La sociedad igualitaria que nuestros detenidos desaparecidos soñaron
María Elena Naddeo. Hoy se cumplen 35 años de la dictadura más sangrienta que vivió nuestro país.
Como desde entonces, marcharemos para reclamar que Nunca Más se repitan en nuestra patria la tortura, el miedo, los secuestros y ejecuciones de militantes populares, de familiares y amigos.
Los obreros y los estudiantes fueron los grupos de la sociedad más afectados por el accionar del Estado terrorista. Para quienes éramos delegados estudiantiles o militantes barriales, todos muy jóvenes en aquellos años, la evocación de la dictadura militar, es un recuerdo muy fuerte que tiene que ver, quizás, con los más tristes años de nuestras vidas y con los peores años de la historia argentina.
El golpe militar del 24 de marzo de 1976 constituye la expresión de un plan sistemático y deliberado de exterminio de toda una generación que había planteado la posibilidad cierta de construir una sociedad distinta, basada en la igualdad, en la justicia, en la distribución de la riqueza y en la plena participación social.
Fue un hecho político relacionado directamente con la tendencia neoconservadora mundial destinada a desestructurar lo que quedaba del Estado de bienestar de las organizaciones obreras y populares; plan destinado a masacrar una generación de militantes políticos y sociales formados en las más avanzadas ideologías de las décadas de los 60 y los 70, que avizoraban y delineaban la posibilidad de construir una sociedad diferente al sistema de explotación en que vivíamos y en el que todavía vivimos.
Por eso el valor de las Madres de empezar a recorrer esa Plaza de Mayo. De no haber sido por su presencia, su constancia y su perseverancia, posiblemente, no habrían sido juzgados y condenados los distintos integrantes de las Juntas Militares; tampoco tendríamos hoy, por fin, los Juicios por la memoria, la verdad y la justicia para superar lo que pudieron acallar las leyes del perdón, de la Obediencia Debida y del Punto Final. Ellas caminaron y lo siguen haciendo en busca de justicia, tan necesaria como la memoria. Como ha dicho Yosef H. Yerushalmi ¿Es posible que el antónimo de el olvido no sea la memoria sino la justicia?
Todavía hoy en esos juicios siguen saliendo a la luz historias terribles de hombres y mujeres torturados y humillados hasta la agonía. Hemos confirmado que las mujeres detenidas recibieron sufrimientos adicionales en los campos de concentración de aquellos años. En junio del año pasado, el Tribunal Oral Federal nº 1 de Mar del Plata, condenó a Gregorio Rafael Molina, ex jefe del Centro clandestino La Cueva, a prisión perpetua en cárcel común por una serie de delitos. En ese juicio, el tribunal definió por primera vez en Argentina como delitos de lesa humanidad diferentes de las torturas, a las violaciones de prisioneras en manos de las Fuerzas Armadas.
Hoy tenemos plena vigencia de las instituciones democráticas y podemos decirles a nuestros hijos y a alumnos que a pesar de todas las dificultades y los problemas sociales y políticos existentes, valoramos profundamente la vida en democracia, y que las dictaduras militares han sido las peores expresiones del miedo, la tortura, el asesinato, la vergüenza y el oprobio.
A 35 años, en el marco de fuertes debates y contradicciones, son los partidos políticos populares, de izquierda y de centroizquierda, aquellos perseguidos por las viejas dictaduras, quienes tenemos la responsabilidad de avanzar en unidad y en acciones transversales, a fin de acercarnos a esa sociedad igualitaria que nuestros detenidos desaparecidos soñaron.
Los obreros y los estudiantes fueron los grupos de la sociedad más afectados por el accionar del Estado terrorista. Para quienes éramos delegados estudiantiles o militantes barriales, todos muy jóvenes en aquellos años, la evocación de la dictadura militar, es un recuerdo muy fuerte que tiene que ver, quizás, con los más tristes años de nuestras vidas y con los peores años de la historia argentina.
El golpe militar del 24 de marzo de 1976 constituye la expresión de un plan sistemático y deliberado de exterminio de toda una generación que había planteado la posibilidad cierta de construir una sociedad distinta, basada en la igualdad, en la justicia, en la distribución de la riqueza y en la plena participación social.
Fue un hecho político relacionado directamente con la tendencia neoconservadora mundial destinada a desestructurar lo que quedaba del Estado de bienestar de las organizaciones obreras y populares; plan destinado a masacrar una generación de militantes políticos y sociales formados en las más avanzadas ideologías de las décadas de los 60 y los 70, que avizoraban y delineaban la posibilidad de construir una sociedad diferente al sistema de explotación en que vivíamos y en el que todavía vivimos.
Por eso el valor de las Madres de empezar a recorrer esa Plaza de Mayo. De no haber sido por su presencia, su constancia y su perseverancia, posiblemente, no habrían sido juzgados y condenados los distintos integrantes de las Juntas Militares; tampoco tendríamos hoy, por fin, los Juicios por la memoria, la verdad y la justicia para superar lo que pudieron acallar las leyes del perdón, de la Obediencia Debida y del Punto Final. Ellas caminaron y lo siguen haciendo en busca de justicia, tan necesaria como la memoria. Como ha dicho Yosef H. Yerushalmi ¿Es posible que el antónimo de el olvido no sea la memoria sino la justicia?
Todavía hoy en esos juicios siguen saliendo a la luz historias terribles de hombres y mujeres torturados y humillados hasta la agonía. Hemos confirmado que las mujeres detenidas recibieron sufrimientos adicionales en los campos de concentración de aquellos años. En junio del año pasado, el Tribunal Oral Federal nº 1 de Mar del Plata, condenó a Gregorio Rafael Molina, ex jefe del Centro clandestino La Cueva, a prisión perpetua en cárcel común por una serie de delitos. En ese juicio, el tribunal definió por primera vez en Argentina como delitos de lesa humanidad diferentes de las torturas, a las violaciones de prisioneras en manos de las Fuerzas Armadas.
Hoy tenemos plena vigencia de las instituciones democráticas y podemos decirles a nuestros hijos y a alumnos que a pesar de todas las dificultades y los problemas sociales y políticos existentes, valoramos profundamente la vida en democracia, y que las dictaduras militares han sido las peores expresiones del miedo, la tortura, el asesinato, la vergüenza y el oprobio.
A 35 años, en el marco de fuertes debates y contradicciones, son los partidos políticos populares, de izquierda y de centroizquierda, aquellos perseguidos por las viejas dictaduras, quienes tenemos la responsabilidad de avanzar en unidad y en acciones transversales, a fin de acercarnos a esa sociedad igualitaria que nuestros detenidos desaparecidos soñaron.