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La realidad de la calle y el sueño del rejunte opositor

*Por Daniel Cecchini. Cuando anoche se conocían los resultados de la elección salteña, se cumplía el tercer capítulo del año electoral que culminará con las presidenciales del 23 de octubre.

Si no hay sorpresas –al cierre de esta edición se conocía el resultado–, el gobernador Juan Manuel Urtubey, alineado con el kirchnerismo, habría obtenido un nuevo mandato en la provincia de las peñas y los buenos vinos.

Mientras tanto, a nivel nacional, el heterogéneo campo opositor oscila pendularmente –sin resolución a la vista– entre las apetencias personales de los precandidatos e imposibles convocatorias a la conformación de una alianza contrera que no convencen ni a quienes las declaman.

En este contexto, la segunda etapa, ayer, de la liliputiense interna del peronismo disidente; el llamado de Mauricio Macri a armar de cualquier manera un rejunte para enfrentar al oficialismo, y la renuncia de Julio Cobos a la precandidatura presidencial del radicalismo ponen en evidencia la precariedad política del variopinto mosaico de la oposición. La nota más patética la dio el propio Cobos al prometer que seguirá siendo vicepresidente hasta el 10 de diciembre, para "demostrar que un radical puede terminar su mandato". Testimonial, lo suyo.

La tele y la calle. Aunque en conjunto las tres primeras provincias en elegir gobernador representan menos del 5% del padrón nacional –Catamarca el 0,9%, Chubut el 1,2% y Salta el 2,4%–, los resultados de las dos primeras impactaron como un cross a la mandíbula en el conglomerado opositor y en sus titiriteros del establishment, quienes de la noche a la mañana descubrieron que ni la realidad política ni la del sentir popular pueden manejarse desde las pantallas monopólicas de televisión.

La derrota de Brizuela del Moral a manos de la candidata kirchnerista Lucía Corpacci en Catamarca fue un duro golpe para las ilusiones del radicalismo, que contaba con el efecto psicológico de inaugurar el año electoral con una victoria. El escandaloso y aún incierto final en Chubut no sólo acabó con la quimérica carrera presidencial de Mario Das Neves sino que puso en evidencia la jibarización interna y externa del peronismo disidente. Una victoria de Urtubey ayer no haría más que reafirmar la fortaleza electoral del kirchnerismo, apoyada en una constante gestión a nivel nacional y en la potencia de la imagen positiva de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que al final de su primer mandato recuperó el nivel que tenía cuando fue elegida.

La incuestionable realidad de los votos empieza a derrumbar las ficciones construidas y propaladas por las usinas periodísticas del monopolio. Títeres y titiriteros enfrentan impotentes el final de la política mediatizada de los ’90, que proponía la desmovilización popular –en realidad, la desaparición del pueblo como actor político activo– para instaurar una democracia ficcionalizada que la gente –esa invención mediática- miraba pasivamente por televisión.

La participación masiva y ordenada en los festejos del Bicentenario mostró que millones de argentinos volvían a sentirse protagonistas de la vida de su país. Que querían serlo, a pesar del poderoso boicot periodístico y propagandístico del establishment que intentó desmovilizarlos con amenazas de caos e inseguridad. Esa necesidad de participar volvió a manifestarse en la plaza en octubre pasado, cuando cientos de miles fueron a despedir los restos de Néstor Kirchner.

Hoy, en términos de campaña electoral, el kirchnerismo es la única fuerza nacional capaz de realizar actos masivos sin temor a que sus oradores se queden discurseando en el desierto. Del lado opositor, la propia existencia de sus candidatos se juega en los medios monopólicos, que eligen a quiénes invitan y a quiénes no. Esta suerte de dictadura mediática sobre la existencia política de un candidato es una de las razones –aunque no la única– de la cerrada defensa que hacen del Grupo Clarín cada vez que Magnetto se los exige. Así y todo, ni siquiera mediante esta saturación de presencia televisiva logran moverse ni un punto hacia arriba en las encuestas sobre intención de voto.

En el contrapunto de estos dos escenarios –el de la calle y el mediático, el de la participación popular y el de la ficción desmovilizadora– pueden leerse los primeros resultados electorales. Y también los que vendrán.

El rejunte del monopolio. Hace unos días, la jugada de Clarín que aprovechó un mínimo bloqueo sindical de una de las puertas de su planta de la calle Zepita para no sacar el diario a la calle, disparó una nueva ficción de unidad en el rejunte opositor, ahora en nombre de la "libertad de expresión".

Acicateados por Magnetto, los aspirantes presidenciales Macri, Duhalde, Solá, Sanz, Alfonsín y Carrió firmaron un documento que llamaba a "cuidar la democracia". Cobos (quizás para demostrar que un radical puede terminar su mandato), Rodríguez Saá (en el marco de su interna con Duhalde por la candidatura de Liliput), Solanas, Stolbizer y los socialistas, quizás en honor a la racionalidad política, prefirieron no hacerlo.

Casi al mismo tiempo, Macri, Duhalde y Sanz se pronunciaron –cada uno a su manera– por la conformación de un frente electoral con una única y desesperada consigna: rejuntarse para juntar (o juntarse para rejuntar) todos los votos antikirchneristas. "Tenemos que dejar las mezquindades y las pequeñeces de lado para sentarnos a una misma mesa los que representamos al 60% de los argentinos", disparó Macri. "Sigo trabajando por un proyecto de mayoría que le gane al kirchnerismo en octubre. No me resigno a menos", twitteó Sanz. Duhalde fue el más pragmático de todos: "Tenemos que unirnos, porque si no Cristina saca el 40% y nos gana. Hay que armar frentes, sería letal para el Gobierno", se sinceró.

Ninguno de los tres reparó en la inviabilidad de esta suerte de Grupo A electoral. Cada uno por sus razones: Macri sabe que sin un aparato nacional detrás, sus posibilidades son nulas (quien más lo sabe es su asesor Durán Barba, que viene insistiendo para que se baje de las nacionales y vuelva a competir por la Ciudad); Sanz se sabe perdidoso con Alfonsín en la improbable interna de agosto y busca participar de un nuevo armado que le deje alguna tajada de poder; y Duhalde apuesta a seguir fungiendo de imaginario armador de estructuras, sin darse cuenta de que desde hace tiempo no es más que un rey desnudo. Sordo, además, porque hace rato que la realidad le viene gritando que se quedó sin ropa.

Alfonsín salió rápido a decir que no. Casi ungido como candidato presidencial, prefiere buscar probables alianzas con el socialismo y el GEN, y una más improbable con el Proyecto Sur de Solanas. En sus cálculos está un segundo puesto en las elecciones de octubre que, quizá, le abra las puertas de un milagroso ballottage. La profética Carrió reiteró que no se junta con "corruptos", y Solanas (que esta semana volvió a mirar con cariño una posible candidatura a jefe de Gobierno en lugar de jugar en las presidenciales) dijo que armar un frente de esas características sería darle continuidad al odiado bipartidismo. Hermes Binner, que espera un resultado favorable en Santa Fe para sentirse protagonista en la escena nacional, permaneció en silencio, pero nada indica que el socialismo podría prenderse en semejante rejunte.

La cuenta regresiva de octubre corre cada día con mayor vértigo. Y cada noche, el sueño de Magnetto y sus aliados del establishment se va diluyendo frente a la realidad. Lograr, de cualquier manera, la derrota del kirchnerismo en las presidenciales del 23 de octubre se les va transformando en una pesadilla. La apuesta de postergar el cumplimiento de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, de seguir frenando los exámenes de ADN de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, de desactivar la causa que investiga la apropiación de Papel Prensa sólo tiene sentido si el kirchnerismo es derrotado en octubre. Si no, deberá enfrentar la realidad.