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Las lecturas del mensaje de las urnas

La Presidente cuenta con un amplio respaldo para su reelección, que no ignora las falencias y asignaturas pendientes.

Con las primarias abiertas, obligatorias y simultáneas realizadas este domingo la Argentina ha estrenado un nuevo sistema electoral, pensado originalmente para cumplir una función de naturaleza diferente a la que finalmente tuvo en este ocasión inaugural. Lo que debía haber sido un sistema para que los ciudadanos puedan elegir a los candidatos presidenciales de cada partido, terminó siendo una compulsa de intención de voto sobre candidatos y fuerzas políticas ya definidas de antemano. Esto no le quita legitimidad ni importancia a este inédito acto comicial, el que pudo realizarse con absoluta normalidad, salvo muy aislados inconvenientes, y una masiva concurrencia que rozó el 80% del padrón nacional.

Los resultados tienen, del mismo modo, particular importancia en tanto permiten fijar una fotografía, sin retoques, maquillajes o deformaciones, del estado de opinión con el que la sociedad encara las elecciones presidenciales de octubre. El kirchnerismo se confirma como partido gobernante a nivel nacional y la Presidenta encuentra despejado el camino hacia su reelección, acompañada de su actual ministro de Economía como vicepresidente. Lo hace exponiendo sus propios méritos, justificando déficit y desgastes y aprovechando la ausencia de una alternativa creíble, con una oposición que no logró mostrar hasta aquí suficiente capacidad para articular una oferta más atractiva y convincente.

Está claro que la presidenta Fernández de Kirchner concita un amplio respaldo, basado en distintos grados de conformidad con la marcha general del país. Hay un reconocimiento a distintos aspectos de su gestión que redundaron en una recuperación de la actividad económica, políticas de resarcimiento que atajaron y dieron respuestas a demandas sociales y permitieron mejorar los indicadores generales respecto de los niveles a que habían caído tras la crisis de una década atrás. Esto no significa que a la hora de hacer un balance, tal evaluación favorable olvide u omita las serias distorsiones, desatenciones y deudas que siguen lastimando nuestro tejido social y obstruyen las potencialidades del país. No debería interpretarse este respaldo a la continuidad de la actual Presidenta como un cheque en blanco extendido al Gobierno. Es posible interpretarlo de otro modo, como una evaluación racional de la realidad, una voluntad de no perder lo que se ha logrado y una aspiración mayoritaria a que sobre esa plataforma se puedan construir pilares más consistentes de autoestima individual y colectiva, previsibilidad, institucionalidad republicana y calidad democrática.

Para ello el país necesita también una oposición de alcance nacional con propuestas, liderazgos y estilos alternativos de gobierno. Los resultados logrados por el resto de candidatos presidenciales evidencian que no han estado hasta ahora a la altura de este desafío. No es antojadizo imaginar que una alta porción de los votos que cada uno ha conseguido debería haber conformado la base de propuestas electorales de más amplio alcance, y el electorado así lo ha percibido. De tal modo, cada uno ha mantenido un caudal de intención de voto que no sólo está muy por debajo del umbral que permitiera pensar en un eventual balotaje sino que ha descendido respecto del piso que algunos de ellos estimaban como base de apoyo. Estas tendencias encontrarán sus cauces según cómo interpreten los dirigentes del oficialismo y la oposición el mensaje de las urnas.

En su breve discurso del domingo por la noche, la Presidenta ha rescatado el valor de la prudencia y subrayó la necesidad de trabajar en conjunto para mejorar la calidad institucional. Si este mensaje es entendido cabalmente como voluntad de construir un futuro diferente, superador de obsesivas querellas y pretensiones autoritarias, acaso se haya dado un buen paso adelante, al que deberán seguir otros tantos, desde el oficialismo y desde la oposición, de aquí a octubre y más allá de octubre.