La peligrosa moda del "Laissez Faire"
* Por Ignacio Zuleta . El barrio sur anocheció con los peores pronósticos de un país sin dirigencia. Vecinos del barrio de Lugano, una mezcla de asentamientos, villas y edificios de clase media baja, salieron a la calle para hacer lo que no hacía la Policía Federal: desalojar a los ocupantes del Parque Indoamericano que amenazan con convertir el barrio en un corredor que una la villa 1-11-14 (santuario narco) con la 20, casi un feudo construido sobre la necesidad de los pobres como un dominio en el cual el Estado queda afuera.
¿Hubiera actuado igual el Gobierno nacional -que tiene las únicas fuerzas capaces de disolver ese enfrentamiento- si hubiera ocurrido en otra provincia que no fuera la gobernada por Mauricio Macri? Por muchísimo menos viajaron gendarmes, prefectos y policías a asistir al Gobierno local.
Anoche, la aparición de algunas licuadoras (las sirenas de algunos patrulleros) para mirar de lejos el tiroteo entre vecinos y ocupas era una patético testimonio de cómo la politiquería le gana a la política. El Gobierno nacional se aferró a sus consignas de siempre: mostrar a Macri como un inepto y un improvisado que no sabe administrar y ordenarle a la Policía que no reprima de ninguna forma.
Macri, por su lado, usó el mismo cálculo de las imágenes y los tiempos: sabe que si el desorden se extiende en el tiempo, es el Gobierno nacional el que termina pagando la factura. Más cuando Madres de Plaza de Mayo y hasta los voceros amigos de la TV oficial aparecieron el miércoles en un conato de rebelión ante el Gobierno por la actuación de la Policía.
El diagnóstico con el cual terminó la noche es que va ganando la batalla en su electorado y entre los contribuyentes de la Ciudad, aunque lo exhiba como un xenófobo. Mandó algunos móviles a pispear y admitió que lo único que le queda es esperar a que reaccione el Gobierno nacional, que pueda encapsular el conflicto en una zona reducida del parque y comience una negociación para el desalojo a cambio de dinero que puede costarle al fisco unos $ 10 millones.
Del otro lado, sólo silencio y burlas hacia la incapacidad de la gestión macrista para encontrar por las suyas alguna solución. ¿Querrá el Gobierno convencer a los porteños de que se perjudican si siguen votando a este Macri que no va a contar con ninguna ayuda en cualquier emergencia? Las peleas electorales habilitan cualquier recurso canalla, pero ponen en juego democrático este mensaje a los vecinos de la Capital de que mejor se busquen otro gobernante más tolerable en las próximas elecciones, porque entonces, sí, actuará la Policía en esta emergencia.
Los contradictores del gobernante porteño aprovecharon los excesos verbales de Macri para terminar de restarle apoyo ante esta emergencia en la cual el Gobierno local se decía anoche vencido. «Habló Montenegro con Randazzo para pedirle ayuda a la Nación como un hijo le pide ayuda a un padre», ilustró uno de los negociadores. El ministro le respondió que el jefe de Gabinete estaba dando una charla a jóvenes en La Plata y que, en todo caso, hablaría con la Presidente, que es tanto responsable como víctima, al igual que Macri, de esta escalada violenta que crispa, mete miedo, pone al ciudadano al borde del abismo de tener que aferrarse a un palo -o peor, a un fierro-, en cualquier barrio porteño en donde haya una plaza descuidada para proteger su seguridad y la de su familia. Es como resuelve el mercado estos conflictos cuando se ausenta, atemorizado, el Estado.
Tampoco explica nada el recurso de los opositores de Macri que lo culpan por no darles casa a los sin techos. Es como acusarlo de no remediar la pobreza, que existe aquí y en todo el mundo, y que no es justificación para tolerar los desarreglos y la violencia con el solo propósito de perjudicar a un adversario político.
Le duró poco a las dos partes el sentido de Estado: apenas se hizo pública la ocupación, Macri tuvo un entendimiento con Aníbal Fernández que duró unas horas. «Jugó bien Aníbal», se le escuchó al jefe de Gobierno. Fue cuando la Federal y la Metropolitana trataron de impedir la ocupación como saben -a los palos y a los escopetazos-. Pero los dos muertos hicieron cambiar todo. La leyenda dice que la Presidente, el martes a la noche, tuvo una rabieta con sus ministros porque le habían tirado otro muerto (dos en realidad). Mandó que se retirase cualquier ayuda, algo que se concretó el miércoles a la noche. Cuando el juez Roberto Gallardo pidió que alguna de las fuerzas nacionales rodease el parque, Prefectura y Gendarmería -dependen de Fernández y de Julio Alak, es decir, de Cristina de Kirchner-, respondieron que no estaban en condiciones de hacerlo. Apeló a la Federal, que no se ha movido salvo para la investigación de los dos homicidios y el tiroteo de anoche entre vecinos. Cristina de Kirchner, que hoy sale a la plaza con este conflicto, se atuvo al diagnóstico del filoso Julio Alak para restar intervención: no se puede actuar de oficio porque es una situación «delicada», se trata del delito de usurpación, que fue transferido a la Ciudad y debe actuar la Policía Metropolitana, que tiene 1.700 efectivos, de los cuales 1.000 vienen de fuerzas federales y saben qué hacer. ¿Por qué no actúan?, dicen desde el Gobierno.
Ayer, el Gobierno de Macri capituló y dijo que no tenía ningún recurso para enfrentar el desalojo del parque. «Si perdemos el parque, volcamos», fue la frase que salió de un ministro negociador, a quien un familiar que vive frente al parque le reprochó no haber escuchado su advertencia, hace una semana, de que estaba entrando gente al predio. Los teléfonos de los funcionarios nacionales seguían cerrados, y Macri, que en esto -como dice la embajadora Vilma Martínez- es igual o peor que Néstor Kirchner, lanzó la consigna contra los inmigrantes.
Entre los suyos había hablado de esto el martes a la noche, y los ministros le pusieron un bozal porque creyeron, con razón, que alimentaría más la bronca de sus adversarios. Ayer decidió señalar a la inmigración sin controles como una de las causas de la ocupación.
A medias admitió que su administración había descuidado ese inmenso terreno que permanecía sin rejas, sin luces, sin destino, sin vigilancia, esperando que se convirtiera de lo que no es una guerra de clase, sino una guerra de mercado, en una Ciudad en la que los emprendedores dicen que ya no quedan superficies para el negocio inmobiliario que registra una suba constante de los valores.
Esta puja de mercado descubre las entretelas de un país en crisis y su consecuencia más penosa, que es la desigualdad. Debieron hacer algo esta administración y las anteriores; no vale el reproche de que para hacerlo hubiera necesitado vigilar el parque con la Quinta Flota. ¿Acaso el parque Tays y otros predios de la Ciudad no han sido puestos en valor, enrejados iluminados y hasta adornados en beneficio de sus vecinos? ¿No merecen lo mismo otros ciudadanos de los barrios menos favorecidos?
Es fácil probar que por debajo de demandas reales en esta ocupación actúa el viejo sistema que usan capitalistas clandestinos con fondos venidos del delito para pagarle al ocupante los primeros gastos a cambio de un contradocumento cuando adquieran algún privilegio dominial. Un lote que vale hoy cero peso puede venderse en cinco años a $ 30 mil; no hay negocio, ni el narcotráfico, que rinda esos beneficios, obtenidos sobre un riesgo mínimo, porque los alimenta la necesidad inflexible de los más pobres.
Se aferró al argumento de los inmigrantes como una fuga hacia adelante ante la incapacidad de su equipo de hacer algo más que lamentarse y reconocer la incapacidad de hacer nada. Ni el gesto heroico al que se animan algunos gobernantes de aparecer en el terreno del conflicto y jugar su autoridad ante lo revoltosos. El argumento que se le atribuye a Macri es éste: «La gente que me vota a mí piensa eso de los inmigrantes, pero no se anima a decirlo, es un no-discurso que nadie admite, pero que la mayoría comparte. ¿Qué me van a acusar de derechista? Sirva otra copa, porque me dicen cosas mucho peores, como que es el culpable de la pobreza en el distrito».
Como el Kirchner que redoblaba con argumentos feístas en la guerra del campo, este Macri le encuentra al parecer un rédito en decir cosas desagradables en un país de inmigrantes, cuyos turistas se indignan cuando los frenan en el aeropuerto de Barajas.