La pobreza, ¿problema insoluble?
Cifras recientes demuestran la persistencia de la pobreza, sobre todo en nuestros niños y jóvenes. Es un problema estructural que, por lo tanto, requiere también cambios estructurales.
Sería ocioso señalar el valor relativo de las estadísticas cuando estas ponen de relieve un hecho tan doloroso como los elevados porcentajes de pobreza que se registran entre los niños y jóvenes, tanto en Córdoba como en el resto del país. Según cifras difundidas por el Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (Ieral), de la Fundación Mediterránea, 288 mil chicos menores de 18 años son pobres en Córdoba y hay cuatro millones que viven en esa condición en el país.
Frente a semejante realidad, mueren todos los argumentos y sólo cabe la actitud que expuso, cuando estos números fueron hechos públicos, el fundador de la Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin), Abel Albino: "Trabajo con la pobreza y la desnutrición porque me da asco. Es el primer problema de Argentina y de América latina, es un escándalo", dijo el médico pediatra, especialista en desnutrición infantil.
Hay que decir, incluso, que la pobreza es más escandalosa todavía cuando se registra en países potencialmente ricos como la Argentina, que ha crecido a tasas elevadas en los últimos años y cuyo Gobierno, que no reniega de su carácter populista, lleva adelante una variada gama de políticas asistencialistas para erradicarla.
Sin embargo, o esas políticas no están bien encaminadas, como parecen indicarlo algunos casos resonantes de corrupción, o resultan insuficientes para enfrentar un problema en el que es difícil mover la aguja de los números.
Es lo que muestran las cifras del Ieral, que, por un lado, registran una baja entre el pico de la crisis en 2003, con 63,2 por ciento en la pobreza, y los datos de 2010 (34,8 por ciento) y, por otro, revelan que, pese a esos avances circunstanciales, estamos casi en la misma situación que en los primeros años de la década de 1990.
Según los cálculos de Ieral, que toma para la canasta de bienes y servicios una cifra superior en casi mil pesos a la que usa el organismo oficial para medir la pobreza (2.250 pesos contra 1.300), en 1991 el 21,5 por ciento de población era pobre, mientras que en el segundo semestre de 2010 esa tasa fue de 22,1 por ciento.
Si se considera que entre ambos momentos median también políticas económicas muy diferentes, cuando no opuestas, habrá que concluir que nos encontramos frente a un problema estructural, sistémico, que no es exclusivo de nuestro país. Para moderar su impacto, se requiere, pues, algo más que planes asistenciales.
Ante un problema estructural, los cambios tendrán que ser, también, estructurales. Para implementarlos, se necesita un amplio consenso político y social que, a decir verdad, no se avizora en el actual escenario electoral.
Mientras tanto, no sólo es escandalosa la pobreza de nuestros niños, sino también la incomprensible manipulación de las estadísticas para ocultarla.