La piedra filosofal
Por Umberto Eco. Este verano (boreal), el editor italiano Forni publicó una segunda edición anastática -un tipo de impresión en relieve- de "Los volcanes: O montañas ardientes que vomitan fuego, famosos en el mundo", por Athanasius Kircher.
Esta reimpresión del libro, ampliamente conocido en su título original en latín, "Mundus Subterraneus", está basado en la tercera y más completa edición, de 1678, y tiene un precio de 230 euros, o unos 326 dólares -no una suma insignificante, aunque si usted quisiera un ejemplar de la edición original tendría que gastar cerca de 10.000 euros-. Otra edición anastática apareció hace algunos años, con ocasión de una conferencia internacional de geología, y el hecho de que ahora haya vuelto a imprimirse nos dice lo interesante que es este libro tanto para los amantes de lo maravilloso -gracias a sus grabados de monstruos y llamas subterráneas- como para los especialistas que lo consideran una de las primeras contribuciones científicas a la vulcanología.
Hoy en día, Kirchner es más renombrado por sus errores científicos que sus descubrimientos más o menos confiables. Pero "Mundus Subterraneus" es quizá la obra en que mejor quedan reveladas sus habilidades como observador. El libro fue tomado muy en serio en la época de Kirchner: antes de que la primera edición fuera publicada en 1664, Henry Oldenburg, secretario de la Real Sociedad de Londres, escribió acerca de él al autor Robert Boyle; y el filósofo Baruch Spinoza posteriormente envió un ejemplar al físico Christian Huygens.
Kirchner es fiel a su estilo en esta obra: con una sed voraz e insaciable de conocimiento, nos habla de la Luna y el Sol: las mareas; corrientes marítimas; eclipses, aguas y fuegos subterráneos; ríos; lagos y afluentes del Nilo; las salinas y las minas; fósiles; metales; insectos y hierbas; destilación; pirotecnia; generación espontánea y su teoría opuesta, panspermia. Pero con la misma seguridad en sí mismo también nos escribe -y nos muestra imágenes- de dragones y gigantes. Por supuesto, muchos ilustres naturalistas, desde Ulisse Aldrovandi en el siglo XVI hasta George Johnston en el siglo IXX, no podían dejar de lado los dragones; además, Kirchner muestra que algo sabía de iguanas, y si usted alguna vez ha visto una iguana comprenderá cómo es posible tomar en serio la noción de los dragones.
LA ALQUIMIA
De todos los tópicos tratados en "Mundus Subterraneus", sin embargo, hay uno en particular que quisiera discutir. Quizá este tema es de menor interés para los devotos del volumen del geólogo, pero es muy importante en la historia de la cultura. En el Libro 11, Kirchner decidió tratar la alquimia. Primero, se dedicó a releer la totalidad del canon alquémico, desde las fuentes antiguas. Empezó con el casi mítico Hermes Trismegistus, de la Alejandría del siglo IV a.C., pero no pasa por alto las fuentes cópticas, judías o árabes; luego saltó a los alquimistas del siglo XIII, como Arnaldo di Villanova y Roger Bacon, y el monje Basil Valentine del siglo XV. A continuación, Kirchner colocó varios tipos de hornos en su laboratorio, reunió varias recetas alquémicas de siglos de antigüedad, las puso a prueba y las sometió a críticas. Resulta evidente que en el proceso de probar (y volver a probar) estos principios tradicionales, acogió a un gran número de tipos dudosos en su laboratorio para que le enseñaran cómo usar los diversos artefactos.
Kirchner examinó estos procedimientos alquémicos como parte de un intento de identificar cuáles principios podía ser explicados mediante la lógica -sin apoyarse en ninguna hipótesis acerca de la Piedra Filosofal-. En el proceso trazó una diferencia entre la gente que creía que la trasmutación alquémica era imposible, pero continuaba sus investigaciones químicas por otras razones, y los granujas que empleaban la alquimia para vender imitaciones de oro y plata. Esto no era poca cosa en los tiempos de Kirchner. De hecho, se colocó en el bando opuesto del debate respecto de Paracelso, el legendario alquimista y médico suizo del siglo XVI que creía vehementemente en la existencia de la Piedra Filosofal; y atacó a otras autoridades reconocidas en alquimia de los siglos XVI y XVII como Michael Sendivogius y Robert Fludd, asestando un exorcista golpe de sable contra la tradición de los Rosacruces que había estado seduciendo a buena parte de Europa durante unos 40 años. Kirchner, por supuesto, era jesuita, alineado con la cultura de la contra-reforma opuesta a la tradición protestante de la que habían emergido los manifiestos rosacruces.
UNA MEZCLA RARA
Tomando todo en cuenta, sin embargo, es notable pensar que a mediados del siglo XVII Kirchner estaba luchando por una visión más racional y experimental de la química del futuro -pese a que no podía haber sabido que la tradición alquímica continuaría hasta estos días-. (Y sin duda continúa hasta hoy: para prueba, todo lo que tiene que hacer es visitar cualquier librería que ofrezca basura seudo-hermética).
Es difícil clasificar a Kirchner, cuya vida entera fue una mezcla de narrativa irreprimible y algunas nociones reveladoras que fueron, si no totalmente correctas, sí casi correctas. Personaje barroco si los hay, fascinó generalmente a los surrealistas más que a los científicos. Así pues, me parece acertado que su obra haya sido conmemorada por la comunidad científica.