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La realpolitik y la realmoral

*Por Mario Diament. Uno no puede menos que sentir cierta simpatía por las tribulaciones de Barack Obama.

Tras haber inaugurado su presidencia bajo el peso de dos guerras y el más grave colapso económico mundial desde la crisis de 1929, debe ahora confrontar un mundo árabe en estado de impredecible turbulencia y una de las mayores catástrofes nucleares de la historia.

La tragedia del Japón es lo que es y no hay ideología que pueda aliviarla, excepto considerar la conveniencia de seguir jugando a la ruleta rusa, generando energía por medio de reactores nucleares.

Pero los levantamientos en el mundo árabe están replanteando el tablero político mundial, lo que obliga a Obama a someterse a una vertiginosa serie de partidas simultáneas, donde las incertidumbres abundan, en tanto que las certezas escasean.

Cada uno de los países en los que se han producido asonadas populares - Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Libia, Siria - representa un conjunto de intereses estratégicos, militares y económicos diferente para los Estados Unidos, además de las consideraciones éticas y humanitarias, lo cual determina que las respuestas no puedan ser parecidas y ni siquiera principistas.

La decisión de atacar a Libia magnifica estas contradicciones. A pesar de contar con el voto favorable de las Naciones Unidas y el apoyo de la Liga Arabe, la intervención es percibida universalmente como una operación militar norteamericana, o dicho de otra manera, la apertura de un tercer frente beligerante en el mundo musulmán.

Obama es consciente de esto, y del hecho de que llegó a la Casa Blanca como el Presidente que iba a sacar a los Estados Unidos del atolladero de Irak y Afganistán y no el que iba a meterlos en una nueva guerra.

Es cierto que permitir que Gadafi cumpliera con su anunciado propósito de eliminar a la oposición ‘como cucarachas‘ desafiaba todo sentido de responsabilidad humanitaria, pero las guerras tienen su propio raciocinio y si bien es fácil saber cómo empiezan, es siempre difícil sabe cómo terminan. Bastará un solo accidente para que la ola de apoyo se revierta.

Hay que reconocer que así como existe una realpolitik, existe una realmoral. La realpolitik, tal cual la definió originalmente Ludwig von Rochau, un político y escritor alemán que vivió en el siglo XIX, consiste en comprender que la ley del más fuerte en la vida política cumple la misma función que la ley de gravedad en el mundo material.

De la misma manera, uno podría decir que la realmoral consiste en comprender que los principios morales tienen validez en tanto y en cuanto no interfieran con los intereses políticos, estratégicos y económicos de las naciones.

Es pues, la realmoral la que justifica la intervención militar en Libia y la que explica la reticencia de Washington a avalar la caída de los regímenes gobernantes en Bahréin y Yemen.
Poco importa si los reclamos populares en Bahréin y Yemen tienen más legitimidad que el alzamiento sedicioso en Libia. En Bahréin, una minoría sunni gobierna sobre una mayoría shiita, lo cual está lejos de reflejar el ideal democrático.

Pero todo el mundo sospecha lo que sucederá si esta situación se revierte: lejos de mantenerse en la órbita de Arabia Saudita (léase, Estados Unidos), el pequeño reino petrolero, controlado por la familia al-Khalifa, pasaría a incorporarse a la zona de influencia de Irán.

Yemen, por otra parte, es uno de los países más pobres el mundo árabe y una dictadura brutal. Pero, estratégicamente, es de suma importancia para los Estados Unidos debido a la fuerte presencia de una subsidiaria de Al-Queida.

La administración Obama ha invertido mucho esfuerzo y recursos en cultivar la colaboración del presidente Alí Abdulah Saleh en sus operaciones antiterroristas y la perspectiva de deshacerse de él sin saber quién viene detrás no es algo que se quiera considerar.

Libia, en cambio, no es aliada de nadie y Moammar Gaddaffi es universalmente detestado (con la posible excepción de Chávez y Ortega) y sus acciones han sido claramente criminales.

Lo cual no significa aún que las operaciones militares emprendidas por los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña vayan a provocar su caída, ni que los sucesos en Libia correspondan exactamente a lo que podría definirse como un alzamiento popular.

Como todo gobernante forzado a elegir entre la política y la realpolítik y la moral y la realmoral, Obama es un hombre atrapado. Tal vez su habilidad merezca reconocimiento, pero su credibilidad difícilmente salga indemne.