La reducción de la pobreza
* Por Andrés Oppenheimer. Contrariamente a las lúgubres noticias económicas sobre Europa y Estados Unidos, un nuevo informe de las Naciones Unidas ofrece buenas noticias sobre Latinoamérica: dice que los niveles de pobreza de la región han caído a su nivel más bajo en 20 años, y seguirán bajando en el 2012.
Previsiblemente, el comunicado de prensa del 29 de noviembre de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de la ONU generó titulares celebratorios en toda Latinoamérica. Funcionarios gubernamentales de varios países citaron la noticia para respaldar sus afirmaciones de que, por una vez, a Latinoamérica le va mucho mejor que a los países del Primer Mundo que hasta hace poco le daban lecciones de manejo económico a la región.
¿Pero son tan auspiciosas como suenan a primera vista estas cifras de la Cepal? Antes de responder esta pregunta, veamos lo que dice el nuevo informe, y lo que me dijo la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, en una entrevista pocas horas después de la publicación del informe.
Entre 1990 y 2010, el índice de pobreza en Latinoamérica cayó 17 puntos porcentuales (a 31 por ciento), y el índice de pobreza extrema cayó más de 10 puntos (a 12 por ciento), según el informe de la Cepal.
Más recientemente, entre el 2009 y el 2010, la mayor disminución de la pobreza se produjo en los países sudamericanos exportadores de materias primas, tales como Perú, Ecuador, Argentina, Uruguay y Colombia. En comparación, México y Honduras, que están estrechamente vinculados con la debilitada economía de Estados Unidos, sufrieron un leve aumento de sus niveles de pobreza desde la crisis económica estadounidense del 2008.
Cuando le pregunté a Bárcena si cree que la pobreza seguirá disminuyendo en Latinoamérica en el futuro, o si la tendencia se revertirá apenas caigan los precios de las materias primas, la funcionaria me dijo que es optimista con respecto al futuro de la región.
La disminución de la pobreza durante las últimas dos décadas es "una gran noticia para Latinoamérica", entre otras cosas porque está produciendo una ampliación de la clase media que generará mayor actividad económica independientemente de factores externos a la región, dijo Bárcena.
¿Pero el informe no pinta un cuadro incompleto, al no señalar que la reducción de la pobreza en la región fue mínima comparada con la de países asiáticos?, le pregunté.
De hecho, las propias estimaciones de la Cepal revelan que en 1990, China y sus vecinos del Pacífico asiático tenían más del 60 por ciento de su población viviendo en extrema pobreza, mientras el dato comparativo en Latinoamérica era del 23 por ciento de la población. Desde entonces hasta hoy, los índices de pobreza extrema de Asia han disminuido casi 50 puntos porcentuales, mientras que en Latinoamérica la disminución fue de apenas 10 puntos porcentuales.
"Es cierto, y eso dice muchísimo", me dijo Bárcena, refiriéndose a que la región Asia-Pacífico ha sido mucho más exitosa que Latinoamérica en el combate contra la pobreza.
Los países asiáticos han sido más exitosos porque tienen una mejor distribución del ingreso, una mayor integración económica y mejores niveles de educación, de ciencia y tecnología, dijo.
Mi opinión: no quiero ser un aguafiestas, pero la noticia de la reducción de la pobreza sólo pintó el lado positivo de la realidad.
El hecho es que gran parte del reciente boom económico de Latinoamérica se debe a que China está comprando masivamente materias primas de la región, algo que probablemente no siga ocurriendo en los próximos años.
Hay tres razones fundamentales por las que los países asiáticos han reducido más la pobreza que los latinoamericanos: la educación, la educación y la educación.
Los países asiáticos han estimulado una cultura de la educación de calidad —acentuando el rigor académico y la internacionalización de sus universidades— que les permite producir bienes cada vez más sofisticados que producen empleos cada vez mejor pagos, mientras que la mayoría de los países latinoamericanos se han concentrado en ampliar la cantidad de niños en la escuela, sin mayor preocupación por la excelencia académica.
Yo también soy optimista con respecto a Latinoamérica: la región tiene la mejor oportunidad de los últimos tiempos de despegar en la escena internacional.
Pero me temo que festejar los nuevos datos sin ponerlos en un contexto mundial —y sin embarcarse en la tarea de mejorar los estándares educativos— sólo conducirá a la autocomplacencia, que es la mayor enemiga de la competitividad y el progreso.