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La Payanca, el misterio que rodea una masacre

Ocurrió en una estancia cercana a General Villegas. Mataron a seis personas. Se manejaron decenas de hipótesis. La causa se archivó

José Gianoglio se había casado muy joven con María Esther Etcheritegui . Ella, siendo poco más que una adolescente, había heredado la Estancia La Payanca, un campo ganadero ubicado en el partido de General Villegas.  Tuvieron dos hijos, Claudia y José Luis. En 1985, la tragedia golpeó por primera vez a esa familia. El hombre, según se declararía después en un juicio, habría mantenido una relación extramatrimonial con la mujer de un empleado, llamado Horacio Ortiz, quien enterado de la infidelidad, esperó a su patrón y, cuando lo vio aproximarse al galope de un zaino, lo mató a tiros.

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Ortiz fue condenado a ocho años de cárcel, aunque pasó sólo la mitad de ese tiempo en el penal de Junín. Desde ese momento, no se supo nada más de ese hombre que mató por despecho. Pero sí muchos se acordarían de aquel asesinato cuando, en mayo de 1992, la Estancia La Payanca sería noticia otra vez. Pero a diferencia del crimen de Gianoglio, en la última oportunidad el campo atraería a cientos de policías y decenas de periodistas de todo el país. Y el nombre de ese predio rural, ubicado muy cerca del pueblo Elordi, se transformaría en sinónimo de masacre.

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La masacre de La Payanca se ha convertido en uno de los grandes misterios de la historia penal argentina. Malas investigaciones, pocos recursos, o quizás complicidades, llevaron a que el séxtuple crimen quedara impune. De nada sirvieron las más de cien marchas pidiendo justicia que hicieron familiares y vecinos de Villegas durante varios años. Ni la recompensa a cambio de información que estuvo en vigencia desde el año 1998.

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En los primeros días de mayo de 1992, un vecino identificado como Alberto Zunino se presentó en la comisaría para avisar que algo extraño estaba ocurriendo. En el "camino real" había varios animales sueltos que se habían escapado de la Estancia La Payanca. Y en el campo parecía que no había nadie.  Por eso, el 8 de mayo una comisión policial entró al predio para averiguar qué había sucedido. Así se descubriría la masacre que, según dirían los forenses, había ocurrido en los últimos días de abril.

María Esther (46) estaba en el comedor de la casona cuando recibió dos tiros, uno a la altura de las costillas y el otro en la cabeza y también tenía golpes. Al caer, había arrastrado el televisor. A José Luis (22), el hijo, le habían destrozado la cabeza con un hierro, además de recibir dos tiros con un revólver calibre 38, uno en la axila y el otro, de gracia, en la nuca.

La casa había sido revuelta por completo, habían arrancado las cortinas y cortado los colchones. Parecía que buscaban algo, posiblemente dinero. Pero lo raro es que el cuerpo de la dueña del campo conservaba los anillos de oro. La otra hija de María Esther y única sobreviviente, Claudia, no vivía en el campo. Ella estaba con su marido, el actor de telenovelas Marco Estel.

La patrulla siguió buscando y encontró, cerca de un galpón, un auto Peugeot nuevo con los neumáticos pinchados y una camioneta Chevrolet. En esa construcción de chapas, hallaron el tercer cuerpo: se trataba de un hombre asesinado a golpes y balazos que, mucho tiempo después, sería identificado como Francisco Luna, un linyera a quien la dueña de la estancia le permitía dormir en ese lugar a cambio de tareas en el parque. Los policías, además, se horrorizaron con una escena que vieron en ese lugar: habían matado dos gatos y los cadáveres los habían dejado, en cruz, a metros del cuerpo del hombre.

Ese primer día de trabajo en la escena del crimen, los policías comenzaron a trabajar en una hipótesis. El actual marido de la dueña del campo, Alfredo Raúl Forte (49), los había matado a todos y había escapado con el dinero. Este hombre, que era colono, hacía un par de años que se había ido a vivir con María Esther luego de abandonar a su mujer y ocho hijos en su ciudad natal de Daireaux. Esa sospecha duró hasta la jornada siguiente, cuando regresaron los uniformados y encontraron, cerca de la tranquera, el cadáver de Forte, quien también había sido golpeado con una barra de hierro y baleado.

Cerca del cuerpo de Forte, había otro cadáver,  el de Javier Gallo (22), el tractorista del campo. El muchacho habría intentado cubrir su cuerpo con los brazos, por lo que un balazo le perforó un antebrazo y se le incrustó en un ojo. El otro tiro fue en la cabeza.

Finalmente, a unos 250 metros de allí, en el interior de un maizal, encontraron el cuerpo de Hugo Omar Reid (21), quien llevaba un mes en ese lugar haciendo trabajos de machimbrado en el casco de la estancia. Al muchacho le dieron dos tiros en la cabeza. A unos 30 metros estaba su bolso con sus cosas. Se sospecha habría intentado huir.

Las hipótesis se sucedían una tras otra. Que en el campo había una pista de aterrizaje que era usada por narcotraficantes. Una venganza contra Forte. O el robo de unos 50.000 pesos que la dueña del campo había ido a buscar por un crédito del Banco Nación. Nada prosperó. Es más, ni siquiera lo del crédito era real: "nadie en ese campo gestionó un crédito en esta entidad", informaría el banco.

El juez de Trenque Lauquen Guillermo Martín y un grupo de policías bonaerenses dieron con un dato que los llevó a la detención de cuatro hombres: José Kuhn, Carlos Fernández, Jorge Vera y Julio Yalet, quienes se conocían de frecuentar los prostíbulos de la zona de Villegas. A ellos habían llegado por el relato de un ex policía, además que una prostituta dijo haber escuchado un diálogo entre Vera y Yalet que, presuntamente, se hacían cargo de la masacre. Pero en rigor, nada de esto era cierto y siete meses después la Cámara Penal liberó a los acusados.

A más de 20 años de la "Masacre de La Payanca" el expediente duerme para siempre en los tribunales de Trenque Lauquen. Probablemente, nunca se sepa qué pudo haber desencadenado semejante cacería humana.