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La Salada cordobesa

La abusiva ocupación del centro de la ciudad por vendedores callejeros se transformó en una exhibición a cielo abierto de la desidia e incapacidad de la gestión municipal.

Es fácil decir que el centro de Córdoba es un enorme mercado persa; tan fácil como erróneo.

Los mercados de Medio Oriente, como los zocos de Estambul, Damasco y El Cairo, deslumbran por su música, por los sabores y aromas del mundo en gastronomía y perfumería, por el esplendor de sus joyerías.

Nada de todo eso se ve en nuestro presunto mercado persa, que no es otra cosa que La Salada bonaerense en escala reducida, con mayor densidad de mediocridad, vocinglería y falta de higiene por metro cuadrado. Es un museo a cielo abierto de lo que puede la desidia de las autoridades y, por sobre todo, precisamente la carencia de autoridad.

Desde hace demasiados años, los cordobeses hacen o dejan de hacer cuanto pueden o quieren, conocedores de la impotencia de los funcionarios del Ejecutivo, que cuentan con la tácita y a veces explícita colaboración de un sindicalismo sobredimensionado en su potencia y puesto periódicamente al servicio del desorden.

En estos tiempos de transición, está muy bien que las autoridades salientes muestren a los

equipos entrantes los números del erario, aunque se da por descontado que sus tonalidades rojas harán palidecer de preocupación a estos, ante la magnitud del desafío que asumirán.

Pero estaría mejor que les exhibiesen las razones que les han impedido tener rasgos mínimos de eficiencia durante estos cuatro años de descontrol y error sistemáticos.

Esta toma por asalto del sector céntrico no pudo haberse producido por mera decisión espontánea. Evidencia, en buena medida, la certeza de los vendedores ambulantes de que podrán promover a pulmón pleno sus mercancías desplegadas en el piso. Y esto es algo peor que un obstáculo prácticamente insalvable para el desplazamiento peatonal: es una exhibición del tercermundismo que supimos conseguir los cordobeses, que durante más de una década mantuvimos una férrea coherencia en materia de incapacidad y desidia.

Por supuesto que el comercio legal de la zona tiene derechos plenos de protestar por este festival de competencia desleal que se abre cada día a las puertas de sus locales. Los comerciantes pagan sus impuestos y les asiste el derecho de esperar mayor protección y mayor higiene municipal para el desarrollo de sus actividades.

La actual gestión no puede argüir que carece de personal para hacer cumplir lo que mandan las ordenanzas y, de modo fundamental, la historia de la ciudad.

Faltarán recursos económicos para cloacas, pavimento, alumbrado, centros asistenciales y educativos, pero si algo sobra en la Municipalidad son recursos humanos. Sólo hay fijar políticas claras para ponerlos a trabajar en lo que la ciudad requiere, para convertirse en un ámbito más propicio para la convivencia.