acuerdo con estos datos, el hacinamiento en el que viven sus habitantes: en promedio, hay 4,1 personas por hogar, pero en algunos llega a 7,3 por vivienda. A ello hay que agregar, por supuesto, las dificultades para acceder al agua potable y a la red cloacal pública. Según el relevamiento de la Dirección General de Estadísticas y Censos (Dgeyc) porteña, las comunas 4 (Boca, Barracas, Parque Patricios y Nueva Pompeya) y 8 (Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo) son las que tienen los porcentajes más altos de hogares que no disponen de inodoros con descarga a la red cloacal pública.
Podríamos seguir mencionando datos, todos igualmente preocupantes con respecto a esta lacerante realidad que no deja de conmocionarnos. Porque no se trata sólo de anotar cifras, sino de entender que cada una de ellas implica la falta de calidad de vida de muchos ciudadanos argentinos -y también bastantes extranjeros- que merecen recibir otras oportunidades por la dedicación al trabajo, honradez y ganas de tener una vida diferente de la mayoría de ellos. Pero es cierto, también, que con esta realidad convive otra, la de las minorías delictivas, dedicadas sobre todo a lucrar con el narcotráfico y la explotación de los que consumen.
Como hemos insistido al comienzo, el crecimiento poblacional de las villas y asentamientos precarios es un síntoma agudo de pobreza e indigencia, cuyas raíces las autoridades nacionales, provinciales y municipales no han logrado erradicar, ni han enfrentado con soluciones realistas.
También, de la cada vez más pavorosa falta de vivienda y la carencia de programas estatales que incluyan las necesidades habitacionales de los que, por falta de trabajo en sus lugares de origen, no tienen más remedio que desarraigarse y buscar por sí mismos una salida para ellos y sus familias en la gran ciudad.
Esta realidad contrasta una vez más con las distorsionadas cifras que proporciona el Indec, y que han llevado a la Presidenta a anticiparse a anunciar, el miércoles pasado, que la pobreza ha bajado al 8,3 por ciento de la población en el primer semestre del año, y que la indigencia se ubicó en apenas el 2,4%. Una mentira, a todas luces.