La perpetuación de la pobreza
Un estudio demuestra que por la alta precariedad laboral cede poco el número de pobres en la Argentina.
La realidad sigue sin someterse a los deseos del Gobierno. No importa que muchos números se falseen y las estadísticas oficiales se dibujen. Hay cosas que no se pueden disimular u ocultar porque la verdad siempre termina imponiéndose.
Hace poco más de un mes, en nuestro editorial "Pobreza: el mundo del revés", nos referíamos justamente a que, según una información suministrada por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina, los actuales niveles de pobreza son entre tres y cuatro veces superiores a los informados por el Indec, y la razón para esa enorme diferencia es que el Indec mide la línea de pobreza en función de los precios de una canasta básica totalmente manipulada. Al subestimar convenientemente el rubro alimentos, el Indec logra presentar siempre a la opinión pública informes engañosos no sólo sobre el aumento del costo de vida, sino también -lo cual es tanto más grave- sobre los niveles de pobreza e indigencia basados en el costo de la canasta familiar.
Sin embargo, hay otros parámetros que pueden ser utilizados para analizar la misma realidad social y de los cuales, paradójicamente, la fuente es oficial: nos estamos refiriendo a la información que provee la Encuesta Permanente de Hogares del Indec. Es lo que han hecho, en consecuencia, algunos especialistas, buscando, entre otros indicadores reales, la calidad de la inserción laboral, el acceso a la educación y la salud, y las condiciones de vivienda.
Según las conclusiones de un estudio difundido por SEL Consultores, de ese análisis se desprenden, entonces, dos aspectos importantes: que en la población económicamente activa (PEA) del segmento de menor ingreso per cápita (es decir, el 25 por ciento inferior) el desempleo supera el 17 por ciento, el doble que el promedio, a lo que hay que agregar otro 15 por ciento que tiene trabajo de manera intermitente, esto es, rota entre ocupaciones informales de corta duración (menos de tres meses) con etapas recurrentes de desocupación. En suma, que en la base social está todavía muy extendida una precariedad laboral extrema.
El segundo aspecto importante que destaca el estudio es que esta situación, tal cual acaba de ser descripta, ha cambiado muy poco a partir de 2007, porque desde el segundo semestre de ese año, el desempleo en el 25 por ciento inferior disminuyó menos de 2 puntos y la PEA en extrema precariedad 4 puntos. Comparado con la baja registrada entre 2003 y 2007, este descenso es marcadamente menor, con lo cual si bien no puede decirse que la inserción laboral del sector trabajador inferior está estancado, es cierto que ha mejorado muy poco.
Algo parecido ocurre si se toma como parámetro la calidad de la inserción laboral. Como la mitad del 25% de la población de menores ingresos son ocupados informales, carecen por lo tanto de protección legal, seguridad social o beneficios, como vacaciones, aguinaldo o licencia paga por enfermedad. También de acuerdo con la Encuesta Permanente de Hogares, el 85% de los asalariados sin descuentos jubilatorios (es decir, los informales) no tiene ningún beneficio.
El estudio de la consultora que dirige el economista Ernesto Kritz señala también que el 59,8% de los más pobres dependen, para su atención sanitaria, exclusivamente del hospital público, mientras que en 2007 el índice era muy similar: del 61,9 por ciento. Este dato es un indicador más de la precariedad laboral.
Otro parámetro importantísimo son las condiciones habitacionales de la población, también deficitarias para el mismo sector antes mencionado (altos índices de hacinamiento, viviendas localizadas en basurales, zonas inundables, formas precarias de acceso al agua, o carencia de cloacas). Aunque entre 2007 y 2010 se observa alguna mejoría en las condiciones habitacionales, alrededor de 2,5 millones de personas están en una situación de extrema precariedad habitacional.
Es decir que, a partir de indicadores sociales distintos de los tomados por la UCA oportunamente, se puede arribar a conclusiones parecidas. La inflación no reconocida por el gobierno nacional, que incide directamente en la canasta básica, se traslada igualmente a los otros ámbitos de la vida de los argentinos.
Podemos concluir, a partir de estos indicadores, que el núcleo duro de la pobreza no ha cedido como se esperaba. Aceptar esto y dejar de manipular las estadísticas oficiales del Indec es el camino por seguir. La política del clientelismo también ha demostrado que además de efímeros resultados no logra sino perpetuar la pobreza. Por ello, la única política que cabe, para la actual dirigencia y para cualquier otra que pudiera sucederla en el futuro, es la del sinceramiento. La sociedad toda lo agradecerá.