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Las lecciones que aún no hemos aprendido

Por Martín Redradro* Los argentinos tenemos una relación particular con el dólar. Éste aparece como un salvavidas en épocas de tensión. Por eso, la reacción de los mercados en estos días no debería tomar a nadie por sorpresa.

La avidez por la divisa, no hace más que reflejar un comportamiento que los argentinos han logrado desarrollar con enorme habilidad tras la práctica adquirida en repetidos episodios a lo largo de la historia económica de las últimas décadas. Este nuevo capítulo de una novela que lamentablemente no nos cansamos de releer una y otra vez, tiene algunos condimentos particulares y muchas semejanzas infantilmente conocidas.

Como un barco navegando hacia el iceberg, indiferente de todas las advertencias, la política económica fue acumulando distorsiones a partir de la inconsistencia entre la política fiscal, monetaria y de ingresos con un sesgo de expansión nominal en torno al 30-40% y una política cambiaria que habilitó deslizamientos a tasas de un dígito.

Lejos de sentir cualquier restricción, la utilización del BCRA como fuente de financiamiento principal del Tesoro a partir de 2010 pareció sumar beneficios económicos a los naturales réditos políticos de un gasto que podía crecer sin restricciones a partir de su monetización.
La autoridad monetaria fue así sobre-ofertando pesos en el mercado sin ninguna consonancia con la demanda. Con una expansión del circulante por encima del 35% y en un contexto de tasas reales negativas, el gobierno vio en un principio esos pesos volcados al consumo.

Por supuesto que para que este fogoneo del consumo no recalentara aún más los precios era necesario utilizar al tipo de cambio como un ancla nominal. Esto significó abandonar la estrategia de flotación administrada de la divisa para pasar a una política cambiaria de paridad mal administrada, donde a partir de 2010 se le quita el necesario rasgo de imprevisibilidad al tipo de cambio que pasa a registrar movimientos nominales leves y sólo con sentido al alza.

Este mecanismo es el que comienza a crujir a partir del segundo semestre con un proceso de dolarización que se eleva previo a las elecciones y perdura más allá de la aplastante victoria del oficialismo.

Con la maduración del proceso de compra de bienes durables y la percepción cada vez más palpable de la necesidad de una corrección cambiaria que equilibre las variables de la economía, los pesos inyectados forzadamente en el circuito doméstico dejan de ir al consumo y pasan a alimentar la salida de capitales.

Así, ha sido el propio esquema económico el que ha generado la dolarización. No haber aprendido las lecciones que nos ha dado tantas veces nuestra historia reciente no debería ser una excusa para buscar conspiraciones detrás de este proceso. Pero, a juzgar por algunas declaraciones, corremos el riesgo de que la mesa chica del gobierno lo esté comenzando a interpretar así.

Cuesta determinar entonces si el gobierno y la sociedad estarán cómodos para operar en este nuevo mercado de dólar dual donde la AFIP elige quién y hasta cuánto puede comprar dólares, mientras las compras del resto en el mercado formal están vedadas. Así como están las cosas, pareciera que el único sendero que se avizora hacia delante es el de más restricciones.
Lamentablemente, no hemos aprendido la lección respecto a la necesidad de los gobiernos de llevar adelante políticas anticíclicas, ahorrando en momentos de vacas gordas para poder afrontar con fortaleza las épocas de vacas flacas.

Por el contrario, cuando me tocó atravesar episodios de tensión cambiaria entre 2007 y 2009, pudimos actuar con firmeza porque habíamos podido construir colchones de liquidez que nos permitieron marcar fuertemente hacia dónde apuntaba la política monetaria. Esto no se hizo desde 2010 y por ende ahora es más difícil.

La experiencia demostró que la mejor forma para aportar certidumbre desde la autoridad monetaria involucra la posibilidad de contar con tres elementos: 1) la sobre-reacción de la política monetaria-cambiaria a los movimientos del mercado, 2) la simpleza en los instrumentos utilizados para que puedan ser fácilmente entendidos por la sociedad y 3) la capacidad de ejecución en forma rápida y efectiva.

Esta estrategia puesta en práctica en los peores días de octubre de 2008 nos llevó por ejemplo, a trabajar firmemente sobre la curva de futuros extendiéndola de 12 a 18 meses y a fijar la tasa implícita a 30 días en cero, incentivando operaciones a tasa en dólares de manera de generar oferta de divisas dónde no la había. En ese sentido, hoy podría ser una buena idea reactivar las líneas de swaps de monedas con los Bancos Centrales de Brasil y China, en línea con los acuerdos que gestionamos oportunamente para poder ampliar la oferta en momentos de escasez. Esto último podría generar una oferta potencial de 12.000 millones de dólares adicionales.

Pero la mirada del gobierno parece hoy perdida en otro lado. Mientras tanto, desaprovechamos la enorme oportunidad que nos ofrece el mundo con flujos de capitales que recorren los emergentes en busca de rendimientos por sobre las exiguas tasas que ofrecen las economías avanzadas.

Argentina debería mirar este tema con atención ya que la complementación de las divisas comerciales con dólares de inversión, podría rápidamente devolver el equilibrio a nuestro mercado de cambios. Pero para ello hay que desligar el piloto automático y empezar a tomar las decisiones que le devuelvan consistencia a la política económica.

La Presidenta debe generar un programa económico que integre a la Argentina a las corrientes de inversión internacional con acento en incentivos crediticios y fiscales a la expansión de la capacidad instalada y a la atracción de dólares genuinos.