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La revolución robada

*Por Mario Diament. Los activistas del Movimiento 6 de Abril, que iniciaron la revolución que depuso al presidente egipcio Hosni Mubarak, no esperaban seguramente este desenlace. Eran un grupo de jóvenes emprendedores y educados, imbuidos de ideas democráticas, quienes armados de laptops y teléfonos celulares, se valieron de las redes sociales como Facebook y Twitter para coordinar uno de los levantamientos populares más extraordinarios desde la revolución rusa.

Su inspiración fue el movimiento no-violento Otpor!, que en el 2000 provocó la caída del régimen de Milovan Milosevic en Serbia y, en lo inmediato, las revueltas en Túnez y Yemen.
Aunque el movimiento tenía líderes como Ahmed Maher y Walid Rachid, su estructura era fundamentalmente horizontal. Cualquiera podía expresar lo que pensaba y las decisiones se tomaban por consenso.

Incluso, una vez logrado el objetivo de la renuncia de Mubarak, los dirigentes del Movimiento se negaron a liderar la revolución. Se limitaron a enfatizar sus demandas originales, que proclamaban que un grupo de salvación nacional, que incluya a todas las personalidades políticas e intelectuales, expertos legales y constitucionales y representantes de las organizaciones juveniles que llamaron a las manifestaciones del 25 y 28 de enero de 2001, debe ser establecido.

Un Consejo Supremo de la Fuerzas Armadas (CSFA) asumió el poder con la misión de administrar la nación durante el período de transición hasta las elecciones generales, pero pronto se hizo claro que los militares se reservaban un papel supranacional en la nueva Constitución. De hecho, el CSFA se asignaba el derecho a nombrar el primer ministro.
Nada de esto figuraba en los planes de los jóvenes revolucionarios cuando se reunían clandestinamente para planear la deposición del régimen. Hijos de una generación políticamente silenciada por la férrea dictadura de Mubarak, aspiraban a contribuir a la fundación de un nuevo Egipto, donde las minorías fueran respetadas y la democracia reemplazase al autoritarismo.

Pero de la misma manera que el antiguo régimen desconoció la efervescencia política que estaba borboteando en el interior de la sociedad egipcia, los jóvenes revolucionarios ignoraron el poder que el islamismo había construido subrepticiamente a través de décadas de prohibición y represión.

El categórico triunfo de La Hermandad Musulmana, la poderosa organización fundada en 1928 que hoy representa la mayor fuerza política en Egipto, sumado al inesperado segundo lugar obtenido por el partido ultraconservador islamita Salamis, equivale a un virtual escamoteo de la revolución.

Juntos, ambos partidos podrían controlar cómodamente el Parlamento e imponer un fuerte acento islámico al principal país del mundo árabe, cuya tradición hasta el momento ha sido esencialmente secular.

Las elecciones del lunes apenas abarcaron un tercio de las provincias egipcias, pero incluyeron algunos las principales concentraciones liberales, como El Cairo, Port Saíd y la costa del Mar Rojo, lo que hace suponer que la tendencia difícilmente cambiará. En las próximas semanas, los comicios tendrán lugar en las provincias rurales, donde la fuerza de los partidos islámicos es más notoria.

Durante los primeros días del alzamiento contra Mubarak, la Hermandad Musulmana se abstuvo de participar y cuando, finalmente, lo hizo, trató de evitar una visibilidad demasiado ostentosa para no dar la impresión de que las manifestaciones tenían un carácter islámico, como sucedió con el movimiento popular que derrocó al régimen del Sha en Irán.

Pero la eficaz organización que el Movimiento 6 de Abril logró desplegar en las calles y, en particular, en la plaza Tahrir, no tuvo la misma cohesión una vez que el régimen se desplomó y los militantes regresaron a sus casas. Precisamente por su reticencia a generar un liderazgo, el movimiento se reveló incapaz de confrontar a las sólidas estructuras de las organizaciones islamitas.

Si la tendencia del voto persiste, cuando se conozcan los resultados oficiales en enero, Egipto se sumará a Túnez, Marruecos y probablemente Libia, entre los países que se han volcado hacia regímenes predominantemente musulmanes. Y si la influencia de la fracción Salamis se torna decisiva, las consecuencias podrán ser transformadoras para la sociedad egipcia y para el balance estratégico de la región.

Como en muchas otras lecciones de la historia, las revoluciones no benefician a quienes encienden la llama, sino a quienes saben capitalizar las explosiones.