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La resurrección de DSK

*Por James Neilson. STRAUSS-KAHN. Los franceses acusan a la Justicia de los Estados Unidos de haberlo linchado sin pruebas.

Muchos creen que Dominique Strauss-Kahn cayó en una trampa que le fue tendida por sus enemigos, pero puesto que tiene tantos, no hay ningún acuerdo en torno a los eventuales responsables de transformarlo de la noche a la mañana del jefe del Fondo Monetario Internacional y probable sucesor de Nicolas Sarkozy como presidente de Francia en un reo desaliñado que, por algunas semanas, pareció destinado a pasar el resto de sus días en el infierno carcelario norteamericano. Felizmente para DSK, dicho peligro ya parece remoto, pero así y todo, el affaire melodramático que está protagonizando el hombre que según sus allegados es "el más brillante de su generación" dista de haber terminado.

Pase lo que pase, seguirá repercutiendo por muchos años más, incidiendo de manera muy negativa en la relación de la Unión Europea con los Estados Unidos, en la política interna francesa y también, quizás, en el sistema judicial norteamericano, ya que una forma de actuar que al comienzo fue considerada ejemplar al mostrar que para la Justicia yanqui todos somos iguales ante la ley, ya es vista por muchos como una manifestación de la brutalidad vengativa de la Policía neoyorquina y la inoperancia de los fiscales. Por ser estos en efecto políticos decididos a destacarse, les encanta impresionar al público con su vehemencia justiciera, pero de acuerdo común el neoyorquino Cyrus Vance se dejó llevar por su ambición cuando se puso a ensañarse con Strauss-Kahn antes de contar con pruebas suficientes y en consecuencia cometió un sinfín de errores inaceptables.

A esta altura, distinguir lo que realmente sucedió de la espesa nube de información, conjeturas e implicaciones alarmantes que el episodio ha generado es imposible. Puede que todo haya empezado con nada más que el encuentro fortuito de un personaje famosamente libidinoso con una prostituta que practicaba su oficio, disfrazada de mucama –atuendo que siempre ha ocupado un lugar especial en el universo erótico galo– en un hotel chic de Nueva York frecuentado por extranjeros ricos, y que la mujer solo haya querido desquitarse por la negativa del partidario de los ajustes más célebre del planeta entero a pagarle lo que reclamaba por sus servicios. Por lo menos, es esta la teoría más plausible luego de que, para alivio de Strauss-Kahn y consternación del fiscal y los miembros de su equipo, la "musulmana piadosa" que había denunciado un intento de violación por parte del potentado resultó ser una mentirosa serial que, para más señas, había asegurado por teléfono, en un dialecto africano difícilmente descifrable –de ahí la demora en traducirlo– a un narcotraficante preso en Arizona que "este hombre tiene mucho dinero. Sé lo que estoy haciendo". Desgraciadamente para la africana, y para Vance, por tratarse de un delincuente encarcelado, la conversación fue grabada.

Con todo, si bien lo más probable es que el asunto carezca de connotaciones de la clase que suele mantener ocupados a los servicios de inteligencia internacionales, abundan los convencidos de que tiene que haber mucho más en juego, que a su entender es francamente inconcebible que alguien tan poderoso, y tan experimentado en líos escabrosos de este tipo, como el gran seductor DSK se haya dejado atrapar por una mujer como la guineana que, según los medios franceses, se llama Nafissatou Diallo. ¿Pero quiénes, pues, serían los artífices del tropiezo más espectacular que ha sufrido un hombre público eminente en los tiempos últimos?

Los candidatos son muchos y los socialistas franceses no han vacilado en acusar a sus adversarios de conspirar en contra de quien iba a ser su candidato presidencial. Algunos señalan con el dedo a Sarkozy: dicen que el presidente francés es un intrigante inescrupuloso que esperaba con impaciencia una oportunidad para aprovechar el notorio priapismo del político que amenazaba con reemplazarlo pronto en el Palacio del Eliseo y que habrá contado con la colaboración de accionistas franceses del hotel Sofitel. En base al principio de cui bono –a quién beneficia–, les parece evidente que Sarkozy estaba detrás de todo porque tenía motivos de sobra para deshacerse de Strauss-Kahn. Pero si bien todo es posible en el ferozmente competitivo mundillo político, sorprendería que quienes conforman el entorno del presidente francés le hayan permitido prestarse a un operativo tan arriesgado a sabiendas de que DSK contaba con recursos suficientes como para desenmascararlos. Así y todo, el que muchos compatriotas suyos lo hayan creído capaz de hacer algo semejante es de por sí inquietante.

Otros dirigen sus sospechas hacia el gobierno del presidente estadounidense Barack Obama. Afirman que personajes cercanos al secretario del Tesoro Timothy Geithner temían que el jefe del FMI se sintiera tan alarmado por las medidas en su opinión locamente keynesianas con las que procuraban estimular a la alicaída economía de la superpotencia que decidieron hundirlo para que tomara su lugar Christine Lagarde que, si bien es francesa, piensa como "una anglosajona". Aun cuando resultara que Strauss-Kahn sí estuviera por formular algunas declaraciones explosivas sobre la deuda astronómica que está acumulando el gobierno estadounidense –los asustados por su magnitud apenas concebible advierten que cada hora se agregan otros 160 millones de dólares–, eliminarlo no serviría para mucho porque su hipotético punto de vista está compartido por la mayoría de los dirigentes europeos que, a diferencia de sus homólogos transatlánticos, han optado por la austeridad.

Una tercera teoría, favorecida por los preocupados por la influencia creciente del islam tanto en Europa como en los Estados Unidos, es que a la musulmana supuestamente devota que denunció a Strauss-Kahn le hubiera resultado irresistible ayudar a hacer caer en el barro a un judío tan destacado, de este modo asestando un golpe mortífero contra un presunto enemigo de la única fe verdadera.

Para los menos tentados por las teorías conspirativas, se ha tratado de una colisión entre los prejuicios feministas, multiculturalistas y rabiosamente igualitarios que se han apoderado de amplios círculos en los Estados Unidos por un lado y, por el otro, lo que aún queda del elitismo europeo representado en esta ocasión por un francés arrogante, producto de una sociedad en que periodistas se comportan como cómplices de los poderosos, negándose a difundir información sobre sus vicios personales. Según esta perspectiva, a juicio de los progresistas norteamericanos, si un judío blanco rico, casi un banquero, acostumbrado a la impunidad, es acusado de violación por una inmigrante negra, para más señas una musulmana humilde, tendría forzosamente que ser culpable, de suerte que solo a un racista miserable se le ocurriría cuestionar la veracidad de lo dicho por una pobre mujer que se afirmó una víctima más de la lujuria incontenible de DSK. En el mundo del progresismo norteamericano, los representantes coyunturales de "minorías" oprimidas siempre tienen razón, de manera que les fue irresistible ver en el affaire DSK un ejemplo paradigmático de la prepotencia colonialista que creen está en la raíz de buena parte de los males de nuestro tiempo.

Tal y como están las cosas, a los norteamericanos no les será del todo fácil retener a Strauss-Kahn por mucho tiempo más; a lo sumo, podrían condenarlo a algunas horas de trabajo comunitario u ordenarlo a asistir a sesiones de terapia grupal para que aprenda a controlar sus caprichos sexuales. No es nada improbable, pues, que pronto regrese a Francia donde la mitad de los consultados por los encuestadores de opinión le ha perdonado sus erotomanía y esperan que reanude su hasta hace poco deslumbrante carrera política.

¿Y entonces? Aunque los más sensatos insisten en que Strauss-Kahn ya habrá abandonado sus sueños presidenciales y que, de todos modos, las mujeres serían reacias a votarlo, otros suponen que, lejos de perjudicarlo, lo que tuvo que soportar en los Estados Unidos lo fortalecerá, que los franceses, debidamente indignados por la conducta a su juicio salvaje de los norteamericanos, se solidarizarán con él hasta tal punto que le brindarán una bienvenida apoteósica para después elegirlo presidente.

En tal caso, nos aguardarían algunos años sumamente interesantes, ya que DSK nunca podrá olvidar el trato que le propinaron la Policía, la Justicia y los medios estadounidenses que disfrutaron enormemente de la caída en desgracia de un personaje que, para los progresistas, era un prócer de las finanzas y, para los conservadores, un socialista multimillonario que despreciaba a la gente común. Asimismo, aun cuando DSK se viera obligado a dar un paso al costado para dedicarse a demandar a sus críticos más locuaces –entre ellos mujeres europeas que dicen haber sido víctimas de atenciones no muy distintas de las denunciadas por la guineana–, seguiría siendo una figura clave de la izquierda moderada francesa, una cofradía cuya influencia internacional es llamativamente mayor que su poder real.

Afortunadamente para la alianza atlántica, George W. Bush dejó la Casa Blanca hace más de dos años: de lo contrario, la indignación antinorteamericana de los socialistas galos ya hubiera alcanzado una intensidad rayana en la histeria.

* PERIODISTA y analista político, ex director de "The Buenos Aires Herald".