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La violencia de los jóvenes reclama respuestas de la familia y de las escuelas

Una vez más dos numerosos grupos juveniles, uno de ellos conformado por skaters y el otro por quienes ya habían provocado incidentes en los últimos meses en la calle 8, protagonizaron situaciones de violencia, atacándose con piedras y palos en las explanadas del Teatro Argentino y en calles de las inmediaciones.

Algo similar había ocurrido hace un mes, reiterándose también lo acontecido en el Día del Amigo el año pasado, utilizándose siempre como escenario las afueras del Teatro Argentino, cuyo edificio ahora resultó dañado por piedrazos que causaron la rotura de vidrios de las barandas, al tiempo que algunos autos estacionados en esa zona también sufrieron diversos daños.

Como se sabe, en este lugar se reúnen muchos jóvenes que practican skate y, según se detalló, habrían sido increpados por adolescentes habitués del microcentro platense. La policía -que actuó con varios móviles y efectivos en busca de retomar la tranquilidad en la zona- no había podido establecer si los graves disturbios se originaron espontáneamente o si los protagonistas se habían convocado a través de las redes sociales. El saldo de esa reyerta fue de seis de esos manifestantes demorados, tres de ellos mayores y tres menores de edad.

Sin perjuicio de las investigaciones que puedan realizarse, corresponde reconocer que se está, por cierto, a través de estos episodios, ante una realidad sumamente compleja. Y que no son únicamente la policía y la justicia las que pueden resolver, ellas solas, estos fenómenos.

Bien se conoce que muchas veces los boliches, los recitales y también, en oportunidades, las mismas escuelas, suelen ser los escenarios centrales en los que se desatan con dolorosa frecuencia episodios violentos que tienen a los adolescentes como víctimas y victimarios. Y en ese marco, seguramente, un principio para comenzar a encontrar soluciones a esta problemática, signada por las agresiones de los jóvenes entre sí, y colateralmente hacia los demás, sería advertir que estamos ante una generación que crece y se desarrolla en lo que podría calificarse como una verdadera cultura de la violencia.

Mientras tanto, sin ninguna duda, padres y educadores deben tomar debida nota de las crecientes expresiones violentas que signan en este tiempo las relaciones entre los jóvenes, para encontrar el modo de que esa tendencia comience ya a ser revertida.

Desde ya, el Estado debe aportar herramientas para la solución de esta problemática, desde estudios serios sobre las razones de esta violencia, que permita trabajar sobre diagnósticos certeros, hasta la instrumentación de políticas y acciones que puedan ayudar a encauzar a los adolescentes hacia actitudes constructivas y pacíficas. Pero no caben dudas de que también son la familia y la escuela quienes tienen la responsabilidad de una tarea esencial -e irreemplazable- ante esta problemática, en tanto que los organismos públicos afines deben aportar a padres y docentes las herramientas necesarias para que estos puedan desarrollar la misión con los conocimientos y medios necesarios. Todos los actores, sin embargo, parecen mirar hasta ahora para otro lado, como si el problema fuera de otros, mientras en el centro de la Ciudad se reiteran episodios que en cualquier momento terminan en tragedia.