La villa 31, metáfora del país
Por Alvaro Abos* Cada día que pasa, la villa 31 es más importante. Considerada durante mucho tiempo una pesadilla urbana, hoy es atracción turística, el arte la visita y suele ser el centro de la actualidad periodística más rabiosa. Tiene barrios interiores, y si bien el censo indica que la habitan 26.000 personas, sabemos que son más.
Se cree habitualmente que las primeras villas miseria nacieron durante la década del 30, pero una rica exposición de fotografías que puede verse en estos días en el Pabellón de las Artes de la UCA, curada por Cecilia Cavanagh y Abel Alexander, con el título "La villa. Dignidad y miseria", documenta que en 1908 ya existían en la ciudad lo que el lenguaje burocrático nombra "asentamientos precarios". Es que entre 1880 y 1910 llegaron a esta ciudad cuatro millones de europeos, de los cuales el 60% se radicó en Buenos aires. Lo mismo hizo, entre 1936 y 1947, un millón de argentinos del interior.
La villa 31 se formó con migrantes y trabajadores golondrina de Puerto Nuevo y del ferrocarril, que levantaban casillas para pernoctar. Villa Esperanza fue su primer nombre.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay una veintena de otras villas miseria, que albergan a un cuarto de millón de personas. A partir de estudios como el de la Universidad Nacional de General Sarmiento puede estimarse que en la provincia de Buenos Aires esa cifra alcanza a dos millones de personas. Las villas han creado su propio género musical, la cumbia villera, y numerosas representaciones literarias y artísticas. El nombre con el cual se conoce a estos asentamientos en la Argentina se adjudica a la novela de Bernardo Verbitsky Villa Miseria también es América (1957). Uno de los más grandes pintores argentinos del siglo XX, Antonio Berni, incorporaba a sus cuadros detritus que encontraba en los basurales y durante esas giras conoció bien las villas, tanto que dedicó una maravillosa serie de obras a un niño villero, Juanito Laguna, a quien Berni dijo haber conocido en villas de Flores Sur. La villa 31 tiene su protomártir, el cura Carlos Mujica, que dejó su cómoda casa burguesa, en Barrio Norte, para vivir y trabajar en la villa. Fue asesinado en 1974 por la Triple A, aunque algunos dicen que lo mataron los guerrilleros. La Capilla del Cristo Obrero, en el corazón de la 31, lo recuerda.
Las grandes urbes producen estos fenómenos: se calcula que son 1500 millones de personas quienes duermen bajo techos precarios en el mundo. Cada país le ha dado su personal denominación: chabolas (España), callampas (Chile), favelas (Brasil); algunas de esas denominaciones tienen sentido irónico: Cantegriles (Uruguay) o Pueblos Jóvenes (Perú).
La villa 31 de Retiro se distingue por un hecho poco usual: 30.000 personas ocupan uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, en el cual cada metro cuadrado puede valer hasta 6000 dólares. Cualquier proyecto urbanizador de esta villa despierta sospechas. Es que esos terrenos, debido a la valorización constante del espacio urbano, podrían originar un fabuloso negocio. A su valor inmobiliario, la villa 31 suma una situación estratégica: es el centro neurálgico de la circulación ciudadana, a tal punto que cuando sus moradores invaden las autopistas que la rodean, se paraliza el tránsito de toda la ciudad y sus alrededores.
A pocos metros de la villa 31, se alzan algunas de las joyas arquitectónicas y turísticas porteñas: rascacielos, hoteles de cinco estrellas, sedes del arte y la cultura como el edificio Kavanagh (1936), símbolo de la modernidad, o la casa en la que vivió cuarenta años el mayor escritor argentino, Jorge Luis Borges. Desde la villa 31 se aprecia la mejor vista del perfil norte de Buenos Aires, constelado de rascacielos. Es que, siendo Buenos Aires una ciudad sin alturas, la única manera de apreciar ese frente es desde el río. O desde la villa 31.
La villa 31 inquietó a muchos gobiernos, que intentaron por todos los medios eliminarla. En 1978, con la excusa de que causaría mala impresión a los visitantes que venían a ver el Mundial de fútbol, la dictadura mandó topadoras para borrarla del mapa. En poco tiempo, los expulsados volvieron.
Clorindo Testa y otros grandes arquitectos y urbanistas argentinos, preguntados por el mejor destino para la villa 31, sostenían que, tras compensar y entregar viviendas dignas a los actuales moradores, esos terrenos fiscales deberían parquizarse, tomando en cuenta que la ciudad de Buenos Aires tiene un gran déficit de espacios verdes. La OMS considera que el espacio ideal de zonas verdes en una ciudad es de 15 metros cuadrados por habitante, aunque el mínimo es de 10 metros cuadrados por habitante. Buenos Aires tiene? 6,1 metros cuadrados verdes por habitante.
Parquizar la villa 31 fue la propuesta que Mauricio Macri sostenía hasta que el último día de 2009 sus legisladores votaron por la urbanización, en una sesión maratónica en la que el plan maestro, elaborado por la Facultad de Arquitectura, se aprobó sin el debate que la ciudad se merecía, a la madrugada, entre la votación de un subsidio a un club de Villa Urquiza y la declaración de ciudadano ilustre para Gerardo Sofovich.
¿Por qué los vecinos de la 31, en su mayoría, no aceptan contraprestaciones que les permitirían acceder a viviendas mejores en otras zonas? ¿Por qué prefieren permanecer sin instalaciones de agua, luz, gas y cloacas, o con esos servicios provenientes de conexiones elementales, en general autoinstaladas? ¿Por qué pintan y revocan cada día sus casas, en un esfuerzo titánico por mejorarlas?
Saben que, como dice el refrán, el que resiste gana.
El sueño del villero es vertical, su utopía es el título de propiedad. Sueñan con que, algún día, urbanizada la villa, y aunque más no fuera por el mero ejercicio de la ocupación del suelo, ellos o sus descendientes tendrán ese título. Se organizan -lo vienen haciendo hace muchas décadas- y transforman la villa en comunidad cerrada, manejada por organizaciones internas.
¿Son auténticas y democráticas esas células sociales? O, como otros sospechan, ¿son manipuladas por quienes lucran con el ingreso de nuevos "inquilinos"? Hay una leyenda buena: los habitantes de la villa 31 son trabajadores honestos: todos los conocemos. Pero, en la paranoia argentina, en la que la desconfianza en el otro es la única ley respetada unánimemente, esa leyenda convive con su contraria, la leyenda negra: la villa 31, además de un foco de criminalidad, es territorio de la mafia. ¿Dónde está la verdad?
La villa 31 es, a su manera, un muestrario de la encrucijada argentina: ¿qué país queremos? ¿Qué intereses han de predominar? ¿Por qué el Estado va a la rastra de los acontecimientos y no usa sus poderes para encabezar una marcha hacia el futuro? La villa 31 es un muestrario de la incapacidad argentina para construir un futuro colectivo: la ciudad, como el país todo, es rica, pero incapaz de superar sus taras; por ejemplo, la pobreza.
Como atraídos por una quimera, cada día migrantes nacionales o extranjeros desafían la autoridad, vulneran los cercos, se introducen en la villa y levantan una pared o agregan un tambaleante piso a construcciones de por sí frágiles. Una información periodística reciente contabilizaba que once familias se instalan en la villa 31 cada semana. Se juegan la vida, literalmente. La villa 31 es zona de riesgo: hay en ella edificios de seis pisos, tambaleantes como castillos de naipes, al borde del derrumbe.
La incertidumbre de jurisdicciones agrega más confusión: ¿quién es el guardián de la ley allí?; ¿el Estado nacional o el Estado municipal? No lo sabemos. Ambos, en lugar de dirimir racionalmente sus poderes y eventualmente complementarlos, se enfrentan en una guerra infinita, que me recuerda a la novela El duelo , de Joseph Conrad, en la que dos húsares franceses que se odian por supuestas ofensas se baten una y otra vez por distintos escenarios de Europa mientas el ejército de Napoleón marcha hacia Waterloo.
La vieja villa Esperanza se convirtió en ícono de Buenos Aires. El gobierno municipal, el mismo que había prometido convertirla en un parque, la ha incorporado a las atracciones turísticas. La villa 31 ya es, como el Obelisco o La Boca, una parada más del Bus Turístico.