Sociedad
La terrible inequidad en los sueldos de los médicos
En esta crisis sanitaria se ha demostrado la importancia que tiene el equipo de salud con la profesión médica a la cabeza.
Pero, evidentemente, esta pandemia por el coronavirus ha descolocado al mundo médico. Me siento orgulloso de ayudar con mi conocimiento y experiencia de 30 años, y desde hace 15 meses cuando fui nombrado por el jefe de Gobierno como director de un hospital, de poder supervisar, coordinar y consensuar un gran equipo de trabajo. Y lo hice acompañado únicamente de un subdirector (no me permitieron nombrar 10 asesores) y tuve que aprovechar al máximo los profesionales y el personal que ya trabajaban allí.
En este momento, en que debemos luchar contra el coronavirus, veo cómo colegas de la terapia o guardia deben seguir su trabajo en otra institución después de muchas horas de trabajo, cómo todos los que estamos en salud debemos cuidarnos mucho más por los pacientes y por nuestras propias familias, cómo debemos optimizar los recursos esperando el pico de la enfermedad, y sabemos que algunos sucumbirán enfrentando al virus. Los aplausos son muy reconfortantes y los agradecemos muchísimo, pero no deberían ser únicamente por esta pandemia. Es nuestra obligación servir a la sociedad y para eso nos formamos. Además, cada vez que hubo una catástrofe, el vuelo de Lapa, Cromañón, los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, la Tragedia de Once, etc, los servicios médicos y, sobre todo, los del ámbito público, se entregaron sin condiciones. Sin embargo, siempre esperamos que en algún momento la terrible inequidad que hay entre lo que se nos paga a los que estamos en la primera línea de batalla y lo que cobran otros servidores públicos, se haga más justa.
Hace pocos días, luego de una extensa jornada con cirugía y clases online para la facultad, fui a cargar nafta. Me presenté ante el expendedor, le pedí llenar el tanque mientras le cuento que ese día le había salvado la vida a un paciente; él me felicitó y me dijo: “Son $ 2.000”. Cuando le pregunté en broma si me iba a cobrar, me respondió: “Y sí, su trabajo es salvar vidas y el mío vender nafta”. Ese diálogo me hizo pensar. Si estoy entrenado y preparado para salvar vidas, y la vida no tiene precio, y me preparé con cursos de posgrado en Administración Hospitalaria, y realicé una carrera docente de posgrado de 4 años para ser profesor, ¿qué valor real tiene mi trabajo? Me comparé con otros servidores públicos que ganan mucho más que cualquier director/a de hospital estatal: los senadores y diputados (no hace falta aclarar que el Poder Legislativo es indispensable e imprescindible para cualquier democracia).
Estos servidores cobran jugosos sueldos y pocas veces anteponen intereses partidarios a los del pueblo en general. ¿Cuántos legisladores hablaron sobre la contratación de médicos cubanos, los cuales no tienen nada que hacer en la Argentina, país con una excelente formación de médicos y un promedio bastante mayor que muchos países? La mayoría tiene ausencias de más del 50 % en las sesiones. Diputadas de 19 años sin ninguna experiencia legislativa. Dicen que toman decisiones de vida o muerte, pero ¿alguna vez decidieron entre salvar a la madre o al hijo en un parto, o masajear a un paciente con el corazón en la mano, o decidir el mejor tratamiento oncológico?. Dicen que trabajan para el bienestar de la población, pero están rodeados de 20 o 30 asesores. Y se les quemó la cabeza pensando una ley para recaudar dinero con un impuesto hacia la gente que hizo su fortuna trabajando y dando trabajo. Ellos administran la plata de los demás, pero no tocan la que ganan.
Esto me llevó a generar una propuesta de ley solidaria: “Ningún senador y/o diputado podrá ganar un sueldo superior al de un director médico de hospital público. Ningún legislador puede tener más de 2 asesores elegidos por él, creándose para el resto de los asesores un cuerpo de peritos profesionales con cupo, que sea fijada por concurso público. Todo el excedente de esa diferencia debe ser transferido al sistema de salud pública”.
Creo, sin duda, que ellas/os tienen que cambiar, ¡tengo esperanza de que lo hagan!
Fuente: Clarín
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