La reflexión de Magdalena Ruiz Guiñazú sobre la muerte: “No miro la hora a ver cuánto me queda"
La periodista de radio Mitre, activa en ese medio hasta hace pocos días, falleció a los 87 años.
"No miro la hora a ver cuánto me queda". Magdalena Ruíz Guiñazú no vivía pensando en su muerte, pero sí hablaba de ella. A los 87 años, después de una extensa carrera como un emblema de los medios de comunicación, falleció esta mañana. Esta es la última entrevista que otorgó a Clarín, en mayo pasado.
No le interesa el récord, pero es probable que escolte al Guinness Walter Bingham, alemán-británico de 98 años, sobreviviente del Holocausto, el periodista en actividad más longevo del mundo.
A los 80, él había golpeado la puerta en Kol Israel, una de las principales emisoras de ese país, pero lo rechazaron por "viejo". Ahora sonríe desde su programa en la Radio Nacional de Israel. No conoce a la decana del dial argentino, Magdalena Ruiz Guiñazú, premio Cerebro saludable otorgado hace ocho años por el Instituto de Neurología Cognitiva.
Siete décadas pasaron desde la primera nota que la convirtió oficialmente en periodista, una conversación con la contralto estadounidense Marian Anderson. No había cumplido la mayoría de edad cuando decidió hablarle al director de Vea y Lea, acompañada por su hermana mayor, y ofrecer el artículo. "¿Pero cuál de las dos va a realizar la entrevista?", preguntó el hombre impresionado. "Yo", se plantó Mademoiselle Guiñazú, que en el hall del Alvear finalmente interceptó a la estrella.
Desde que dio el puntapié inicial a su profesión, María Magdalena vio pasar casi 30 gobiernos y atravesó la curva que va del Télex al Tik Tok y del tabloide a la tablet. Podría estar fatigada, desganada, pero ahí anda, a puro antónimo, circulando por los pasillos de Radio Mitre, con sus ojos bien delineados y el brushing fresco, como fresca la memoria de la piel cuando se ilumina la palabra "aire": una luz roja encendida más, un nuevo triunfo de la vida.
Cada sábado, minutos antes de las 10, el estudio del segundo piso se llena de néctar de Paco Rabanne. Magda esparce la esencia, mientras pide a su operador una lista de otras gotas imprescindibles para ella: La Bohème (Charles Aznavour); Garota de Ipanema (versión Vinicius- María Creuza-Toquinho), Silbando (por la orquesta de Fresedo) o Concierto para mandolina (Vivaldi). Si se nubla o caen cuatro notas, Juampi López, las manos detrás de la máquina, ya sabe que ella necesitará escuchar Cantando bajo la lluvia.
-¿Trabajar todavía es su acto de resistencia?
-No es cuestión de resistencia, es un tema de hacer lo que te gusta, de vivir feliz. Me parece una cosa normal y lógica seguir siendo periodista.
-Podría no ser normal ni lógico...
-El periodismo es mi vida misma. ¿A quién le importa en qué año nací? A nadie. Lo importante es lo que estoy haciendo, fijate en las mediciones de Mitre, seguimos a la cabeza. Lo que importa es pasarlo bien. No me pongo a pensar cuántos años tiene cada uno. El que no está conforme con su edad, lo debe pasar mal. Yo estoy muy conforme, tengo más de 90.
-La vocación parece ser un gran motor para perpetuar el espíritu de la juventud...
-Lo es. ¡Pobre el que no encuentra una vocación! Es terrible pasar una vida sin saber lo que querías realmente.
No le tiene miedo a mañana. El miedo no es una sensación familiar. Sintió un verdadero escalofrío cuando dejaron una bala calibre 38 en el umbral de su departamento de la calle Rodríguez Peña, en 1997, mientras almorzaba con Mirtha Legrand. O ya lo había sentido cuando llamaban a su casa de manera anónima durante la dictadura. Siempre intentó no darle entidad al temor.
"Estatura: 1,65. Raza: blanca. Peso: 60/65. Cabello: rubio, matizado. Cara: triangular. Ojos: pardos", se leía en 1998 en la revista Trespuntos, que publicó un informe de inteligencia del ejército de 1982, con su ficha personal. "Posee una personalidad que la distingue del común de la gente y un carácter dominante que la impulsa a acometer con absoluta seguridad cualquier empresa".
"Vejez es quedarse quieto", definió alguna vez su amigo Cacho Fontana, que la bautizó "hallazgo" cuando la sumó a su Fontana Show de Radio Rivadavia y a su Videoshow de Teleonce. La quietud no es posibilidad aún para Doña Ruiz, que ya no se levanta a las cuatro como en épocas de Magdalena tempranísimo, sino que deja que el sueño se interrumpa naturalmente, entre las 8.30 y 9. No abandona la cama de inmediato. El primer "lujo" del día, leer esquina a esquina todos los diarios de papel.
Nunca pudo abandonar la experiencia de la lectura en celulosa. Escribir, leer, leer y escribir alternando el orden, pero nunca la frecuencia. Esos dos actos que le encienden la felicidad, la abstraen del mundo un rato, pero a la vez la hacen consciente en carne viva del aquí y ahora."¡Querida, hay que escribir con las tripas. Esto parece escrito por una señora de su casa!", le dijo una editora (Pirí Lugones) alguna vez que buceó en sus textos. MRG nunca olvidó aquella advertencia. "Soy una señora de su casa que escribe con las tripas".
Una amiga la acompaña profesionalmente en silencio desde hace casi 50 años. Es Marta Lamas, coordinadora de producción de Mitre, productora de la casa desde 1987. Era locutora cuando se conocieron, en Radio Belgrano, en 1975, y al instante estrenaron una alianza laboral perfecta, con interrupciones propias de los cambios de emisoras. Ahora apenas tienen que mirarse para que cada una sepa cuál es la necesidad de la otra al aire. Comparten la sintonía de quienes vieron desfilar diversas rupturas tecnológicas, pero entienden que no hay innovación que cambie la médula del periodismo.
"Somos de la época en que llamábamos a los entrevistados al teléfono fijo. A los entrevistados se los podía ubicar solo en su casa. Recién cuando empezó la democracia arrancó la gimnasia de despertar a los políticos", se ríe Lamas, rara avis de productora zen, serenísima. "Magda se jugó el pellejo. Fui testigo de los años en que las Madres de Plaza de Mayo iban a pedirle difusión y ella les daba un lugar".
No hay compañero que no destaque el rito de "los sandwichitos de Magda", ese gesto maternal que muestra cada vez que arriba a la radio. Tomate, huevo y jamón y queso, el clásico de su panadería de confianza con el que alimenta a su equipo.
Desde Washington, donde ahora reside, la locutora Natalia López, quien acompañó a Magdalena en su ciclo hasta el año pasado, sonríe cuando recuerda esa rutina. "Llega y abre el paquete, como si te estuviera recibiendo en su casa. Te demuestra que la radio es justamente eso, su casa. Te recibe. Y después de tantos años, sigue haciendo las cosas como si las hiciera por primera vez. Eso es mágico, lo que la mantiene tan viva".
Es bisabuela. Le fascinan los temas relacionados a OVNIS. Ama el mar y cerrar los ojos al sol, y en esa "fotosíntesis" humana que intenta aunque más no sea en el jardín de su casa, logra mantener ese histórico tono caribeño. Hasta antes de la pandemia, su ritmo a lo Legrand le permitía recorrer maratónicamente teatros. Cambió el hábito de salidora compulsiva por el de salidora moderada. Muros adentro, se despeja consumiendo “Los 8 escalones” (El Trece).
Abrecaminos, la llaman algunas periodistas, como Carolina Amoroso, que a fines de febrero llegó a Ucrania para cubrir la guerra para la pantalla de TN. "Es alguien a quien, sin conocerla, le debo haber podido emprender este camino. Porque fue eso, alguien que abrió lugares para nosotras, todas las que venimos detrás", define, mientras MRG se pone al hombro “Magdalena y la noticia deseada”, cada sábado de 10 a 12, el ciclo más escuchado en su franja (57,1, según Kantar Ibope).
Magdalena, la fuerte, no hace prensa de su gran poder de resiliencia. Eligió guardarse los dolores, o al menos no compartirlos explícitamente con su público. Quien crea que tuvo una plácida vida, libre de desgarros, desconoce el nocaut de la pérdida de su hijo Edmundo, de 28 años. Lo apodaba Prica, un juego de sílabas invertidas en referencia a Capri, "la isla más lindo del mundo". A los 18, él había sufrido un infarto, y una década después no hubo manera de salvarlo. Los otros cuatro (Alejandra, médica; Mimí, antropóloga forense; Paula, docente ligada al arte y César, arquitecto) se transformaron entonces en el bloque sólido que la arrancó de cualquier tiniebla.
En 2018 sufrió una caída doméstica, fue operada de la cadera y meses después se reincorporó a las mañanas de Mitre. En 2020, la pandemia volvió a alejarla del estudio de Mansilla, pero no del público. Hizo radio en casa, atravesó una inflamación de las arterias coronarias, hasta que este año volvió a cruzar ese umbral que se acostumbró a pisar entre 1987 y 2007 (y otra vez desde 2013).
Tal vez la autosuficiencia de esta mujer que vivió su niñez entre Ginebra y Roma por la labor de su padre diplomático se entienda desde el lugar que ocupó en aquella familia en la que disfrutó de "dos camadas de padres": la menor de nueve hermanos, cuando ella nació, María Celina Cantilo Ortiz Basualdo tenía 44 años y Enrique Ruiz Guiñazú, 52. "Eran como abuelos, por lo que mis hermanos mayores fueron mis padres jóvenes".
Nicolás Wiñazki, quien junto a su padre Miguel la acompaña al aire cada sábado, no deja de asombrarse por la dimensión de anécdotas domésticas de su compañera. Pueden nombrar al pasar a Astor Piazzolla, para que ella, con naturalidad, evoque el recuerdo de "cuando iba a comer empanadas a su casa". Un rosario de remembranzas que se supera una a otra. "La mejor amiga del Padre Mugica, la primera en entrar a la ESMA junto a la CONADEP. Su historia es espectacular, un padre Canciller que hasta se cayó de un avión, vivieron en Roma durante la Segunda Guerra Mundial. No es solo lo que vivió sino su don de gran narradora", describe el periodista que no puede camuflar la admiración. "Adorable, simpática, humilde, generosa, ejemplar por su energía. Fue vanguardista y es la número 1. Cuando tuvo que darme alguna lección, me la dio con cariño y respeto".
Dos matrimonios y una convivencia cama afuera, extraña a "El Tano", su último compañero, coequiper durante 27 años. También añora la compañía no humana, la existencia silenciosa de esos "cuatro gatos muy amados" que clavaban su mirada de lince mientras ella se sentaba a escribir. "Excelente cocinera", agrega a su ficha personal la locutora Marcela Labarca, de las tantas que brindaron en su mesa aquellas noches en que la autora de una decena de libros y dueña de 15 Martín Fierro era la anfitriona, aplaudida por sus mariscos y su arroz al azafrán.
-Ahora que se repiensan los viejos paradigmas: ¿A usted como mujer le costó más abrirse camino en el periodismo?
-No fue más difícil por ser mujer. Es simplemente una cuestión de trabajo. No creo que sea una cuestión para plantear de un sexo a otro, simplemente depende de cómo hagas tu trabajo, cómo analices la realidad que estás viviendo. Sin dar nombres, creo que hay toda una generación de chicas jóvenes y preparadas con un nivel altísimo.
-¿Qué escribe por estos días?
-Pensamientos en voz alta, no un diario personal. Textos sueltos en la computadora. Pero no pienso en un libro todavía.
-¿Intuye/imagina quién podría ser el próximo presidente de la Argentina?
-No tengo idea. Nadie puede anticiparse a un hecho tan difícil.
Ahora Magdalena tiene que irse y pide disculpas. Subirá a un auto con su pulcro barbijo y tal vez a bordo reviva el viaje corto más lúcido de su vida, junto a Jorge Luis Borges en un Fiat Europa, en los ochenta. Cuenta la leyenda que ella lo pasó a buscar por la esquina de Maipú y Marcelo T. de Alvear y a medida que avanzaban lo escuchó murmurar. "Estoy rezando", le dijo. "Creí que usted no era una persona religiosa", acotó ella. "Estaba recordando el Padrenuestro en rúnico, señora, un término escandinavo relativo a lo escrito en las ruinas. Ante la impaciencia, suele ser útil la oración".
Alguna vez la debutante periodista le preguntó a su primera entrevistada: "¿Qué es la felicidad". La cantante de Filadelfia, Marian Anderson, le dijo que el concepto no podía ser permanente. "Cuando yo era chica y pobre, cantaba en el coro de la Iglesia metodista. Mi mayor felicidad era pasar la mano por el lustroso Ford azul que el pastor estacionaba en la puerta", le contó.
Magdalena dice que ahora la felicidad es ese segundo en que hace radio y no piensa en lo que pudo haber perdido o en lo que vendrá. Como esa chica con fe, se centra en el presente perfecto. Tal vez así no le falta nada. "Mientras tanto, disfruto. No voy a estar mirando la hora a ver cuánto me queda".
(Extraído del diario Clarín)
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