La verdad del ministro Randazzo
*Por Aleardo Laría. El ministro del Interior, Florencio Randazzo, en una singular convocatoria a la prensa, acusó a los dirigentes de la oposición y a los diarios "La Nación" y "Clarín" de "atentar contra la democracia y contra la transparencia del sistema electoral". En esa conferencia hizo también otras controvertidas declaraciones.
Señaló que "es grave que se falte a la verdad" y que los medios "tienen que tratar de informar la verdad con absoluta objetividad". Pasados unos días, conviene detenerse a reflexionar en esta problemática convocatoria a encontrar la verdad reclamada por un ministro que, por tradición, se considera el más político del gobierno.
Uno de los filósofos modernos que ha abordado el tema de la verdad es Edgar Morin. Para el pensador francés el ser humano no refleja el mundo como si fuera un espejo sino que el sistema neurocerebral capta unos estímulos que luego son descodificados según una serie de experiencias y nociones acumuladas en nuestras neuronas. De este modo afirma que "nuestras ideas no son reflejos de lo real sino traducciones de lo real" y que como todas las traducciones, bajo la influencia de prejuicios, ideologías, mitos y pasiones, comportan riesgos de incurrir en el error.
Dada la falibilidad del conocimiento, el mayor error consiste en creer que existe una verdad objetiva que está siempre a nuestro alcance. Cualquiera que se cree poseedor de la verdad, dice Morin, se vuelve insensible a los errores que vayan en contra de su sistema de ideas y considerará como mentira o error todo lo que contradiga su verdad. De allí que en democracia nadie pueda considerarse propietario de una verdad absoluta. Frente al resto de los sistemas, donde un jefe, un rey o un sacerdote es poseedor del dogma sagrado que sólo él interpreta, lo propio de la democracia es que permite que se juegue el juego de la verdad y del error.
La creencia de Randazzo de que existe una confabulación de las corporaciones mediáticas para imponer un relato que sustrae la posibilidad de que el pueblo acceda a la verdad no es más que una exageración mitificada de una realidad mucho más compleja. Esa verdad absoluta, incuestionable, "objetiva", en política no existe y sólo tenemos interpretaciones o relatos que son ambiguos, sujetos a una controversia permanente, que los medios se limitan luego a trasladar a sus lectores.
Las apreciaciones de Randazzo merecerían el olvido si no fueran expresión de una contradicción profunda que desde su nacimiento afecta al peronismo. Perón, ideológicamente, era partidario de una sociedad armónica, gobernada por consenso, algo que los partisanos de Carta Abierta a menudo olvidan. En el "Manual del peronista" se decía que "(los peronistas) buscamos hacer desaparecer toda causa de anarquía para asegurar con una armonía, a base de justicia social, la imposibilidad de la alteración de nuestras buenas relaciones entre el capital, el trabajo y el Estado".
El problema que generaba esa concepción organicista, que aspiraba al ideal de una "comunidad organizada", venía a continuación. Para Perón sólo existían, en términos políticos, "amigos" –es decir todos los que aceptaban en posición subordinada su liderazgo– o "enemigos", es decir los que por simple oposición a sus postulados eran expulsados del campo político legítimo y pasaban a ser la "antipatria". Desde su visión, eran incomprensibles las diferencias de opinión, al punto que en el discurso del 17 de octubre de 1950 afirmó que si aún había opositores era "porque todavía hay brutos que no nos entienden". En esa permanente contradicción, entre una lógica de inclusión y otra lógica de exclusión, se debatió el primer peronismo.
La exclusión de la oposición se consiguió, durante el primer peronismo, a través del estricto control de los medios de difusión, poniendo trabas o cerrando la mayoría de los diarios opositores. Se puso en marcha también una intensa y profusa labor de propaganda oficial desde la Secretaría de Prensa y Difusión bajo la dirección de Raúl Apold, que incluía la utilización y manipulación del sistema educativo para impartir la "doctrina nacional" y la exclusión de los maestros y profesores que se negaban a afiliarse al partido peronista.
La situación actual no es comparable con aquella época, pero guarda un cierto aire de familia. Como los antecedentes de aquella experiencia se guardan en el inconsciente colectivo de muchos argentinos, los herederos reales o presuntos de aquel movimiento deberían ser los más preocupados en evitar que se efectúen asociaciones precipitadas.
Uno de los modos de neutralizar ese riesgo consiste en incorporar, como dato de la realidad, que el pluralismo político e ideológico de la compleja sociedad actual no permite imaginar una utópica coincidencia alrededor de una inverificable "verdad objetiva". Randazzo y sus seguidores deberían aceptar, sin dramatismo ni sobreactuaciones, que los diarios difundan también la otra mirada sobre la realidad que reivindican sus opositores.