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La propuesta de Macri para unificar la oposición

A principios de mes una quincena de dirigentes nacionales de diversos partidos políticos firmó un documento con el objetivo de cuidar la democracia, para lo cual se comprometieron en caso de ser gobierno a partir de diciembre de este año a respetar la libertad de expresión, la independencia y los fallos de la Justicia, etcétera.

El martes 12 de abril el líder del PRO, Mauricio Macri, duplicó la apuesta y lanzó seis propuestas que conformarían las principales políticas públicas bajo las cuales la oposición haría algún tipo de alianza, frente o acuerdo. Estos "seis ejes" consisten en 1) "educación gratuita y de calidad para todos" mediante la capacitación de docentes y la incorporación de tecnología, 2) "pobreza cero en 10 años y hambre cero ya" logrado por políticas sociales de inclusión, 3) aumentar el empleo mediante una "política de industrialización y un plan de infraestructura ambicioso", 4) mayor seguridad a través del combate a la droga y un plan de educación para los más jóvenes, 5) mejoramiento de la infraestructura que consistiría en inversiones en caminos, ferrocarriles, energía y puertos y 6) un pacto fiscal por el cual lograr un "comportamiento más federal" y la eliminación de distorsiones impositivas.

Obviamente, cuando se intenta realizar un acuerdo programático y electoral entre muchos partidos políticos los márgenes del mismo deben ser lo más amplios posible. Es decir, habrá que resignar algunos proyectos propios y aceptar otros de terceros. Sin embargo, uno tiene la sensación de que estos seis puntos presentados por Macri son objetivos que separados igual suscribirían todos los partidos políticos argentinos con probabilidades ciertas de gobernar en los próximos cuatro años: todas las expresiones del PJ, PRO, la Coalición Cívica, el radicalismo, el socialismo o el Proyecto Sur de Pino Solanas. Seguramente el Frente para la Victoria (kirchnerismo) también firmaría al pie del acuerdo. La pregunta clave es: ¿cuáles son los instrumentos o medios para llegar a dichos objetivos? Todas las personas en el mundo siempre prefieren más bienes y servicios ya que lo primero permite satisfacer más necesidades y mejorar el bienestar personal. La clave es cómo alcanzar mayores niveles de producción. Y acá entran a jugar las instituciones o reglas de juego que estructuran incentivos a favor o en contra de la creación de riqueza. Por ejemplo, si pusiéramos un impuesto del 80% sobre la producción de pelotas de fútbol probablemente la oferta de dicho bien disminuiría porque sus fabricantes se dedicarían a otra cosa. Si cargáramos de impuestos al mercado laboral probablemente la creación de empleo decrecería. Si bajáramos las trabas y regulaciones a la exportación de carne con seguridad la cría de ganado aumentaría.

Entonces, cualquier acuerdo político que apoye los seis puntos propuestos por Macri deberá, necesariamente, definir también los instrumentos o medios mediante los cuales se intentará llegar a, por ejemplo, una menor pobreza en una década. Hace 300 años, aproximadamente, el 99% de las personas que habitaban el planeta eran pobres. Entre los siglos XVI y XVIII se fue configurando una serie de instituciones en algunos países de Europa Occidental: mayores restricciones al poder del monarca mediante la división de poderes y el Estado de derecho, mayores garantías a los derechos de propiedad, menores barreras al comercio, un sistema tributario no confiscatorio y una mayor independencia de los jueces del poder político, entre las reglas más relevantes. Se habían instalado los incentivos para generar un proceso de ahorro, inversión, mayor productividad y, por ende, mayor cantidad de bienes y servicios. Entre el año 0 y 1820 la población mundial creció desde los 225 millones hasta los 1.000 millones (4,5 veces en 18 siglos) y desde 1820 hasta principios del siglo XXI la cantidad de personas creció hasta los 7.000 millones (siete veces en doscientos años). En los últimos dos siglos la población mundial creció seis veces y el ingreso per cápita mundial, nueve veces. Este fenómeno nunca antes observado en la historia de la humanidad fue posible porque la producción mundial aumentó, en el mismo lapso, 60 veces. Claro que en algunos países el progreso fue mayor que en otros; concretamente, en aquellos países o regiones donde aquellas reglas de juego o instituciones mencionadas fueron más respetadas. A principios del siglo XV prácticamente todo el planeta tenía un salario real similar (excepto los reyes y nobles).

Dos siglos más tarde, países como Holanda y Bélgica ya se diferenciaban del resto gracias a su espectacular "revolución comercial"; un siglo más tarde, como consecuencia de la "revolución industrial", se le sumaban Gran Bretaña, Estados Unidos, Dinamarca y otros países europeos occidentales. Hacia 1910, gracias a la incorporación –parcial– de aquellas instituciones exitosas, la Argentina ya había logrado transitar un proceso de cinco o seis décadas de crecimiento exitoso que la depositaba entre las naciones de mayor ingreso per cápita del planeta (entre las diez primeras). Hoy se ubica alrededor del puesto 40, lejos de aquellos países que veía "desde arriba" hace un siglo (España, Italia, Francia, Finlandia, Noruega o Suecia).

¿Estarán dispuestos a aceptar los partidos de oposición aquellas instituciones que permitieron y permiten alcanzar un proceso de crecimiento económico exitoso? Respeto por los derechos de propiedad, impuestos bajos y pagables, una economía abierta, un gasto público orientado a brindar eficiente y eficazmente los servicios de seguridad, justicia, educación y salud básicos; menores barreras para abrir un negocio, menores trabas para contratar gente, eliminación de los controles de precios y de producción, mayor responsabilidad fiscal mediante restricciones al endeudamiento, la carga tributaria y la imposibilidad de emitir dinero para financiar el gasto público. Estas instituciones significarían un giro copernicano en la Argentina. Claro que para que los dirigentes estén dispuestos a aceptarlas e implementarlas tienen que saber que una importante mayoría de la población del país apoya estas reglas de juego. Ésa es la gran duda que sobrevuela en el país: si el electorado en su mayoría estará dispuesto a elegir propuestas orientadas a la recurrente redistribución de los ingresos y patrimonios ajenos o hacia la creación de riqueza.