"La tormenta me excita y me dan ganas de matar"
La historia de Miguel Alberto Gobbia, el "asesino serial de las noches de tormenta". Revivila en esta nota.
Se llama Miguel Alberto Gobbia y su caso es uno de los más aberrantes de la historia penal argentina. Fue conocido como 'el asesino serial de las noches de tormenta' y fue condenado a reclusión perpetua más accesoria legal por tiempo indeterminado, la máxima pena que estipula el Código Penal aunque, por distintas razones técnicas, fue liberado el 24 de diciembre de 2010.
Gobbia era un hombre morrudo, de facciones duras. Hablador y amiguero, siempre tuvo buena relación con sus vecinos. Nadie sospechó, ni siquiera en su familia, que detrás de esa personalidad se escondía un cruel asesino serial que mataba por matar.
La historia criminal de Gobbia comenzó, quizás, mucho antes de la serie de asesinatos por los que fue condenado. Hasta el año 1990 fue empleado de la multinacional 'Cargill', aunque renunció a la empresa luego de una muerte extraña que nunca se pudo esclarecer. O sí: para la justicia pudo haber sido un suicidio, pero no quedó muy claro.
Lo concreto es que Gobbia se mudó a una típica aunque semidestruida casona de ladrillos asentados en barro en un cruce de caminos de la zona rural de Saladillo, en la Provincia de Buenos Aires. Allí vivió con su última esposa. Tuvo cinco hijos, aunque no a todos reconoció, según contó un testigo en la causa que se abrió en la Justicia Penal de La Plata.
Gobbia puso un bar de campo; era una precaria pulpería que frecuentaban algunos lugareños. Por esos años vivió tranquilo, sin mayores sobresaltos. Aunque, después diría para tratar de justificar lo que hizo, en una oportunidad recorría el campo cuando se cayó del caballo y se golpeó la cabeza, lo que le provocó una lesión que le afectó la personalidad. Dijo que le provocaba terribles dolores de cabeza, que trataba de calmar automedicándose y consumiendo alcohol. Esos dolores lo ponían tan mal, que lo llevaban a ser un hombre violento, a tal punto que con su carabina, en una noche de insomnio, salió a matar caballos. Cabe aclarar que, tras su detención, se le practicaron estudios neurológicos y no se encontró ninguna lesión compatible con el relato que había realizado.
El bar de Gobbia quedaba justo donde comenzaba un camino sin asfaltar que, por ese entonces, en Saladillo se lo conocía como 'Villa Cariño', debido a que muchas parejas iban en auto a ese lugar a mantener relaciones sexuales. Miguel, después contaría, de noche salía mirar.
Patricia Noemí Gallo era una oficial de la Policía Bonaerense que trabajaba en la comisaría de Saladillo. Era una joven muy querida en la seccional, con una foja de servicio intachable. La oficial, en la noche del 15 de febrero de 1995, fue a la 'Villa Cariño' con José Bassi, un vecino de esa ciudad. Ellos, aunque no eran pareja, se conocían y frecuentaban desde hacía cierto tiempo. Esa noche, el clima estaba tormentoso.
El 15 de febrero, Gobbia salió de su casa como tantas otras noches. Después declararía: 'La tormenta me excita y me dan ganas de matar'. Patricia y José habían estacionado el vehículo, a no más de trescientos metros del bar. Se besaban cuando el dueño del bar ya los miraba a través de la ventanilla. Tenía entre sus manos una carabina. Cuando se dieron cuenta de la presencia, ya era demasiado tarde. Sin más, mató al hombre a balazos luego de golpear la ventanilla.
Después, Gobbia se subió al vehículo, obligó a manejar a Patricia y la quiso violar. La oficial se defendió, forcejeó y saltó del auto. Quiso salvar su vida, escondiéndose en una alcantarilla, pero el hombre la seguía baleando. En esa alcantarilla la hallaron al otro día, en posición fetal. El vehículo estaba cerca del lugar, aunque no había rastros de Bassi, el dueño del rodado.
Lo primero que pensaron los investigadores fue un crimen cometido por Bassi, por lo que le ordenaron la captura y estuvo en calidad de prófugo por algunas horas hasta que, finalmente, hallaron el cadáver escondido entre unos matorrales, a la vera del camino. Le faltaban las zapatillas y un reloj, entre otras pertenencias menores.
El caso, de inmediato, conmocionó a esa tranquila ciudad bonaerense. Varios grupos de investigadores fueron los encargados de hacer los rastrillajes en el lugar. Gobbia, que como se dijo tenía el bar en esa zona, se convirtió en el testigo del procedimiento. Es más, por esos días amplió su negocio: puso una parrilla en la entrada, asaba chorizos y vendía choripanes. Sus principales clientes eran los oficiales que estaban a cargo de la investigación del caso.
"Su apariencia bondadosa esconde en realidad a un individuo compulsivo, agresivo, actor y con ausencia de interés por el otro", declararía en el juicio uno de los psiquiatras forenses más importantes de la Provincia. Escondía tan bien su verdadera personalidad, que los sabuesos de la Bonaerense se habían convertido en clientes y amigos de Gobbia. "Cada procedimiento que hacíamos en la zona, este hombre iba con nosotros como testigo", contó uno de esos oficiales.
Los meses pasaban y el crimen no se resolvía, por lo que se seguían decenas de hipótesis. Pero aún llegaría otro golpe para esa tranquila comunidad. Fue el 14 de julio de 1995 cuando encontraron a otra víctima.
Se trataba de la nena Gladys Patricia Fioretti, de tan sólo 13 años. Era un día de tormenta en Saladillo cuando la chica salió del colegio secundario y caminó hasta su casa, en la periferia rural de la ciudad. Nunca llegó a su vivienda. Horas después, la encontrarían asesinada a puñaladas en un campo. La habían acuchillado en un presunto intento de violación.
Los padres de Gladys conocían a Gobbia, incluso tenían una buena relación con su vecino. Fue el padre de la chica quien, tras el hallazgo del cadáver, recordó como un hecho llamativo que Miguel hubiese ido horas antes a su casa a preguntar por cuestiones sin sentido. Eso le había resultado sospechoso, según les dijo a los investigadores, quienes por primera vez comenzaron a analizar la conducta de quien era hasta ese momento era uno de los testigos del doble crimen.
La investigación, finalmente, se encaminó hacia el bar de Gobbia. Al llegar, la mujer del comerciante dio algunas pistas para la causa. '"Acá hay un reloj y unas cosas que no son de la casa", habría dicho. Eran elementos que le habían robado a Bassi después de matarlo.
Ese mismo día Gobbia confesó todos los crímenes. Gobbia, pese a ser considerado un peligroso asesino serial, fue liberado por la Justicia en el año 2010.