Las derrotas y el futuro de la Presidente
* Por Joaquín Morales Solá. La política toma a veces atajos extraños y lo que parece ahora termina no siendo luego. Mauricio Macri se impondrá el próximo domingo a Daniel Filmus por un amplio margen , según la última medición de Poliarquía.
Todos los candidatos presidenciales opositores podrán celebrar, pero ninguno podrá compartir esa probable victoria. Cristina Kirchner sufrirá la segunda derrota consecutiva en la Capital, sumado al eventual fracaso de hoy en Santa Fe , pero nadie puede predecir que todas esas desdichas electorales serán un pronóstico de su futuro personal.
Las semanas que preceden al 14 de agosto clave están signadas por esa contradicción: la afición antikirchnerista se regodea ante la perspectiva de un final de ciclo y las mediciones de opinión pública siguen desmintiendo esa euforia. Las mediciones no son infalibles (más bien son demasiado falibles) ni la sociedad es un bloque petrificado; cambia, al revés, con mucha frecuencia.
Sin embargo, la política puede ignorar muchas cosas, menos los únicos datos constatables que existen. Esos datos indican que la Presidenta ganaría la reelección en primera vuelta si las elecciones fueran en los próximos días. Hay diferencias en el porcentaje de votos, o en la distancia con el segundo, entre las distintas encuestadoras; la unanimidad de éstas, no obstante, coincide en aquel primer dato esencial sobre la reelección de Cristina Kirchner.
También es cierto que la política flotará en la incertidumbre hasta el segundo domingo de agosto. No hay encuesta, por más honesta y amplia que sea, que pueda superar a la opinión explícita de millones de argentinos que votarán obligatoriamente ese día. Nadie oirá a Macri, por ejemplo, inclinarse por un candidato presidencial hasta después de las elecciones de agosto. El líder capitalino aumentó 8 puntos su imagen positiva nacional desde que ganó la primera vuelta; ahora está rondando el 50 por ciento. Macri usará los 15 días que le quedan entre la segunda vuelta en la Capital y la elección primaria nacional para conversar con todos los candidatos presidenciales. Una manera elegante de mirar pasar el tiempo.
Los últimos días de campaña en la Capital podrían ser, sí, un presagio del futuro. El kirchnerismo hizo dos denuncias al macrismo. Una se refiere a una encuesta telefónica que habría indagado sobre la opinión de los porteños acerca de la incidencia de los escándalos de Schoklender y del Inadi en la imagen de Filmus. La otra habría contado una historia del padre del candidato kirchnerista, al que se vinculó con las obras de Hebe de Bonafini en su condición de arquitecto, que no es cierta. La primera es una averiguación del estado de la opinión pública habitual en cualquier partido en campaña electoral.
La segunda es más grave, porque contenía una información que es falsa sobre un familiar directo de Filmus. Ninguna constituye un delito penal; se trataría, en el segundo caso, de un delito electoral o de un problema ético. Es, en verdad, un problema ético, lo haya hecho quien lo haya hecho. Sin embargo, el kirchnerismo carece de autoridad moral para denunciar un conflicto ético de esa naturaleza.
Filmus nunca cayó personalmente en tales trampas electorales, pero su gobierno practica la difamación de los adversarios como una alegre rutina. Desde la inexistente cuenta en el exterior de Enrique Olivera hasta las falsas conexiones de Francisco de Narváez con un caso de tráfico de drogas, pasando por la reinvención calumniosa y constante de las historias de sus opositores o críticos, el kirchnerismo ha sido la franja política que más cultivó esa despreciable forma de construir poder.
Macri debería investigar él mismo quién hizo eso, si es que eso sucedió como lo cuenta el kirchnerismo. La oposición existe también para diferenciarse del Gobierno en los modos y en los métodos. Es cierto que el kirchnerismo ha hecho cosas mucho peores que darle un título universitario inexistente al padre de Filmus, pero también es cierto que el precedente no habilita a nadie para plagiar prácticas que deberían ser expulsadas de la política.
Tal vez, el futuro estará más cerca que octubre. No pocos funcionarios kirchneristas se preguntan ahora para qué les servirán las internas de agosto. Muchos no pueden contestarse por qué el Gobierno no habilitó ya alguna fórmula, siempre judicial, para anular esa convocatoria que se hizo en otro contexto y con otros protagonistas. El problema es que cada día que pasa se encoge aún más el margen político para hacerlo , se quejó uno de ellos.
Nunca pueden ser buenas para el Gobierno las cosas electorales que la oposición aplaude. La oposición aplaude las primarias obligatorias de agosto. El lunes 15 de agosto comenzará la construcción de otra oposición. Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Hermes Binner y hasta Alberto Rodríguez Saá se encontrarán ese día con la historia.
Entonces estarán despojados de vanidades y de paranoias, solos frente a las cifras que exhibirán las ganas y las desganas de la opinión pública. Todos ellos ya reflexionan, encerrados dentro de un secreto insuperable, sobre qué harán para enfrentar las presidenciales de octubre. A Duhalde fue al único que se le escapó el inconsciente en una conferencia pública: Todos deberán apoyar al que salga segundo , dijo, pero al día siguiente debió desdecirse a medias. No se va a una guerra anunciando una rendición. Ya no tendremos sólo un proyecto presidencial. Deberemos trabajar para la historia , dijo otro de ellos. No agregó nada más. No era necesario.
El día después estará también la opinión de un Macri abruptamente seguro sobre quién será el mejor. No hay que dar tantas vueltas: apoyará al que esté en mejores condiciones de batir a Cristina Kirchner. Cuatro años más compartiendo la administración con el kirchnerismo podrían significar para él, por la vía de la asfixia política y económica o de la persecución judicial, un riesgo demasiado grande para su carrera política. Eso es, al menos, lo que suele decir.
Los candidatos comienzan a endurecer su campaña. Duhalde y Carrió no tienen nada en común, salvo el desprecio mutuo, pero se parecieron en estos días: le pusieron color y calor a la campaña. Duhalde tiene su historia presidencial como pergamino, pero tiene, también, demasiados años en la primera línea de la política argentina como para no sufrir el necesario desgaste. Expresa, de algún modo, a una generación de políticos que los argentinos anhelan renovar. Bascula entre ambos extremos.
Carrió despertó durante ocho años a los argentinos dormidos. Les habló de la corrupción, del tráfico de drogas, de la injusta guerra con el campo, de la inhumana manipulación de los derechos humanos por parte del oficialismo. Algunos se lo agradecen; otros rechazan esos ruidos que rompen la placidez del sueño. Es el precio que deben pagar los que hacen las veces de acicates sociales.
Alfonsín está recibiendo críticas internas porque su campaña empalideció ante la irrupción de los expresivos Carrió y Duhalde. Alfonsín se mueve como si protagonizara una campaña sueca, con buenos modales y con palabras amables. Alfonsín hace política como es él; nunca actúa. Tiene, con todo, una ventaja: su padre muerto, Raúl Alfonsín, es aún hoy uno de los políticos más populares del país, según mediciones muy recientes.
El Gobierno flota con viento a favor y bajo un cielo despejado. Por ahora. Nadie sabe hasta cuándo. Los ministros no son ministros. El Gobierno es una ausencia cada vez más notable, pero eso importa poco. Importa la percepción social de que existe un gobierno. El kirchnerismo está seguro de que sólo necesita para ganar de esa vaga imagen instalada entre los argentinos ocupados en otros menesteres. Pero toda imagen necesita de un contenido para durar.