La violación de Miramar y el efecto Lucifer
El polo negativo incluye situaciones en las que si un grupo de pertenencia en un momento determinado considera válidos actos antisociales, personas comunes y corrientes acceden a cometerlos.
Por Laura Quiñones Urquiza para el La Nación
Los factores situacionaless son circunstancias que llevan a las personas a cometer actos antisociales o heróicos que jamás hubiesen imaginado. El polo negativo incluye situaciones en las que si un grupo de pertenencia en un momento determinado considera válidos actos antisociales, personas comunes y corrientes acceden a cometerlos.
Lo interesante es que esta violencia no la desplegarían en solitario en otro contexto y tampoco si alguien los conoce; hay dinámicas grupales que pueden inducir a que una persona se someta a las reglas que el resto considera correctas y necesarias en ese momento.
La realidad no se encuentra distorsionada, es más bien la adaptación de un sujeto y otro en un grupo poco estructurado que se congrega lo que puede propiciar un contagio por identificación y que conduce a una pequeña masa al "Efecto Lucifer", acuñado por el Dr. Philip Zimbardo luego de concluir con su experimento en la cárcel de Stanford sobre la vida en prisión a principios de los 70. En grupos de más de tres personas se observó que los escrúpulos morales individuales se encontraban suspendidos dando paso a un proceso de desindividuación por sumisión e incluso presión a las reglas repentinas y violentas del grupo, llevándolos a cometer acciones sin remordimiento y de extrema violencia con personas que no conocían previamente. Luego, el anonimato y la sensación de ausencia de responsabilidad hicieron el resto.
Algo parecido sucede con la dinámica de las violaciones grupales, donde la sumisión física de las víctimas brinda a cada individuo una sensación de poder distinta en la que se erotizan el poder y la humillación pública de la víctima. En ciertas violaciones grupales no existe una estructura organizativa formal pero aparece un líder espontáneo que fomenta la violación, incluso sin el uso de desinhibidores, porque existiría una predisposición a la violencia e insensibilidad, además de una gran capacidad de manipular a otros.
En estos casos, un miembro suele dudar y equilibrar la situación pudiendo elegir adherirse al frenesí del resto o no. Esto depende de la aprobación o represalias posteriores por parte del grupo o enfrentándose con las normas sociales; es una evaluación de costo beneficio desde el punto de vista criminal.
En estos hechos el más sádico es el último en violar a la víctima, porque para poder conseguir una excitación sexual, observó el dolor físico y emocional, la indefensión y la coacción del grupo hacia el más débil. Las violaciones grupales están motivadas por estímulos sexuales desviados y de aumento de autoestima a través del miedo que se ejerce. La hostilidad física y verbal utilizada por cada uno de los miembros no está relacionada a la excitación o gratificación sexual, sino que es manipular a los reacios de violar a una mujer lo que al líder lo excita y gratifica, y al resto, la aprobación de sus pares.
Estas víctimas por lo general suelen ser preseleccionadas por un conocimiento previo de corta data o elegidas al azar como pareciera ser este caso, donde el ataque se da en un lugar semipúblico, donde hay otros grupos celebrando y ruidos que podrían hacer pasar desapercibidos los pedidos de auxilio de la víctima. Es el contexto que en la mente de los agresores se convierte en propicio y preferencial, evaluando que reduciría el riesgo a ser interrumpidos en pleno acto para luego probablemente huir, sin considerar que la menor estaba siendo buscada por sus familiares.