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Las indicaciones de Francisco y Bachelet

El ocaso del kirchnerismo es un disparador de reflexiones, si la actitud es abierta y desprejuiciada. No se trata de un derrumbe.

Nota extraída de La Nación

Por Eduardo Fidanza

El ocaso del kirchnerismo es un disparador de reflexiones, si la actitud es abierta y desprejuiciada. No se trata de un derrumbe. Es, al contrario, un lento proceso de declinación que, seguramente, concluirá con la entrega normal del mando al próximo presidente. Para frustración de los opositores de mala fe, este declive tiene, sin embargo, destellos de lucidez y algunas afinidades que no pueden soslayarse. Tal vez no sean sólo ambivalencias crepusculares las que envuelven a Cristina, sino pistas a indagar, más allá de la chatura de nuestra actualidad. Acaso detrás de los claroscuros se encuentren claves para entender el futuro próximo.

Llamo destellos de lucidez a las medidas de política macroeconómica adoptadas por el Gobierno. Ellas permitieron, al menos y por ahora, frenar la pérdida de reservas, anclar el dólar y aquietar las expectativas inflacionarias. A esto hay que sumar el sinceramiento del Indec, los intentos de enmendar desprolijidades internacionales, y gestos de distensión hacia la oposición. Es difícil saber si estas actitudes responden a la madurez o a la necesidad desesperada de dólares, pero más allá de eso, le otorgan al país un mínimo de racionalidad que augura una transición más estable.

Dos viajes presidenciales ponen un marco a este presunto giro a la sensatez. Cristina, de paso a Francia, almorzará esta semana con el papa Francisco , quien, con actitud pastoral, pide que se la ayude. Antes estuvo en Chile confraternizando con Michelle Bachelet , la presidenta que habló, en su discurso inaugural, de la necesidad de mayor bienestar para "todas y todos". Tal vez, Francisco y Bachelet, ocasionales anfitriones de Cristina , ofrezcan indicios del porvenir. Ambos poseen con nuestra presidenta afinidades de orientación, y ambos comparten con ella, y con otros líderes contemporáneos, un rasgo sintomático: la apelación al pueblo y a la justicia distributiva como fuente última de legitimidad. Sin embargo, los diferencia una circunstancia: Francisco y Michelle están en el apogeo, Cristina se desbarranca.

Guardando las distancias, porque el Papa es un líder espiritual y Bachelet una política, se pueden encontrar en sus mensajes sugerentes indicaciones. En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, Francisco lanza, en línea con la doctrina social de la Iglesia pero con énfasis inédito, una lapidaria crítica al neoliberalismo. Afirma que la teoría del derrame es funesta y que la exclusión mata. Condena el consumismo y la indiferencia hacia los pobres. Y vincula el delito con la injusticia, en un párrafo inapelable y fatal, que debería recordarse cuando se sobreexige, con demagogia, al Código Penal: "Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia". El medio para alcanzarlo no es, sin embargo, el enfrentamiento, sino el acuerdo: "Hace falta postular un principio que es indispensable -dice el Papa- para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto".

El empeño de Bachelet tiene otra escala, aunque una inspiración similar. Se propone una nación con menos exclusión, un Chile "diferente y mucho más justo", un país que no sea "sólo un listado de indicadores o estadísticas, sino una mejor patria para vivir, una mejor sociedad para toda su gente". La educación y la salud pública, el equilibrio entre el capital y el trabajo, la tributación progresiva, la prevención del delito, los restos de autoritarismo, son sus preocupaciones. No desdeña la experiencia argentina, pero su fórmula se asienta en políticas de Estado y consenso: "Tenemos un proyecto de país que requiere de todas las miradas, sin excluir a nadie", proclama la presidenta de Chile.

Según como se mire, Francisco y Bachelet son populistas. Si por populismo se entiende la preocupación por alcanzar la justicia social con liderazgos fuertes y unidad. Y también, releyendo a Bobbio, puede considerárselos de izquierda. De acuerdo al italiano, la izquierda se diferencia de la derecha por su preocupación genuina por la desigualdad. Para la derecha -dice- ésta es un rasgo natural; para la izquierda, un defecto social subsanable. Quizás un populismo racional -no es un oxímoron- y una izquierda aggiornada marquen la tendencia, después de crisis profundas donde los Estados debieron salvar a las naciones del capital financiero y la desorganización social.

El desafío no es una mejor economía, sino una mejor sociedad. Es la hora de la inclusión. Esto es lo que evalúan los cenáculos informados del mundo. Si el crecimiento económico destruye los lazos sociales, se torna inviable. No es una cuestión de idealismo sino de supervivencia ante los nuevos flagelos mundiales. La diferencia entre una sociedad de ciudadanos o de pandillas es lo que está en juego. Y el Estado, antes que otros actores, es quien tiene los resortes para dirimirlo.

Esa es la discusión que viene, el dilema global. A Cristina no le alcanzó, la querella pudo más que la visión. Pero sus afinidades están ahí, disponibles. De las indicaciones de Francisco y Bachelet, que son amigos, hay que extraer las herramientas para un país mejor.