DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

La sequía y sus consecuencias

Tras las demoradas lluvias, las pérdidas en el campo no han sido más graves gracias a las mejoras tecnológicas.

Paulatinamente, al claudicar el fenómeno climático conocido como La Niña, que causó la escasez de lluvias en nuestro país, Uruguay y sur de Brasil, las precipitaciones han vuelto a beneficiar los cultivos con registros importantes que cubren la llamada zona núcleo de los más altos rendimientos, que abarca el noroeste de Buenos Aires, el sur de Santa Fe, el sudeste de Córdoba y el noreste de La Pampa.

Desde el inicio de diciembre hasta principios de febrero, la sequía tuvo efectos impactantes por coincidir con la floración y formación de los granos, principalmente del maíz pero también de la soja. Con calores intensos hubo lugares con bajísimas precipitaciones durante el crítico período. Solo el trigo y la cebada escaparon a sus consecuencias con motivo de haber cumplido su ciclo al sentirse la ausencia de lluvias. La cosecha de maíz, que bajo condiciones normales se estimaba en 28 millones de toneladas, se reduciría a 20 millones, mientras que la soja, cuya siembra récord debía alcanzar los 18 millones de hectáreas, disminuidas a 16, proveería una recolección del orden de los 45 millones, o sea una disminución de 15 millones entre ambos. Girasol y sorgo también contabilizaron pérdidas, aunque menores por su acotada participación en la economía granaria.

Los hechos registrados ponen de manifiesto la extraordinaria evolución de la agricultura argentina, basada en la adopción de tecnologías propicias a la obtención de altos rendimientos. La siembra directa, consistente en la utilización de sembradoras que depositan las semillas en el colchón de suelo y residuos del cultivo inmediatamente anterior, favorece la retención de las lluvias, reduce la evaporación y provee una mejor estructura a los suelos, contribuyendo a su conservación. También, los cultivos transgénicos, cuya mayor expresión es la soja resistente a herbicidas que la liberan de malezas, reservando la humedad y los minerales para mejorar sus rendimientos. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), con su red de estaciones experimentales y sus centros de extensión, y los 180 grupos Asociación Argentina de Consorcios Regionales de experimentación Agrícola (Aacrea) con sus 4 millones de hectáreas y su renovada y generosa transferencia de conocimientos a sus pares, y más recientemente, la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (Aapresid), lograron la aplicación de las tecnologías mencionadas en 25 millones de hectáreas.

Esto ha ocurrido pese a la pesada mochila de las retenciones a las exportaciones que sustraen la tercera parte del valor de la soja y sus derivados y la cuarta parte del valor del maíz y algo más del trigo. Ningún país en el mundo exige tamaña contribución a sus agricultores y buena parte de ellos les provee estímulos de variada importancia. Lo aquí expresado sirve para reflexionar sobre la trascendencia de la evolución operada en el agro argentino: de no haber ocurrido con la profundidad y dinamismo que comentamos, las consecuencias de la sequía habrían sido de mucha mayor envergadura, como ocurría en el pasado ante sequías de similar tenor. Recuérdese cuando a principios de los años 50 se recurrió al consumo de pan negro para enfrentar la escasez de trigo.

Tampoco deberán dejarse de lado los quebrantos que dejó la sequía a un sinnúmero de productores, que requieren postergaciones o exenciones impositivas y programas de crédito para afrontar la continuidad de las futuras siembras y actividades en general.

En este sentido, la asignación de 2800 millones de pesos en créditos deberá concretarse sin demoras ni intermediarios para que cumpla con los propósitos del caso. Sin perjuicio de eso, las mejores herramientas consisten en dar plena libertad a los mercados, hoy cercenada mediante cuotas de exportación que desvalorizan la producción.