La tragedia noruega
La Unión Europea temía atentados de grupos terroristas islámicos, no de un individuo o de células de ultraderecha
Es difícil para una sociedad pacífica como la noruega volver a la normalidad después de haberse visto sacudida en una sola y luctuosa jornada como la del viernes por dos atentados criminales, perpetrados por un ultraderechista confeso. Todavía no está claro si Anders Behring Breivik actuó solo o con el presunto apoyo de algún grupo afín a su desquiciada y perversa ideología.
En conmovedores actos de repudio a la violencia, los cinco millones de habitantes del país nórdico han compartido en estos días la pena por la absurda pérdida de 76 vidas (la policía rebajó el cálculo inicial de 93) en medio de un mar de rosas y condolencias de la Casa Real y del primer ministro socialdemócrata, Jens Stoltenberg. Entre los escandinavos se impone ahora un luto silencioso y reflexivo.
Casi una semana después de la tragedia, varias preguntas quedan aún sin respuestas y quizá abonen más dudas en el futuro, signado por estos trágicos sucesos. Mucho se ha cuestionado, por ejemplo, el arribo tardío de la policía noruega a la isla de Utoya, donde Behring, vestido con uniforme policial, mató a decenas de adolescentes. Asimismo, cómo accedió tan fácilmente y en forma legal a dos armas de fuego, contrayendo grandes deudas con su tarjeta de crédito.
La cuestión de fondo es si se trata del caso aislado de un radical de derecha que ha expresado de ese modo irracional su infundada aprehensión al Islam o del emergente de segmentos de una sociedad cada vez más intolerantes que procuran ocultar esa faceta detrás de una fachada de tolerancia y respeto hacia otras culturas.
Ciertamente, tras la explosión del coche bomba en Oslo y los disparos a mansalva en la isla de Utoya contra las Juventudes Laboristas, el impacto sobre una sociedad inerme ha sido devastador. No hay quien pueda sobreponerse de inmediato a episodios de esta magnitud, inimaginables en el territorio de los premios Nobel.
La siniestra coordinación entre ambos atentados, así como la obsesión de Behring en alcanzar un objetivo tan impreciso como la muerte de sus compatriotas para advertir a los suyos sobre el presunto avance de la inmigración musulmana, no deja lugar a dudas sobre el delirio ultrarradical de Behring, haya contado con apoyo externo o no.
De haber actuado solo, como se presume tras las primeras investigaciones, la policía noruega deberá responder por su presunta negligencia a la luz de matanzas de autoría individual que tuvieron precedentes funestos en Alemania y Finlandia, así como en los Estados Unidos.
Tampoco es justo recargar las tintas sólo en la policía noruega. La Unión Europea en su conjunto, tras los atentados de Atocha (Madrid) en 2004 y Londres en 2005, se ha abocado más a prevenir planes de grupos terroristas islámicos que a investigar a células extremistas nacidas en sus propias sociedades. Todas están marcadas por el rechazo rayano en el odio hacia los inmigrantes, en especial los de lengua árabe y origen africano que, en los últimos meses, han arribado a raudales a Europa por las revueltas en el mundo árabe.
Sólo ahora, después de esta masacre en Noruega, la Unión Europea ha tomado conciencia de las amenazas de origen no islámico en los países nórdicos. Es tarde. Hasta el viernes, la única preocupación era el terrorismo islámico. Consta de ese modo en el último informe de Europol, coordinadora de las actividades policiales y de seguridad en los 27 países miembros del bloque. La estrategia antiterrorista europea, concebida en 2001 tras la voladura de las Torres Gemelas y reforzada en 2005 tras los atentados del año anterior en Atocha, no alude a la ultraderecha como potencial inspiradora de crímenes.
Es un error no haberla considerado como fuente de inspiración de un individuo fuera de sus cabales como Behring, que ha mezclado xenofobia e islamofobia con la supuesta defensa de un Estado providencial. El extremismo político ha dejado de ser un tabú. La canciller alemana, Angela Merkel; el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y el primer ministro británico, David Cameron, han concluido que el multiculturalismo ha sido un fracaso.
En las últimas elecciones de la Unión Europea han ganado candidatos que no empuñarían un arma contra el mundo, pero no vacilan en culpar de todos sus males a los extranjeros radicados en sus países.
Son esos extranjeros el chivo expiatorio de sus errores y, a su vez, la excusa de calamidades como la ocurrida en Noruega.