La tragedia de Mubarak
* Por Christopher Dickey. El presidente egipcio había gobernado el país por décadas. Pero su nieto murió y comenzó la caída.
La noche previa a que él renunciara como presidente de Egipto, los manifestantes en la plaza Tahrir oyeron a Hosni Mubarak decir su último discurso como jefe de Estado. "Una alocución de un padre a sus hijos e hijas", lo llamó él, y como muchos de sus discursos en el pasado, estuvo lleno de mentiras, aunque tal vez él haya creído algunas de ellas. Prometió que seguiría siendo presidente hasta septiembre, porque el país lo necesitaba para una transición a la democracia. Esto después de tres décadas de autocracia. Los cientos de miles reunidos en la plaza querían oírlo decir una palabra: "Adiós". En medio de sus gritos de furia, se pudo oír a una mujer gritando a un teléfono: "¡La gente está harta de la telenovela!"
Los manifestantes tenían razón para estar cansados de la última e ilusoria aparición pública del Presidente. Pero había otro largo drama que llegaba a su fin esa noche, en su mayor parte fuera de la visión pública: una historia personal que ayuda a explicar al Presidente cuya incomprensión testaruda de sus "hijos e hijas" arrastró a Egipto muy cerca de la ruina. Daniel Kurtzer, ex embajador de EE. UU. ante Egipto, la llama la "tragedia" de los Mubarak. Según dice Kurtzer del presidente egipcio: "Realmente creía que era el único sosteniendo el dique", como si detrás de Mubarak viniese el diluvio. Luego de su salida, Mubarak sintió en su propio cuerpo la presión. Al cierre de esta edición, había dejado de tomar sus medicaciones y, según indican algunas fuentes egipcias, estaría en coma, en el balneario de Sharm el-Sheij.
La caída de Mubarak no es una historia como la de Túnez, de un dictador y sus parientes tratando de quitarle al país todo lo que tuviera de valor. Aun cuando se reportaron ampliamente, aunque con poca corroboración, las acusaciones de una fortuna entre US$ 40.000 y 70.000 millones amasada por la familia Mubarak, pocos diplomáticos en Egipto lo consideran creíble. "En comparación con otras cleptocracias, no pienso que los Mubarak se posicionen muy alto", dice un enviado occidental a El Cairo que pide anonimato. "Hubo corrupción, pero hasta donde sé, nunca se la vinculó personalmente al Presidente y la Sra. Mubarak. Ellos no llevan un estilo de vida extravagante".
Por el contrario, la vanidad más que la venialidad fue el problema en la cabeza de Egipto. A pesar del levantamiento de millones de personas en las calles de Egipto, a pesar de sus condenas categóricas a las tácticas de la Policía secreta y la tortura, la familia de Mubarak seguía convencida de que todo lo que había hecho el Presidente fue por el bien del país. "Nos vamos. Los dejamos", dijo la deprimida primera dama, Suzanne Mubarak, a una de sus confidentes. "Dimos lo mejor de nosotros".
El hombre en el centro de la historia, el patriarca, nunca se imaginó que llegaría a la presidencia, y cuando eso sucedió, no pudo imaginarse que terminaría. Como comandante de la Fuerza Aérea egipcia, fue un héroe de la guerra de 1973 contra Israel, así que cuando el Presidente Anwar El Sadat lo convocó al Palacio en 1975, pensó que tal vez iban a recompensarlo con un puesto diplomático, pero no más que eso (las amistades dicen que Suzanne le dijo que tratara de obtener uno agradable en Europa). En vez de ello, El Sadat lo nombró vicepresidente. Y el 6 de octubre de 1981, mientras El Sadat y Mubarak estaban juntos en un desfile militar, los islamitas radicales mataron a El Sadat y convirtieron a Mubarak en el hombre más poderoso de esa tierra. Egipto era un país diferente, uno en el que las mentiras del gobierno a su pueblo no eran cuestionadas y la Policía intimidaba al público para que se sometiera. La única televisión era la estatal, y el contacto primario con el mundo exterior era a través de líneas telefónicas muy básicas. Algunas llamadas internacionales tenían que reservarse con días de antelación. Como lo dejó en claro la reacción de Mubarak ante los manifestantes, él no supo entender cómo el país había cambiado en 30 años.
Su compañera en la tragedia familiar fue Suzanne Mubarak, la hija de una enfermera galesa y un médico egipcio, quien se casó con Hosni cuando él era un joven instructor de vuelo de la Fuerza Aérea y ella sólo tenía 17 años. Para cuando ella tenía más de 35 años, cuando sus hijos eran adolescentes y su marido era vicepresidente, ella se propuso reinventarse a sí misma como una activista social en Egipto y en el escenario internacional. "Suzanne es 10 veces más inteligente que su marido", dice Barbara Ibrahim, del Centro de Actividades Cívicas en la Universidad Americana de El Cairo. "Ella tiene sofisticación". Como primera dama de Egipto, ayudó a traer docenas de organizaciones no gubernamentales al país para tratar de mejorar la vida egipcia. Más que su marido y más que su círculo interno de funcionarios de inteligencia y militares, Suzanne tenía una noción del mundo fuera del Palacio.
Pero también tenía ambiciones dentro de él. Sin hacerlo muy secreto, Suzanne guió las fortunas de sus hijos y nietos, buscando establecer una dinastía política que pudiera perdurar por generaciones. El hijo mayor, Alaa, es un empresario que prefiere el fútbol a la política; un hecho que le acarreó aumentos ocasionales de popularidad al paso de los años como un renombrado y escandaloso aficionado de la selección nacional de Egipto. El hijo menor, el guapo y frío Gamal, fue por años el heredero designado pero no declarado del Palacio presidencial. Al escribir sobre su ascenso, los tabloides británicos nunca dejaron de mencionar las antiguas dinastías faraónicas. El mismo Gamal, medio en broma con sus amigos y conocidos incluso cuando negaba sus aspiraciones, prefería hablar de los Kennedy, los Bush y los Clinton.
Pero en la primavera de 2009, los planes y estrategias de la familia se desvanecieron. El momento decisivo llegó con la muerte de un niño.
Al comenzar el año, el octogenario Mubarak aparecía firmemente en control. EE. UU. tenía un nuevo presidente, Barack Obama, pero Mubarak sabía sobre los presidentes de EE. UU. Había visto a cuatro de ellos ir y venir, todos convencidos de que Mubarak era el único hombre en Egipto que podía mantener tranquila a la población más grande del mundo árabe, a los extremistas a raya, y a su Ejército en paz con Israel. Incluso después de la breve presión de la administración de Bush para democratizar al mundo árabe, el aparentemente eterno presidente de Egipto parecía tan sólido como la Esfinge.
La gran alegría en la vida del viejo —lo que sacaba una sonrisa en ese rostro de piedra y lo hacía continuar— era su nieto de 12 años, Mohamed, el primogénito de Alaa. Un encanto de cabello y ojos oscuros, Mohamed a menudo aparecía con el Presidente en las fotografías oficiales de Palacio. La portada de la biografía oficial de Hosni Mubarak lo mostraba sentado con un Mohamed que aprendía a caminar, cercano a los 2 años, parado delante de él. Otra foto mostraba al pequeño y bien acicalado Mohamed algunos años después, hablando por teléfono como si jugara a ser presidente. En los partidos de fútbol se sentaba junto a su abuelo. A mediados de mayo de 2009, el chico pasó el fin de semana con el gidu Hosni (abuelo Hosni) y la abuela Suzanne, como lo había hecho muchas veces antes. Pero cuando Mohamed regresó con sus padres, empezó a quejarse de un dolor en su cabeza. Y luego cayó en coma.
Mohamed murió pocos días después en un hospital de París, se cree que de una hemorragia cerebral. El devastado presidente egipcio canceló un viaje planeado para visitar a Obama en Washington, y ni siquiera pudo soportar el asistir al funeral de Mohamed. Cuando Obama voló a El Cairo algunos días después para dar un discurso histórico al mundo árabe y musulmán, Mubarak no asistió. Y el pueblo egipcio, tan sentimental como cualquier otro en la tierra, respetó la congoja del Presidente con honda compasión. La periodista israelí Smadar Peri recuerda a la gente en las calles de Egipto exigiendo hablar con los reporteros, deseando sólo expresar sus condolencias. "Somos una familia, y Mubarak es el padre de todos", le dijeron.
"Ése fue un momento de gloria", recuerda un amigo cercano a la familia Mubarak. "Si el Presidente hubiera renunciado, la gente le hubiera rogado que se quedara". Pero Mubarak no renunció. En medio de las especulaciones relativas a que estaba perdiendo su garra, que estaba muriendo con el corazón roto, él se quedó. Peri, quien entrevistó a Mubarak algunas semanas después, me dijo que él no había perdido nada de su capacidad mental, pero ya no tenía la chispa de sus ojos. Ya no disfrutaba de su trabajo, de su posición o su futuro, pero se quedó de todas formas. Fue entonces, tanto como la semana pasada, que falló por primera vez en ver una salida. Había llegado a creer que nadie podía remplazarlo, ni siquiera Gamal.
El hijo menor del Presidente había pasado casi una década estudiando el arte de la política en el Partido Nacional Democrático de su padre desde que regresó de Londres, donde había trabajado para el Banco de América y luego dirigió su propia compañía, Medinvest. Importaba ideas organizacionales y técnicas administrativas del extranjero, sobre todo de Partido Laborista de Gran Bretaña. ("Tony Blair pasó más vacaciones en Egipto que Dios", señala un amigo de la familia).
El plan hubiera funcionado excepto por una cosa: Gamal no era un político. "Gamal es un nerd", dice Ziad Aly, un empresario de comunicaciones móviles y un viejo condiscípulo de los muchachos Mubarak de la Universidad Americana en El Cairo. "Era un tipo muy inteligente y alumno destacado. Y siguió siendo inteligente toda su vida. Lee mucho. Aprende mucho. Y era un buen inversor bancario".
A pesar de toda su brillantez tecnocrática, Gamal carecía de cualquier indicio de rasgo común. "Pienso que a veces lo tachan erróneamente de arrogante, y yo no pienso que lo sea", dice Aly, quien se unió a las protestas contra el régimen en semanas recientes. "Pero Gamal tiene un problema enorme, que es el de la comunicación. No es carismático; no parece una persona que sea buena con la gente. Así, lo veían tal vez como bien educado, joven, tal vez una imagen agradable del país; pero no es cercano a nosotros. Así no puede gobernar".
Aun así, muchos de los mejores y más brillantes empresarios de Egipto se reunían alrededor del estandarte de Gamal. Algunos se beneficiaron con la asociación, mientras que otros se propusieron modernizar una economía todavía agobiada por políticas que se remontaban al "socialismo árabe" de Gamal Abdel Nasser. Algunos hicieron ambas cosas, y muchos participaron del gobierno. La liberalización, la privatización y las telecomunicaciones empezaron a transformar el panorama empresarial. Las ventas de lo que habían sido tierras del gobierno y la construcción de desarrollos hoteleros y de condominios crearon una vasta y lucrativa Riviera en el Mar Rojo que, a cambio, creó fortunas enormes. La inversión extranjera directa aumentó notablemente al principio, y hasta el año pasado la economía crecía de 6 a 7 por ciento. Pero el nuevo dinero también creó una nueva clase de egipcios ultra ricos. Avivó el resentimiento entre decenas de millones de personas que vivían al borde de la supervivencia, entre los jóvenes y educados que aún no podían encontrar trabajo, y entre la clase dirigente de militares y la Policía secreta que era, en lo relacionado a la nueva vena tecnocrática y favorecedora de los negocios del gobierno, el verdadero cimiento del régimen.
Creció el resentimiento en contra de Gamal y sus nuevas maneras de hacer las cosas. Un miembro de toda la vida del círculo del joven Mubarak compara la situación con una fábrica dirigida por un viejo que sabe cómo funciona todo y quiere mantener las cosas de esa manera, sin importar cuántas actualizaciones necesite su operación. El hijo del viejo llega a casa de la universidad lleno de ideas brillantes sobre máquinas y procesos modernos, pero son costosos, delicados y difíciles de mantener, y empiezan a descomponerse. "Así la vieja guardia del Presidente vio a la gente de Gamal", dice el empresario.
Un grupo estrecho de asesores del Mubarak trabajaba duro para limitar su visión del mundo. El más notorio fue el por mucho tiempo ministro de Información, Safwat Sharif. La historia que siempre se contó de él, sea cierta o no, fue que escaló posiciones en los servicios de seguridad filmando a la gente en sus "niditos de amor". Ciertamente, era conocido en los círculos oficiales como el hombre que tomó como cosa suya el llevar expedientes llenos de material dañino sobre todos los que pudieran ser una amenaza para Mubarak o, de hecho, para él mismo. "Era como J. Edgar Hoover en ese aspecto", dice un amigo cercano a la familia Mubarak, refiriéndose a las extorsiones políticas del hombre que una vez encabezó el FBI.
"Tenía los archivos". Supuestos crímenes eran perseguidos no cuando ocurrían, o cuando eran descubiertos, sino cuando serían útiles para neutralizar a opositores o minar a los críticos.
Nadie quería ir en contra de ese círculo interno, y pocos en el gobierno se atrevieron. Pero Suzanne Mubarak a veces lo intentó. Movida por sus escrúpulos y una conciencia de la atención global, la primera dama, por ejemplo, hizo una campaña fuerte contra la mutilación de los genitales femeninos, una práctica común y aceptada en Egipto. No es el tipo de problema que a los hombres alrededor de Mubarak les gustaba que se planteara, pero Suzanne "tenía el coraje para hablar y hacer que esto se criminalizara", dice Barbara Ibrahim.
Una de sus batallas más difíciles involucró al marido de Ibrahim, el académico
Saad Eddin Ibrahim, quien fue el supervisor de la tesis de Suzanne Mubarak en la Universidad Americana en El Cairo cuando ella asistió por una maestría en 1980. Luego, cuando fue la primera dama, él le escribió discursos. Pero para 2000, Saad Eddin estaba volviéndose un problema para el gobierno. Gamal había regresado de Londres, y Saad Eddin escribió un artículo crítico, acusando a la primera familia de planear una dinastía: una gomlukia, como la llamaba, combinando las palabras árabes para república y monarquía. Con financiamiento de la Unión Europea, él también instruyó a observadores electorales extranjeros, una medida que el gobierno de Mubarak decidió interpretar como interferencia extranjera en los asuntos de Egipto. Y luego Saad Eddin, sentado con unos amigos en el Club Griego en El Cairo, contó algunos chistes subidos de tono sobre el presidente. Alguien los grabó y se los llevó a Mubarak, aparentemente diciéndole: "Ésta es la manera en que el amigo de tu esposa habla de ti". Saad Eddin pasó los siguientes tres años en prisión, saliendo de ella inválido a causa de una inadecuada atención médica para una inflamación de nervios. Ahora vive en el exilio. "Sé que [Suzanne Mubarak] trató en cierto momento de interceder a nombre de Saad", dice Barbara, "y le dijeron que no era asunto suyo".
Para el otoño de 2010, cuando los egipcios empezaron a esperar las elecciones parlamentarias de fin de año y una elección presidencial en 2011, la estrella de Gamal estaba menguando, incluso entre muchos de socios comerciales. Una tarde, algunos de los empresarios más ricos del país hablaron del futuro del país mientras nos sentábamos en un bar del hotel Four Seasons de El Cairo. El Presidente acababa de someterse a una operación de la vesícula por entonces, y las expectativas de ellos —sus esperanzas, incluso— eran que Mubarak estaría lo bastante sano para postularse otra vez. De no ser así, lo imaginaban permitiendo que el jefe de inteligencia, Omar Suleiman, se postulara en su lugar. No tenían un plan C. Mubarak y su familia habían creado una élite que carecía de imaginación.
Millones de otros egipcios no sufrían de tal desventaja, y querían un país que funcionara de forma diferente. Cuando el magnate acerero y jefe del partido gobernante Ahmed Ezz eliminó a casi la mitad de los candidatos de la oposición en las frenéticas y fraudulentas elecciones parlamentarias a finales del año pasado, la ira del público se acumuló. Y a mediados de enero, cuando los tunecinos derrocaron al dictador de su país, los egipcios comenzaron una presión sin precedentes para hacer lo mismo.
A medida que un Mubarak debilitado se apoyó más en su Ejército para que lo salvara, los primeros objetivos de los generales fueron los "empresarios" en el gabinete. Los aliados de Gamal fueron obligados a renunciar. Varios fueron amenazados con juicios. La vieja guardia había ganado su primera victoria.
Luego, el mismísimo Presidente dimitió. La vieja guardia estaba a cargo otra vez. El hecho se registrará muy pronto en los egipcios comunes. Otra telenovela —u otra tragedia— podría empezar. Pero ésta no se llamará Los Mubarak.