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La vuelta a los criticados 90

En el gobierno kirchnerista palpita parte de la misma estructura de poder que dominó, dos décadas atrás, al menemismo.

El intervencionismo estatista; la propensión al aislamiento internacional; la oratoria melancólica de las antiguas asambleas universitarias son tan frecuentes en estos días que, por momentos, consiguen ocultar un fenómeno ostensible: que en el corazón del peronismo kirchnerista palpita buena parte de la misma estructura de poder que dominó, hace dos décadas, el peronismo menemista. La criticada década de los 90, camuflada en la retórica del progresismo populista, está de vuelta.

La señal más indiscutible de esta continuidad es la adhesión de Carlos Menem al kirchnerismo. Lo que en las sesiones del Senado del último año eran meros indicios, en la campaña electoral se convirtió en un hecho. Menem dejó de ser un recurso auxiliar, que da o resta el quórum según las necesidades parlamentarias del oficialismo. Ahora es un integrante de sus listas, en asociación con su admirador de otrora, el gobernador riojano Luis Beder Herrera. En vano, viejos amigos del ex presidente aclaran que se trata sólo de un acuerdo provincial. El propio Menem los desmintió al decir que "la Presidenta es imbatible y la oposición debería organizarse".

La inclusión en la alianza gobernante del ex presidente que selló con su nombre los años 90 debería provocar el repudio de las denominadas organizaciones de defensa de los derechos humanos que acompañan al Gobierno. Después de todo, el nuevo aliado fue el responsable de los indultos a los militares condenados por cometer excesos en la represión de la guerrilla. Pero hasta ahora esos organismos, que incluyen a figuras tan intransigentes como Hebe de Bonafini, guardan un sorprendente silencio.

La incorporación de Menem a la generosidad kirchnerista completa la que se había iniciado con Ramón Saadi. El también comenzó prestando su voto en el Senado y terminó, en marzo pasado, anexándose al oficialismo en el gobierno de Catamarca.

Si se examina la plana oficialista que rodeó a Moyano en el palco instalado hace pocos días en la avenida 9 de Julio, parecería que el tiempo se hubiera detenido. A la derecha de Moyano -cuyos vínculos con el menemismo no fueron tan tirantes como él gusta de recordar ahora- estaba Daniel Scioli, quien ingresó a la política por invitación del riojano. Unos centímetros más allá, se hallaba Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, quien poco menos de veinte años atrás era, en el Congreso, el fervoroso miembro informante de las más veloces privatizaciones "neoliberales", entre ellas la de YPF.

En el otro flanco, se ubicaba el sindicalista José Luis Lingeri, quien desde la Superintendencia de Salud avanzó con la desregulación de las obras sociales. Lingeri tuvo como mano derecha, en la segunda mitad de los años 90, al médico Néstor Vázquez, quien durante el kirchnerismo fue el cerebro de Néstor Capaccioli, acusado por presuntas responsabilidades en la mafia de los medicamentos que denunció Graciela Ocaña.

A Julio De Vido, invitado principal de Moyano, es difícil encontrarle antecedentes en la escena menemista. Salvo que uno advierta su dependencia intelectual de Roberto Dromi, el superministro privatizador del hoy denostado "ajuste neoliberal", que incluyó, entre otras iniciativas, la privatización de Aerolíneas Argentinas, hoy gerenciada en nombre del Estado por jóvenes de La Cámpora.

Dromi ahora toma distancia de su propia obra y divulga por los medios su admiración por De Vido y su jefa, la Presidenta. Aunque las pulsiones de Dromi a favor de la empresa privada son difíciles de refrenar: no sólo asesoró a la ultraoficialista Electroingeniería; en una de sus últimas apologías del kirchnerismo recomendó "ayudar a Repsol", afectada por la crisis española, haciendo "que el Estado compre sus acciones en YPF".

La genealogía noventista del kirchnerismo no se agota en la supervivencia de liderazgos o negocios. El ingeniero electoral de Cristina Kirchner y antes de su esposo, Juan Carlos Mazzón, ejerció durante la era Menem esa misma condición, y un gran número de legisladores nacionales que hoy acompañan al kirchnerismo votaron en su momento leyes impulsadas por el gobierno menemista.

Sería un error limitar la herencia de los años 90 en la escena actual al personal político. Casi todos los empresarios y banqueros que componen el séquito del "modelo de matriz productiva diversificada e inclusión social" que tanto defiende la señora de Kirchner, formaron el de aquel otro "modelo" privatista y defensor de las relaciones carnales con los Estados Unidos que reivindicaba Carlos Menem. Los nombres son conocidos: van de Franco Macri y Jorge Brito a Eduardo Eurnekian y Enrique Eskenazi, pasando por Osvaldo Cornide, entre otros. La persistencia obliga a recordar la respuesta que le ofreció a Zulema Yoma un mozo de Olivos, cuando ella, siendo primera dama, quiso saber cuáles eran los empresarios que concurrían a la residencia en tiempos de Raúl Alfonsín. El empleado contestó, asombrado: "Señora, aquí los únicos que cambian son ustedes, los políticos. Los demás son siempre los mismos".

La reproducción de una década en otra es más que una curiosidad conservadora. Si esa perduración es posible es porque los partidos políticos son capaces de cambiar de piel, es decir, de esloganes, símbolos, retóricas, según la época, sin que eso signifique el resultado de una autocrítica, de un debate o de un balance. Esos ejercicios, imprescindibles para rescatar lo positivo de un período histórico, pero también para convertir un fracaso en experiencia, están ausentes de nuestra cultura política. Esta es la razón por la cual las repeticiones y los reciclajes de personas y de prácticas terminan por asemejarse a un fraude.