Las "ratas" en el búnker
* Por Juan Goytisolo. Los episodios del culebrón sangriento sobre la apoteosis y caída de Gaddafi parecen no tener fin.
Los episodios del culebrón sangriento sobre la apoteosis y caída de Gaddafi parecen no tener fin. Tras las esperanzas suscitadas por la rápida conquista de Trípoli, después de cinco meses de estancamiento, el vértigo de la victoria y la frustración creada por el desvanecimiento del tirano han originado una espiral de violencia difícil de controlar. El asalto al búnker de Bab el Azizia, donde se le suponía atrincherado después del bombardeo aéreo por la OTAN de la puerta blindada que permitía acceder a él, el día a día y hora a hora de los informadores nos ha descubierto una serie de imágenes fantasmales y de horrores cuya existencia sospechábamos, pero el déspota cuyo ego es superior al planeta y lo rodea como el anillo de Saturno sigue agazapado en el laberinto de túneles que se ramifica a lo largo y a lo ancho de su vasto país.
Los capítulos del serial consagrado a su familia superan en suspense a los de cualquier canal televisivo de éxito. Se anuncia un día la huida, desmentida al punto, de su hija Aisha a Europa; otro, la captura de dos de sus vástagos, entre ellos el temible Saif el Islam (Espada del Islam), a quien los rebeldes llaman Saif el Sheitán (Espada de Satán), y éste reaparece al punto, iluminado por los focos de la televisión local, en medio de la tiniebla tripolitana para burlarse de la noticia y fanfarronear con los exquisitos modales de su educación británica. Ni las madrigueras del búnker de Bab el Azizia ni del barrio de Abú Salim dan con los protagonistas del filme que se podría titular "All in the Family": las cámaras de Al Jazeera descubren tan sólo el lujo extravagante de sus moradores y, como el reverso de la medalla, el garaje y las celdas donde fueron ejecutados sumariamente los opositores antes de la apresurada huida. Por fin, la agencia oficial argelina comunica que Sonia, la esposa; Aisha, la hija, y dos de los hijos varones, Aníbal y Mohamed, han cruzado la frontera por el paso de Ghat y se hallan a salvo de sus amados súbditos. El folletín continúa, no obstante, y el telespectador retiene el aliento al acecho del truculento o ignominioso final.
Por desgracia, los asesinatos con muestras de tortura y cadáveres calcinados de quienes Gaddafi llamaba "ratas" han sido seguidos de fusilamientos por parte de los rebeldes de reales o supuestos mercenarios a su sueldo, especialmente en los barrios considerados como bastiones del dictador. La suerte reservada a decenas de africanos –los despreciados hrratin de los beduinos– que habían ido a buscarse el pan en Eldorado petrolero libio y a quienes el tirano, a la desesperada, incitó a empuñar las armas, exige una intervención rápida del Consejo Nacional de Transición para poner coto a estos desmanes si quiere establecer las bases de un futuro Estado de derecho sobre las ruinas de la sociedad libia.
Las revelaciones del arquitecto holandés que, milagrosamente a salvo en su país (la lección de lo acaecido a quienes construyeron las pirámides de Egipto no cayó en saco roto), mantiene aún hoy el anonimato por miedo a los servicios secretos del dictador, agregan al folletín elementos de ciencia ficción: túneles y más túneles, residencias de lujo al abrigo de los bombardeos, estudios ultramodernos de televisión. Y conforme el curso de los acontecimientos se acelera las lenguas se desatan: los ingenieros alemanes que trabajaron en la faraónica empresa del Gran Río que debía abastecer a partir de los acuíferos de Hasuna a las ciudades costeras, hablan de centenares de kilómetros de canales y carreteras subterráneos aptos para encubrir la huida del líder y conducirlo a algunos de sus recintos palaciegos del inmenso territorio de Fezzán, que se extiende de Sabha a la frontera argelina. Aunque invisible en lo hondo de su laberinto, su voz no se apaga. Relevado a veces por alguno de sus hijos, alterna patéticas promesas de negociación para una transición democrática con las reiteradas exhortaciones a liquidar a "las ratas, cruzados e infieles" de acuerdo con el lema "Alá, Muammar, Libia y nada más".
Pero las cosas han cambiado desde hace medio año. Las "ratas" aprietan el cerco a su guarida con la esperanza de capturar vivo o muerto a aquel a quien aplican ya el mismo sustantivo insultante con el que los denigró a ellos.
(*) Escritor e intelectual español
JUAN GOYTISOLO (*)
El País Internacional