DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

La verdad y la mentira

*Por Jorge Gadano. Jorge Omar Sobisch se presentó ante nosotros el lunes pasado como un hombre envuelto en olas de paz y amor. En una declaración publicada en los diarios –relativa a una resolución del Tribunal Superior de Justicia en la causa Fuentealba II–, lo dijo así: "Estos duros años me han enseñado a mirar la vida de otra forma, (porque) no espero revancha ni necesito venganza".

Y no sólo eso, que ya sería bastante demostración de su bondad. "No me invade el rencor", añade y luego manifiesta la esperanza de que su mensaje "llegue a toda la sociedad neuquina, no para reparar lo hecho sino para que la verdad prevalezca sobre la mentira motivada por intereses sectoriales". Luego da rienda suelta a su encono contra los abogados de la querella en esa causa, Ricardo Mendaña y Gustavo Palmieri.

Si "mirar la vida de otra forma" da como resultado tanta nobleza, vale la pena. Sería bueno que publicara otra solicitada para decirnos cómo la miraba antes, desde la cumbre del poder provincial, cuando se regodeaba dando créditos a los amigos y prefiriendo a los corruptos antes que a los pelotudos.

Como alguien dijo una vez, "todo depende del punto de vista". Y es verdad, porque una cosa es mirar la vida desde las alturas de la calle Rioja y otra muy distinta es verla desde la modesta casa de la avenida Olascoaga, asiento de la junta de Gobierno del MPN que él preside.

Lo cierto es que ahora, como si fuera un pastor, Sobisch está muy lejos de los sentimientos de revancha y de venganza, y no lo invade el rencor. Con muchos políticos así, esta provincia sería un paraíso.

No obstante, después de volcar sus odios contra quienes lo acusan, se ocupa de advertir que "los daños hechos por los ataques a mi familia no se reparan, los paredones pintados con la palabra asesino no se borran". Sólo, cree él, "se comprueba que no eran ciertos". Bueno, si se me permite decirlo, parece ser ésa una conclusión apresurada, porque que no se hayan aportado pruebas de su responsabilidad en el asesinato de Carlos Fuentealba no equivale a una declaración de inocencia. Ni siquiera basta, para dar por terminado el juicio, que se haya condenado al ejecutor material del crimen.

¿O es que Sobisch carga todas las culpas sobre Poblete y ninguna, nada, sobre quienes estaban por encima de él en la escala policial de jerarquías que llega hasta el gobernador de la provincia? Responde a un proyecto suyo la ley orgánica de la Policía neuquina, número 2081, de 1994, que dice en el artículo 23, bajo el título "dependencia" que "la Policía depende del gobernador, recibiendo los mandatos que se le imparten directamente o a través del ministro de Gobierno". Poncio Pilatos no se quiso hacer cargo de la orden de crucificar a Jesús, pero a nadie le ha parecido bien que se lavara las manos.

En su discurso pastoral, Sobisch bendice a los vocales del Tribunal Superior de Justicia, Oscar Massei y Guillermo Labate, quienes dijeron de los abogados de la querellante Sandra Rodríguez, esposa de Fuentealba, que no propusieron "ni una sola medida, ni una sola diligencia, ni una sola prueba". También al diputado Marcelo Inaudi, quien sostuvo que la provincia "tiene más justicia (que cuando gobernaba Sobisch, digo yo) verdaderamente independiente", y aclara que habla de jueces "que son independientes de los telefonazos del poder". De los que no lo son ni lo fueron, Sobisch sabe más que nadie de telefonazos.

Mientras Jorge Sapag pedía a la militancia emepenista "una jornada de oración" por Fuentealba, Sobisch se vinculó al crimen cuando dijo, en una conferencia de prensa, que "de lo que pasó en Neuquén hay un responsable ejecutor, el que tiró, que está preso, y hay un responsable político, que está dando la cara". Después, en contraste con el memorioso Funes, se olvidó de esa declaración. Lo dijo así al testimoniar en la causa judicial, explicando que "había muchos movileros" que lo interrogaban. No es una desmentida, sino apenas una fragilidad de memoria de escaso valor porque la declaración anterior quedó impresa en letras de molde sin que nadie la negara.

La responsabilidad quedó igualmente evidenciada en una entrevista del semanario Perfil. Para excusarse explicó que la Policía neuquina llevaba cinco años haciendo a los aspirantes a ingresar "un examen psicofísico muy severo para que los que tienen que portar un arma no cometan abusos". Pero había cinco mil hombres en la fuerza "antes de que yo asumiera, y uno de ellos cometió el asesinato". Y cuando le preguntaron por qué no le hicieron el examen a los que estaban antes, les echó la culpa al jefe y subjefe de la fuerza. El "yo no fui" así expresado se fundó en que era imposible que él se enterara "del expediente de cada uno de los que están adentro". Eso se llama método de reducción al absurdo para escapar a una responsabilidad, la que se llama "política", inasible en un juicio penal. Claro que, de ser válida esa respuesta, cualquier delito cometido por uno de los 45.000 empleados de la administración provincial nunca podría alcanzar al gobernador, a menos que haya un documento que lo involucre, con su firma y, por las dudas, sus impresiones digitales.

Si bien fue imposible que Sobisch se enterara de lo que contenía el expediente de Poblete, pudo en cambio saber que las acusaciones en su contra fueron el resultado de una perversa conspiración de la querellante y sus abogados. Descubrió que "esta maniobra buscaba involucrarme como delincuente en mi carácter de gobernador, para plantear una confabulación criminal desde el Estado y abrir la puerta a un reclamo en el fuero civil por una cifra varias veces millonaria. Fuentealba II nunca fue un pedido de justicia, sino el deseo perverso de convertir una mentira en jugosos honorarios". Que no se pueden obtener de Poblete pero sí de Sobisch.

La declaración, publicada en los medios gráficos el lunes pasado, está encabezada por una frase de Goebbels, el ministro de Propaganda de Adolfo Hitler: "Miente, miente, miente, que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá". Sobisch está convencido de que es así, y yo también.