La solidaridad bien entendida
*Por Ricardo Roa. La universidad no es sólo un espacio para aprender sino para hacer. La acción también puede enseñar y, sobre todo, la acción solidaria.
En un sistema educativo que en lugar de achicar ha profundizado la desigualdad, es una buena noticia que la UBA haya resuelto involucrar más a los estudiantes con las necesidades de la sociedad.
Desde el próximo año, los alumnos tendrán que hacer 42 horas de trabajos comunitarios para recibir el título. Servirán para que apliquen sus conocimientos y, a la vez, aprendan lo que enseña la sociedad misma en sus problemas reales.
Es un puente que la universidad puede y debe tender con los necesitados. Para promover la inclusión social, potenciar los vínculos entre las prácticas académicas y la comunidad y también entre docentes y estudiantes y entre ellos y la sociedad.
Cada facultad decidirá dónde y con quiénes se harán las actividades. Y acá es posible una mirada crítica: ¿por qué no discutir primero con el Estado y organizaciones sociales y empresarias cuál es l a mejor manera de aprovechar la educación solidaria ? Otra pregunta es si esta devolución que los estudiantes harán a la sociedad que sostiene una universidad gratuita será suficiente: 42 horas de tareas comunitarias en más de seis años promedio de estudio.
La solidaridad bien entendida es una inmersión en la realidad. Y la realidad es que en la secundaria crece la desigualdad: la última prueba censal en alumnos de quinto año muestra que un chico en la Ciudad de Buenos Aires tiene el doble de posibilidades de llegar al nivel alto que el resto . Y casi diez veces más que otro del norte del país.
Después de 30 años de democracia, la posición de los alumnos de la Ciudad nunca estuvo tan lejos de la de los demás como hoy. La prueba PISA ya había marcado a la Argentina como uno de los países más inequitativos. Todo es un llamado a abandonar el progresismo declamativo y dejar de pelearnos por el pasado para dedicarnos a la pelea por un futuro más igualitario.
Desde el próximo año, los alumnos tendrán que hacer 42 horas de trabajos comunitarios para recibir el título. Servirán para que apliquen sus conocimientos y, a la vez, aprendan lo que enseña la sociedad misma en sus problemas reales.
Es un puente que la universidad puede y debe tender con los necesitados. Para promover la inclusión social, potenciar los vínculos entre las prácticas académicas y la comunidad y también entre docentes y estudiantes y entre ellos y la sociedad.
Cada facultad decidirá dónde y con quiénes se harán las actividades. Y acá es posible una mirada crítica: ¿por qué no discutir primero con el Estado y organizaciones sociales y empresarias cuál es l a mejor manera de aprovechar la educación solidaria ? Otra pregunta es si esta devolución que los estudiantes harán a la sociedad que sostiene una universidad gratuita será suficiente: 42 horas de tareas comunitarias en más de seis años promedio de estudio.
La solidaridad bien entendida es una inmersión en la realidad. Y la realidad es que en la secundaria crece la desigualdad: la última prueba censal en alumnos de quinto año muestra que un chico en la Ciudad de Buenos Aires tiene el doble de posibilidades de llegar al nivel alto que el resto . Y casi diez veces más que otro del norte del país.
Después de 30 años de democracia, la posición de los alumnos de la Ciudad nunca estuvo tan lejos de la de los demás como hoy. La prueba PISA ya había marcado a la Argentina como uno de los países más inequitativos. Todo es un llamado a abandonar el progresismo declamativo y dejar de pelearnos por el pasado para dedicarnos a la pelea por un futuro más igualitario.