La Quinta de Olivos en la era Kirchner: maltratos, gritos y millones de dólares bajo el colchón
Tras el audio con Parrilli, reflotan dichos de quienes vivieron varios años con los Kirchner en la Residencia Presidencial.
"Me pueden culpar a mí si les falta algo", dijo en su momento una de las empleadas encargadas de ordenar la habitación del matrimonio presidencial en la Quinta de Olivos y no podía evitar ver montones de dólares en fajos prolijamente parejos, escondidos entre el sommier y el colchón donde cada día dormían Néstor y Cristina Kirchner, según cuenta Clarín.
Cristina Fernández, siendo Presidenta, no quería ver a ningún empleado cuando ella salía a los jardines o cuando partía para la Casa Rosada. Todo era mezcla de temor a que espiaran sus movimientos hasta coquetería, cuando salía con sus rollers y su entrenador personal.
En esas circunstancias, los empleados debían esconderse detrás de los árboles; y si no hacían a tiempo a esconderse, simplemente debían darse vuelta y darle la espalda a la jefa de Estado para no observarla.
Un día, la Presidenta salió sorpresivamente de su despacho en Olivos y se topó con un grupo de hombres que cortaban el pasto y se dedicaban a tareas de jardinería: "¡Se mandan a mudar todos de acá!", fue el grito que alejó a los empleados de esa zona en segundos.
"Mandaban a comprar pan fresco. Pero a nosotros nos daban siempre, el pan del día anterior con la comida. ¿Tanto les costaba comprar un poco más para nosotros?", asegura resignado uno de los que padeció los malos modales.
Pero no era sólo la ex presidente: su hija Florencia, cuando vivía allí, solía devolver la comida que le preparaban los cocineros de Olivos, un par de ellos, reconocidos como buenos chefs. Un día, Cristina llamó a los responsables y les espetó: "Les pido que le lleven comida decente a mi hija."
Así fue que desde el 11 de diciembre de 2015 el trato normal de los funcionarios fuera una novedad, como el caso del electricista que no le respondía a un flamante funcionario que le preguntaba sobre un problema de energía en la Casa de Huéspedes. "Es que no estoy acostumbrado a que me hablen", se disculpó el trabajador.