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La prueba griega

*Por Jorge Todesca. La intervención del Fondo Monetario Internacional frente a la crisis griega pondrá a prueba cuantas lecciones aprendió el organismo financiero de sus fallidas intervenciones en la década de los noventa.

En particular, después de la crisis argentina, corrieron ríos de tinta adentro y afuera del FMI con reflexiones acerca de la razón de los fracasos de los programas aplicados en varios países latinoamericanos y de otras regiones.

Nunca quedaron demasiado claras las conclusiones de estos análisis. Era difícil identificar cuáles serían las nuevas modalidades de intervención en caso de nuevas crisis.

Finalmente, llegó el momento de poner a prueba las lecciones con los programas que comenzaron a aplicarse en varios países afectados por la crisis. Pero el caso griego será seguramente el más emblemático por las características de los desequilibrios en dicho país y por el permanente riesgo de que, finalmente, la crisis lleve a que Grecia se aparte del euro.

La deuda pública griega equivale a algo más del 150% del PBI y su economía primero se estancó y en los últimos tres años acumula una caída del 11%. La inversión se ha desplomado en más de un 50% en ese mismo período.

El desafío no es menor, porque la productividad de la economía equivale, en algunos sectores, a la mitad de la Unión Europea.

La receta que se está aplicando recuerda algunos momentos previos al colapso de la convertibilidad. Dado que no se puede devaluar la moneda, hay que rebajar los costos internos para hacer la economía más competitiva y, en efecto, los salarios han caído alrededor de un 8% en el último año.

La reducción de los salarios ha conducido a una mayor debilidad de la demanda interna y, aunque las exportaciones han crecido, no es mucho lo que pueden aportar al crecimiento.

Para completar el panorama, se plantea un fuerte ajuste fiscal para reducir el déficit en las cuentas públicas.

El programa de ajuste griego comprende una gran transformación del Estado, con reducción de empleados públicos y agencias gubernamentales; desregulación en muchas áreas de la vida económica y una agenda amplia de otras reformas.

Si se contrasta este programa con los de la década de 1990 no hay más diferencias que el hecho de que está acompañado de una enorme asistencia financiera externa, equivalente por varios años a un 20% del PBI.

En las reflexiones autocríticas que en su momento realizó una oficina especial del FMI sobre su actuación durante la década de 1990, uno de los puntos que mereció evaluación más negativa era la inclusión de múltiples reformas institucionales, poco vinculadas al desarrollo inmediato de la crisis, dentro de los acuerdos con los países asistidos. Ahora es exactamente lo que el acuerdo con Grecia incluye ampliamente. Aunque muchas de esas reformas pudieran ser necesarias, se vuelve a caer en el error de confiar en que ellas serán un componente importante en la superación de la crisis. Al revisar esa agenda y los informes periódicos sobre la marcha del programa, es fácil advertir la tremenda convulsión política que están causando las reformas, que en muchos casos requieren aprobación legislativa.

En síntesis, el actual programa con Grecia tiene una gran similitud con los que se aplicaron en la Argentina en una carrera desesperada por mantener la convertibilidad. Las “lecciones” de los noventa han pasado al olvido y todo está como era entonces.