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La vigencia de Rousseau

* Por Arnaldo Pérez Wat. A casi tres siglos de su nacimiento, la influencia de Rousseau ha sido considerable y el eco de su pluma poética persiste a través de los años.

En su "Discurso...", de 1754, Juan Jacobo Rousseau advierte que las artes y las ciencias no sólo han depurado las costumbres, sino que las han corrompido. En consecuencia, si no se puede volver a la vida natural del primitivo, sí al menos se puede fundamentar la educación en las cualidades naturales del niño. Se llegará a la pureza del hombre natural extirpando toda la maldad acumulada por la cultura artificiosa y por la desigualdad humana (no es menester aclarar que nos harían falta varios extirpadores; aunque, en nuestra situación política, quizá ya es cuestión de justicieros exterminadores).

Las teorías incluidas en El contrato social (1762) proponen que el individuo se desvincule voluntariamente de las formas de relaciones interindividuales para someterse, por consentimiento libre, a la obediencia de las leyes determinadas por una voluntad general; leyes que no representan ya la coacción impuesta por la pasión y el egoísmo, sino la forma de la igualdad expresada de manera simultánea en la ley común y el sentimiento.

El conde Estanislao Girardin certifica que Napoleón Bonaparte le dijo: "Hubiera sido mejor para Francia que este hombre no hubiese nacido; él fue quien preparó la Revolución".

Es innecesario añadir que ese libro influyó sobre la Revolución Francesa, la que adoptó el lema Igualdad, Libertad, Fraternidad e intentó –particularmente en 1793– copiar las líneas esenciales del texto.

Voltaire dijo que leer el contenido del "Discurso..." le inspiraba ganas de andar en cuatro patas.

Rousseau no se propone destruir las ciencias, las artes, los teatros, ni las academias, ni tampoco sumir nuevamente el universo en la primitiva barbarie.

En todo caso, en ese libro censura y destruye, pero propone y reemplaza. Verbigracia: hace notar que no hay desigualdad en el estado de la naturaleza, del que traza un cuadro ideal al que opone la Hidra de la propiedad de los ricos. Allí se ven los gérmenes del socialismo.

Por lo demás, el pueblo es una asociación; el pueblo es el soberano; la obediencia a la ley debe ser voluntaria, y el gobierno debe constituir la salvaguardia de la voluntad general. De aquí nace naturalmente el sufragio universal.

Dios y el amor. ¿Y Dios? ¿Y el amor? Dice Rousseau: "El amor físico es una fiebre ardiente: cuanto dice y hace, es un delirio". Y así fue su vida. Pero también dijo que no puede darse felicidad más completa que la unión y la inocencia; porque el amor, aun a costa de mil penas, es un bien.

Su Julia, o la nueva Eloísa (1761) es un himno a la pasión: se trata del conflicto del amor y de los derechos de la familia que triunfan, porque es preciso que la pureza de las costumbres domésticas prepare las reformas de las costumbres públicas.

En cuanto a la moral, sólo el Evangelio es siempre seguro, verdadero, único y semejante a sí mismo. Porque la muerte del cuerpo es una mera disolución de órganos que vuelven a la naturaleza inanimada. El alma no está compuesta de partes. Haría falta, para su desintegración, como lo fue para su creación, un acto particular del poder divino.

El 28 de junio del próximo año se cumplirá el tricentenario de su nacimiento. La influencia de Juan Jacobo Rousseau ha sido considerable y el eco de su pluma poética persiste a través de los años. La Revolución Francesa grabó sus formas en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano . La pedagogía moderna le debe innovaciones prácticas y Emilio (1762) ha contribuido, por lo menos en forma parcial, al despertar del espíritu científico del siglo XIX.