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La peor inseguridad

Por Chiche Gelblung.

El Indec puso título a esta nota. Yo no sabía que existía esa calificación para describir la peor expresión de la pobreza: la inseguridad alimentaria. Ésta inseguridad no se registra con cámaras. No hay denuncia policial. No hay policías investigando o corriendo delincuentes. Ésta inseguridad se siente en el estómago y sus consecuencias se arrastran a lo largo de toda la existencia. Porque la inseguridad alimentaria es la forma culta de explicar el hambre.

Hace años en uno de los primeros ensayos de Umberto Eco se describía la glotoneria clerical como “deseo inconsciente de acumulación”. Cuando pasaban por los conventos, los repartidores de vituallas (la mayor parte de corta resistencia a la pudrición) los clérigos la comían (devoraban) en pocos días y después quedaban expuestos al hambre. 

Formas diferentes en nuestra enorme legión de pobres e indigentes. Cuando se cobra el plan o la changa se compra lo que dura: arroz, polenta y fideos. La perfecta fórmula para engordar y malnutrirse. Y aquí empieza la tragedia de la inseguridad alimenticia.

En los inmesos predios del conurbano donde millones de argentinos eligen con qué única comida al día juntan las calorías y nutrientes para enfrentar la próxima jornada. Lo más fresco que suman pueden ser salchichas o hamburguesas de altísimo tenor graso. Pero ese menú escasamente cubre un mes completo. Sí alguien de la familia asiste a algún comedor o merendero traerá seguramente alguna vianda extra.

Y en medio de ésta penosa descripción aparece la emergencia alimentaria: ampliar cupos para las magras raciones y eso es todo que no es poco. 

¿Pero es posible que nadie dedique una mínima parte de esa emergencia para generar un autocultivo de emergencia?

Todos los especialistas en huertas comunitarias coinciden en que con 5 metros cuadrados  de tierra una familia podría subsistir.

En la crisis del 2001, un batallón de voluntarias y voluntarios desarrollaron mil formas de explicar el impacto positivo de las huertas comunitarias en un país en el que sobra territorio. Las experiencias europeas durante las dos guerras mundiales, la experiencia de la subsistencia que lograban los países del sudeste asiático, demuestran que millones de familias evitaron el hambre y la muerte aprendiendo sencillas formas de ser autosuficientes en materia alimenticia sin demasiado esfuerzo.
Recuerdo que en 2001 hicimos un programa de Memoria con 4 metros cuadrados de tierra y durante meses algunos técnicos del canal llevaban a sus casas los resultados de esa experiencia. Hasta ensaladas sofisticadas salían de ese tímido ensayo de huerta comunitaria. Creo que llegó el momento de que en esta emergencia los políticos convoquen en serio a los técnicos del Inta, que para esta emergencia pueden ser mejor solución que repartir partidas millonarias para que igual se mantenga trágica inseguridad alimentaria.

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