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La sociedad y los grandes cambios económicos

* Por Daniel Muchnik Ensayista. Hay una añeja discusión acerca de los grandes cambios económicos, en la que participan historiadores, sociólogos y, por supuesto, economistas. Se trata de saber si la sociedad debe estar preparada para un especial salto hacia delante, asistida y con pautas desde el Estado, o si esa misma sociedad debe amoldarse, pasivamente, a las modificaciones substanciales en los hábitos de vida y consumo.

Por ejemplo, desde el punto de vista del tráfico vehicular, Buenos Aires está colapsada. A los gobiernos les encanta proclamar que se incrementa la producción de automotores pero nada hace para mejorar la infraestructura por donde circulan. Las calles, el sistema de barreras al paso del ferrocarril y las rutas son las mismas de hace 80 años. La población se ha agrandado, ingresan centenares de miles de personas a la Capital, pero el sistema de transportes es antiguo. Esta ausencia de correspondencia entre aparentes o reales mejoras y formas de vida generan frustración y distintas manifestaciones de violencia.

Otros países se han preocupado por estos aspectos. Alemania, por ejemplo. O el mundo nórdico. Otras naciones no le dan importancia. ¿Qué apareció primero?

¿Las grandes autopistas o acaso el vertiginoso desarrollo de la industria automotriz?

Estados Unidos, por ejemplo, lo resolvió armónicamente, complementando las dos necesidades y agregándole un enfoque de defensa nacional. Las primeras autopistas se construyeron para que los transportes militares pudieran llegar con rapidez a las distintas regiones. De paso le brindaron el espacio necesario para que el sector automotor progresara y todos los ciudadanos pudieran acceder al auto propio, con valores razonables. Los gobiernos, en Washington, no asumieron, empero, la tarea de enseñar que todos esos logros se borrarían con las crisis económicas y financieras. Y que el Estado no podía abarcar todas las necesidades.

Hoy, en las más renombradas ciudades norteamericanas y en algunas rutas las roturas y baches del pavimento se parecen a las de las calles de los principales centros urbanos argentinos y a los caminos que los enlazan. Los presupuestos estatales y comunales padecen serios quebrantos. Los estadounidenses no terminan de aceptar esa realidad y se manifiestan con malestar, con resistencias y quejas.

¿Qué está pasando en China, por ejemplo, que hace treinta años vivía tan sólo de la producción agrícola y hoy es la segunda potencia económica mundial?

Poca es la información disponible pero importante la tarea de los antropólogos para explicarnos qué tipo de organización humana se ha construido. En 1980 los ancianos de las comunas agrarias esperaban el paso de los caballos (había pocos autos) para levantar la bosta y abonar, así, los campos. Todos vestían con uniformes grises, reglamentados y la cultura occidental era desconocida. Se exaltaban valores y gustos estéticos que hoy son sinónimo de antigüedad y decadencia. Había un ordenamiento en materia de nacimientos porque, indicaban sus líderes, no había comida para alimentar a más habitantes. China ha sido, en los últimos años, un laboratorio de experimentos sociales con intensidad y ritmo dramáticos. Campesinos que poblaron las ciudades, rascacielos que reemplazaron los barrios marginales. Llegaron las grandes compañías multinacionales, se exaltaron el dinero y los negocios propios como paradigma de realización personal. Lo “colectivo” ya no importó. Se jerarquizó el individualismo y, por sobre todo, el consumo. El lujo y los goces millonarios. Esa modificación profunda no se pudo resolver sin aplicar una poderosa dosis de autoritarismo. Eso sí: con un sector mayoritario de la población que avala ese tipo de orden y verticalismo. ¿El chino es un modelo trasladable al resto del mundo?

El gran desafío, sin exclusiones, es participar del gran viraje social y de oportunidades económicas con pautas democráticas.