La vida feliz de Amado Boudou
*Por Jorge Fernández Díaz. Pocos fenómenos más interesantes de la política argentina que el virtual vicepresidente electo de la Nación. Amado Boudou es considerado hoy uno de los hombres más afortunados de la historia del peronismo.
De militancia neoliberal, sin grandes credenciales económicas y con una gestión que será recordada como la era del piloto automático, el elegido por Cristina Kirchner para compartir la fórmula y para eventualmente ser su heredero en el Sillón de Rivadavia dejó en el camino a valiosos cuadros del Frente para la Victoria.
Hace unas semanas charlé largo rato con un embajador extranjero, quien me confesó que Boudou lo había visitado para explicarle el exitoso modelo kirchnerista y que sus argumentaciones resultaron asombrosamente "inconsistentes". En cambio, el actual gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, se mostró en esa misma embajada como un sólido y lúcido defensor de los mecanismos y alcances del "proyecto industrializador inclusivo". Entre uno y otro -me dijo el diplomático- mediaba un abismo intelectual.
Aseveran los especialistas en marketing político que Boudou era mejor candidato por su frescura y energía y por su capacidad para conectar directamente con los jóvenes: Harley-Davidson, Fender Telecaster, La Mancha de Rolando, rock transgresor. Al verlo en su acalorado raid televisivo de la última semana no pude menos que pensar que en nada se parece Boudou a los sufridos militantes progresistas que vienen luchando desde hace años para hacer realidad sus ideas ni a los tradicionales afiliados peronistas que han metido los pies en el barro. Boudou se relaciona más bien con cierta frivolidad y ostentación de los años 90, cuando reinaba el CEMA, aquella escuela económica de Roque Fernández, donde el actual ministro de Economía formateó su disco rígido para luego abominar de él con la genuina fe de los conversos. Aquel momento histórico se parece a éste sólo en una cosa: en la efervescencia consumista de la clase media.
Un ministro que vive en Puerto Madero, se florea con artículos de lujo, se da gustos caros y se muestra orgulloso en programas de la farándula es también un reflejo de la época. Boudou, en ese sentido, es mucho más "menemista" que Daniel Scioli. Pero digamos que su "menemismo" es perdonado justamente porque transmite de manera innata la alegría del consumidor, da permiso simbólico para consumir sin culpas. También porque muchos podrían llegar a atribuirle a su mano el bienestar general que se siente. La verdad es que Boudou poco y nada tiene que ver con los resultados económicos de hoy, que deben ser adjudicados a quienes corresponden: Néstor antes, Cristina ahora. Y la soja siempre.
La suerte de Boudou es tan extraordinaria que ni siquiera le tocará reparar las grietas que comienzan a verse en la economía. Como ya no me fío de los economistas clásicos, muchos de los cuales equivocaron sus pronósticos, me remito a un analista a quien respeto: Mario Wainfeld. Decía hace unos días este intelectual enrolado en la causa nacional y popular que el próximo gobierno "deberá hacerse cargo de numerosos cambios, impuestos por las mutaciones ocurridas en la sociedad, la emergencia de nuevos actores, la existencia de ganadores y perdedores del modelo. Por no hablar de la crisis económica internacional, que pegará menos acá que en otras comarcas pero que nos alcanzará también". El analista indicaba, a su vez, que "parece imposible mantener intactos los subsidios en los próximos cuatro años", que resulta "indeseable que siga una inflación tan alta" y que "es estimulante que el salario mínimo local sea el más alto de la región pero no es satisfactorio en valores absolutos".
Amado vive su hora de mayor gloria no gracias al privilegio de transformarse en el inminente cirujano que operará sobre esos defectos del modelo, sino simplemente a que sus apariciones públicas vienen siempre sazonadas de mandobles contra el periodismo. Porque ése es precisamente el factor de ascenso más importante en la meritocracia cristinista. La Presidenta explicó ante sus acólitos que lo había elegido como compañero de fórmula por sus vehementes diatribas contra las "corporaciones", que a estas alturas -con todo el establishment domado y a sus pies-z sólo pueden reducirse a los "medios hegemónicos". Esa elección presidencial fue un mensaje para toda la dirigencia del Frente para la Victoria. El mejor funcionario es quien más y mejor vapulee a los periodistas. Y esa consigna continuó luego de las elecciones, cuando lo que podía suceder era la paz de la unión y la concordia de la magnanimidad. "Quien se venga después de una victoria es indigno de vencer", decía Voltaire. ¿Necesita un gobierno que acaba de ser plebiscitado con más de diez millones de votos desplegar semejante agresividad? ¿Precisa este progresismo que ha tenido avances reconocidos en áreas como el empleo, la ciencia, la cultura y los derechos humanos, caer en prácticas antidemocráticas contra los que no dicen lo que el Gobierno quiere escuchar? ¿No se puede llevar adelante esta nueva Argentina sin necesidad de generar todo el tiempo enemigos apocalípticos?
La meteórica entronización de Amado Boudou, elegido como máximo ariete contra la prensa crítica, parece una respuesta a todas estas preguntas. Es una respuesta ominosa. Letra amenazante de rock pesado.