La responsabilidad de la oposición
Las principales figuras opositoras se han ido canibalizando unas a otras y hoy son menos de lo que eran hace un año.
Así como en reiteradas ocasiones se ha cuestionado desde esta columna editorial al kirchnerismo por su permanente negativa a dialogar y buscar consensos que deriven en políticas de Estado, hoy corresponde llamarles la atención a los dirigentes de la oposición por su incapacidad de hacer lo que tanto se le critica al oficialismo.
Desde que la oposición le arrebató al partido gobernante la mayoría parlamentaria, sus representantes no han sabido, no han podido o no han querido desarrollar acuerdos que se extiendan más allá de lo meramente circunstancial. Sin ir más lejos, en lo que respecta a la ley de presupuesto para 2011, los dirigentes opositores ni siquiera pudieron consensuar un proyecto alternativo.
Es cierto que pedirle a la oposición una síntesis puede ser impertinente y erróneo: no es bueno ni deseable que aquellos que no tienen nada que ver entre sí se reúnan sobre la única coincidencia de contradecir al Gobierno.
Sin embargo, es grave que durante el último año ni siquiera hayan conseguido permanecer juntos quienes se habían presentado como aliados durante las elecciones legislativas de 2009. Las dos novedades políticas de esos comicios, el Acuerdo Cívico y Social y la asociación entre Mauricio Macri, Francisco de Narváez y Felipe Solá, no han podido mantener su configuración más allá de unos pocos meses.
Esta fragmentación se traduce en impotencia. Representa una defraudación al electorado y la persistencia de varios vicios políticos. En las dos coaliciones predominaron las intrigas personales, el egocentrismo y la propensión a sacar ventajas tácticas. Se trata de desviaciones derivadas de una misma patología: la incapacidad para constituir liderazgos que provean a la política de más institucionalidad.
No se han podido establecer y respetar reglas generales ni ha habido un ejercicio del acuerdo. Las principales figuras se han ido canibalizando unas a otras y hoy son menos de lo que eran hace un año. Tampoco el peronismo disidente ha conseguido mantener su volumen.
El radicalismo parecía ofrecer una excepción. Sin embargo, la figura de los dos candidatos, Ricardo Alfonsín y Julio Cobos, seguidos por sus respectivas facciones, predomina todo el tiempo sobre la organización partidaria. El internismo, que es el mal de esa fuerza, sigue exacerbado, como se demostró en la polémica por la conducción del bloque de diputados nacionales.
Estas bajas prestaciones de la oposición tienen su raíz en un vicio generalizado en la política argentina actual: el caudillismo. Es un fenómeno que se repite aquí y allá, aunque aparezca a veces envuelto en la engañosa pátina de un marketing moderno.
Las agrupaciones políticas parecen ser cardúmenes informes que siguen a un pez guía de manera más o menos inconstante. En la mayor parte de los casos, el fenómeno constituye un proyecto biográfico, pero no alcanza a ser un proyecto político. Para serlo debería contar con algo que brilla por su ausencia: una dimensión programática.
Néstor Kirchner se encargó hasta su fallecimiento, con sus llamativos niveles de imagen negativa, de ocultar esa falencia de sus adversarios. Con sólo criticarlo y obstruirlo, bastaba para prosperar en las encuestas. La desaparición del ex presidente y el clima de duelo oficial que le siguió demuestran que a quienes se enfrentan al Gobierno les faltan recursos más sofisticados para ejercer su tarea: ideas, programas, organización, liderazgos conceptuales.
La consecuencia de estas deficiencias es la dificultad de esta clase de oposición para presentarse como una alternativa. Sobre todo, como una fuerza político-electoral que ofrezca garantías de gobernabilidad.
El silencio programático oculta un vaciamiento conceptual, que se advierte detrás del escándalo de la Cámara de Diputados: en varios bloques opositores se ausentaron diputados que hasta hoy no pueden dar una explicación consistente de su conducta.
Es justo reconocer que en el último año, por momentos, la oposición fue eficiente para impedir o llamar la atención sobre algunos desbordes del Gobierno. También contribuyó en muchas ocasiones a resaltar algunos valores, tales como los relacionados con la división de poderes y el sistema de frenos y balances republicanos. Sin embargo, rara vez pudo traducir esto en éxitos parlamentarios concretos.
Sería muy importante que las principales fuerzas opositoras encontraran nuevos ejes para trabajar en conjunto y devolverles a sus no pocos votantes la esperanza que en determinado momento supieron inspirar.