La pelota se mancha
La nueva tragedia vivida en el mundo del fútbol en el reciente fin de semana es un episodio más de una historia interminable, que entreteje aberrantes connivencias con los poderes político y sindical.
En un luctuoso incidente registrado durante el reciente fin de semana entre dos facciones de la barrabrava de Lanús, un joven de 21 años fue asesinado de un balazo en el pecho. Otras cinco personas quedaron heridas, dos de ellas de gravedad.
Las estadísticas de asesinatos perpetrados por mafias travestidas de hinchas de fútbol son actualizadas por organizaciones no gubernamentales y se está muy cerca de alcanzar la meta de las 300 muertes, sin contar los sobrevivientes con discapacidades adquiridas en las refriegas.
Algún centenar de combatientes suele pasar todos los años un breve reposo en una celda, antes de reintegrarse a las cohortes de violentos. Porque, según recuentos de la organización no gubernamental Salvemos al Fútbol, menos del 10 por ciento de los hechos con muertes tiene condena. ¿Por qué tanta impunidad, similar a la de ciertos políticos, gremialistas y funcionarios corruptos, habitantes del mismo submundo?
Cada vez que una tragedia precede o sigue a una jornada de fútbol en nuestro país, se reclama la aplicación de la exitosa experiencia de Inglaterra, que castigó duramente a los hooligans más salvajes y domesticó al resto. ¿Por qué fueron capaces de hacerlo los ingleses y somos nosotros incapaces? La mejor respuesta pertenece al experto holandés Otto Adang.
Contratado por la Subsecretaría de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos de la Nación (Subsef) para analizar el fenómeno de la violencia en el fútbol nacional, se marchó del país a los 10 días de haber llegado porque juzgó que se trataba de un problema prácticamente insoluble, por "los contactos entre barras y el poder político", y recomendó un abordaje integral de la situación.
Adang, responsable de los sistemas de seguridad de la Eurocopa, de los Juegos Olímpicos y de grandes torneos deportivos internacionales, regresó a su patria con la desconsoladora convicción de que "la solución europea en la Argentina es impracticable. Allá los hooligans estaban concentrados en grupos marginales, sin relación con el sistema. Acá, los barras están vinculados con el negocio de manera sorprendente –explicó–. Tienen pases de jugadores, manejan el merchandising en las calles, estacionamientos, venta de drogas y tienen vínculos con el poder político que asombran". Adang podría haber agregado también la connivencia con el poder sindical, que los emplea como fuerza de choque en situaciones de conflicto. "En la Argentina, el problema es mucho más grave que en el resto del mundo. Acá hay que cambiar todo el sistema".
La pregunta es quién tendrá la valentía y la decisión de hacerlo, si barrabravas, políticos y gremialistas corruptos interpretaron a su manera el mensaje de Adang, al igual que la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, que disolvió la Subsef. Mientras tanto, seguimos contando muertos.
Las estadísticas de asesinatos perpetrados por mafias travestidas de hinchas de fútbol son actualizadas por organizaciones no gubernamentales y se está muy cerca de alcanzar la meta de las 300 muertes, sin contar los sobrevivientes con discapacidades adquiridas en las refriegas.
Algún centenar de combatientes suele pasar todos los años un breve reposo en una celda, antes de reintegrarse a las cohortes de violentos. Porque, según recuentos de la organización no gubernamental Salvemos al Fútbol, menos del 10 por ciento de los hechos con muertes tiene condena. ¿Por qué tanta impunidad, similar a la de ciertos políticos, gremialistas y funcionarios corruptos, habitantes del mismo submundo?
Cada vez que una tragedia precede o sigue a una jornada de fútbol en nuestro país, se reclama la aplicación de la exitosa experiencia de Inglaterra, que castigó duramente a los hooligans más salvajes y domesticó al resto. ¿Por qué fueron capaces de hacerlo los ingleses y somos nosotros incapaces? La mejor respuesta pertenece al experto holandés Otto Adang.
Contratado por la Subsecretaría de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos de la Nación (Subsef) para analizar el fenómeno de la violencia en el fútbol nacional, se marchó del país a los 10 días de haber llegado porque juzgó que se trataba de un problema prácticamente insoluble, por "los contactos entre barras y el poder político", y recomendó un abordaje integral de la situación.
Adang, responsable de los sistemas de seguridad de la Eurocopa, de los Juegos Olímpicos y de grandes torneos deportivos internacionales, regresó a su patria con la desconsoladora convicción de que "la solución europea en la Argentina es impracticable. Allá los hooligans estaban concentrados en grupos marginales, sin relación con el sistema. Acá, los barras están vinculados con el negocio de manera sorprendente –explicó–. Tienen pases de jugadores, manejan el merchandising en las calles, estacionamientos, venta de drogas y tienen vínculos con el poder político que asombran". Adang podría haber agregado también la connivencia con el poder sindical, que los emplea como fuerza de choque en situaciones de conflicto. "En la Argentina, el problema es mucho más grave que en el resto del mundo. Acá hay que cambiar todo el sistema".
La pregunta es quién tendrá la valentía y la decisión de hacerlo, si barrabravas, políticos y gremialistas corruptos interpretaron a su manera el mensaje de Adang, al igual que la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, que disolvió la Subsef. Mientras tanto, seguimos contando muertos.