La sangre de ayer no va entre paréntesis
*Por Alejandro Mareco. Los derechos humanos son una invocación a la justicia. ¿Será siempre ésta un concepto irrenunciable, un instrumento para contener atropellos?
"La vida ese paréntesis". Mario Benedetti, con palabra de poeta, define así a lo que se abre "cuando el no ser queda en suspenso", a lo que ocurre entre la muerte que nos precede y la que nos sucede. Esto que nos pasa les pasa a todos los seres vivos, pero, a diferencia de los animales, que en cada generación –más allá de la carga genética y el impulso evolutivo grabado en ella–vuelven a empezar de nuevo y a vivir la misma relación con la naturaleza, el hombre ha encontrado una fórmula de continuidad: la historia.
"El tren que llega es el mismo tren de la partida", canta Milton Nascimento y cada generación se apea en la estación de vivir que le ha tocado en turno. Entonces, se incorpora a dos viajes: el de la vida propia y el de los hombres. Es decir, uno a uno somos los que nos precedieron y también, en potencia, los que nos sucederán.
Conocer la historia. Que cada vida asoma provista de la información de la experiencia humana (o se provee de ella sólo con activar los sentidos) es un hecho que suele presentarse incuestionable en el campo del conocimiento (ya no volveremos a creer que el Sol gira alrededor de la Tierra); sin embargo, la tendencia circular también se muestra en numerosos aspectos.
Se dice que conocer la historia ayuda a no repetir los errores del pasado, pero vaya que esto no se confirma en todos los casos: cómo es posible, por ejemplo, que después del Holocausto hayan ocurrido sobre esta tierra otros capítulos genocidas o que todavía haya sentimientos racistas; o cómo es que tras siglos de esclavitud aún hay quienes, para salud de su codicia, se valen de la explotación del otro hasta succionarle la vida.
Pasa a menudo: los intereses del presente hacen tronar su escarmiento sobre el ayer y al pasado se lo vuelve tabla rasa para que otra vez sean posibles hechos de naturaleza largamente condenada. Ejemplo: el golpe en Honduras contra Manuel Zelaya y su posterior convalidación del reconocimiento de nuevas elecciones y nuevo presidente. ¿No habíamos quedado en que en Latinoamérica ya no se les permitiría a las elites torcer por la fuerza el rumbo resuelto por mayorías en democracia?
Por eso la necesidad de recordar, de hacer que el ayer se vuelva una razón del presente y del mañana. El 24 de marzo es un hito de la tragedia argentina, pues ese día, en 1976, asumió la sangrienta dictadura de Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martínez de Hoz, que no sólo mató por alienación ideológica y perversión, sino para poner al país en manos de los generalmente anónimos del poder económico.
Han pasado 35 años de aquel momento y todavía estamos aquí generaciones contemporáneas del golpe, genocidas incluidos. ¿Qué huella de la memoria colectiva quedará en quienes no tendrán recuerdos personales a los que apelar? ¿Seguirá siendo el miedo un instrumento para maniatar a los pueblos? De alguna manera volvió a serlo no por la elocuencia de las armas, sino por medios más sutiles, como por ejemplo la hiperinflación y la amenaza de volver a padecerla.
Los derechos humanos, al fin, son una invocación a la justicia. No hay violación de la integridad del hombre que no tenga que ver con la injusticia. Entonces, ¿será siempre la justicia un concepto irrenunciable, un instrumento para contener atropellos?
Si así sucede, es posible que la tragedia de una generación no quede entre paréntesis.