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La paradoja de la democracia

*Por Dante Augusto Palma. ¿Qué es lo que hace que las sociedades con crisis económica crean que son los gobiernos de derecha los mejores para salir de ella?

"Él es el puto jefe, el puto amo en esta sala."
(Joseph Guardiola)

El último domingo, como era previsible, las elecciones en España dieron como ganador al conservador Mariano Rajoy, quien se presentaba por tercera vez como candidato a presidente del gobierno español por el Partido Popular. Con un número cercano al 45 por ciento de los votos, además, su partido tendrá mayoría absoluta en el Parlamento aunque es de esperar que los medios ibéricos no hablen de "peligro de hegemonía" sino de "confianza ante la crisis".

Como sucede en las elecciones de las sociedades modernas, las razones por las que la ciudadanía se inclina por un candidato en lugar de otro son diversas, plurales y en algunos casos ininteligibles. Con todo, no se puede pasar por alto la crisis que sacude a España con la explosión de su burbuja financiera, una deuda pública que crece vertiginosamente y 5.000.000 de desempleados, en su mayoría, jóvenes. A esto se le agrega el movimiento de los indignados del 15M, lo cual no es otra cosa que el emergente de la crisis de representación política. Algo similar sucedió en la Argentina y nos lleva al menos a replantearnos los dogmas de los heraldos del bipartidismo.

En otras palabras, la crisis de 2001, no la económica, sino la política, se comprende una vez que la alianza progresista que surgía como presunta alternativa al menemismo, aplicó las mismas recetas económicas que el gobierno predecesor. Así, nuestro sistema contaba con dos partidos que supieron decepcionar y la alternancia fue sólo cuestión de nombres (a veces ni eso) pero no de políticas. En la Argentina hubo "indignados", asambleas vecinales, trueques, movimientos sociales, desazonados de a pie y distintas categorías de una fauna en la que todos compartíamos como mínimo el descontento. Sin embargo, al igual que en España, la ciudadanía se inclinó mayormente por una opción de derecha, sólo que en la Argentina la implosión de los partidos hizo que ese voto se dispersara entre Menem, López Murphy, Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió que juntos obtuvieron un 70% de los votos frente al 22% del desconocido centroizquierdismo de Kirchner, quien finalmente triunfó en segunda vuelta por abandono.

Qué es lo que hace que las sociedades con crisis económica crean que son los gobiernos de derecha los mejores para salir de ella, es una pregunta que no puedo responder salvo que se recurra a un Síndrome Colectivo de Estocolmo. Pero algunas lecciones la historia nos da pues si los socialistas en España y la Alianza en la Argentina llevaron adelante políticas neoliberales lejos de su tradición pro Estado de Bienestar, parece casi natural que pierdan credibilidad, padezcan una fuerte crisis identitaria y la ciudadanía opte por aquello que está en frente pues "el cambio" siempre goza de buena prensa. Nadie sabe por qué los humanos creemos que los cambios son buenos en sí, suponiendo que hay algo intrínsecamente superior en las renovaciones, pero, para suerte de los diseñadores de moda y de los peluqueros, somos así.

Ahora bien, en el caso de España podríamos preguntarnos si Rajoy encarna efectivamente un cambio y la respuesta es sí, pero justamente en aquellos aspectos independientes de la economía.

Hablamos, claro está, de la fuerte impronta católica que seguramente supondrá un ataque a la educación no confesional, a la despenalización del aborto, al matrimonio igualitario y a todo ese conjunto de conquistas civiles que tras una dictadura retrógrada de cuatro décadas, había ubicado a España dentro del espíritu iluminista de Europa. Pero como suele ocurrir en tiempos de crisis económica, dado que la atención está puesta en el bolsillo, es el mejor momento para apuntar contra ese tipo de leyes que sólo atañen a minorías, sean inmigrantes, pobres, mujeres u homosexuales. Eso sí, la política económica será la misma y eso no habla mal de Rajoy sino de sus antecesores, pues el PP nunca ocultó su impronta neoliberal y sus ditirambos en honor al ajuste. De aquí se puede seguir una interesante lección pues la crisis europea se cargó a varios presidentes y primeros ministros de lo cual se sigue que adecuarse a las recetas del "Consenso de Frankfurt" no garantiza la estabilidad en el poder ni mucho menos.

Así, resulta inentendible la estrategia del gobierno socialista español: aplicó los ajustes que deseaba el PP y finalmente acabó perdiendo por paliza en las elecciones. Suerte similar corrieron, en las últimas semanas, aun los "buenos alumnos", sean socialistas en Grecia o conservadores en Italia.

Pareciera así que incluso cuando el tinte ideológico es distinto, ninguno de estos gobiernos ha sabido comprender que la insaciabilidad es inherente al mercado y que no existe una racionalidad del mismo o una serie de medidas que garantice tranquilizarlo o estar a salvo de sus caprichos.

Esto nos lleva a la discusión en torno a la compatibilidad entre democracia y neoliberalismo entendido como "gobierno del mercado". Ya sabemos que los sistemas actuales en el mundo occidental combinan, a veces mejor, a veces peor, la tradición fuertemente colectivista de la democracia con el punto de vista liberal de defensa de los derechos individuales garantizados constitucionalmente. Ahora bien, estas dos tradiciones parecen haberse compatibilizado mejor en aquellas sociedades donde rige un Estado de Bienestar o donde el Estado se encuentra presente y tiene las riendas de la soberanía. Pero es justamente este modelo que parece hacerse presente en Latinoamérica el que está siendo devastado en Europa. La consecuencia de ello la sabemos bien: democracias apolitizadas, con minorías indignadas, espacios de anomia y marginalidad generalmente cercados por la represión, y políticos que, siendo elegidos en el contexto de una democracia procedimental y abúlica, acaban siendo los representantes no del pueblo sino del mercado.

Esto abre unos interesantes interrogantes que podemos pensarlos como una alternativa a lo que en cierta literatura se conoce como "paradojas de la democracia". No se trata de la discusión acerca de las democracias consensualistas o las democracias donde se asume la inevitabilidad del conflicto. Se trata de pensar hasta qué punto los sistemas democráticos en Occidente no acaban generando las condiciones para que el poder sea asumido por fuerzas capaces de atentar contra el propio sistema.

Generalmente, se habla de las paradojas de la democracia haciendo alusión a aquellos casos de Oriente Medio en los que Occidente encarga intervenciones militares para derrocar gobiernos totalitarios y exportar la democracia. Allí la paradoja radicaría en que la consecuencia de esta imposición es que la ciudadanía se pronuncia a favor de grupos fundamentalistas que buscan eternizarse en el poder o que no distinguen al Estado de la religión y, en ese sentido, son muy poco proclives al fomento de la diversidad de los ideales de vida tan propios de las sociedades occidentales. En resumidas cuentas, la paradoja de la democracia se daría en que gracias a esta llegan al poder propuestas antidemocráticas.

La pregunta es si en Europa no se está dando una paradoja análoga en la medida en que la democracia está dando lugar a la elección de representantes que están al servicio de intereses económicos que no tienen ningún compromiso con la democracia y que, de hecho, en muchos casos, han sido cómplices de gobiernos dictatoriales que han atentado contra los derechos civiles, políticos y sociales. No será una casta de religiosos que dicen ser representantes y guardianes de la verdad pero sí un sistema en el que el pueblo es el convidado de piedra a una gran puesta en escena en la que el mercado es "el puto jefe, el puto amo en esa sala". Así, tanto las democracias que Occidente impone bastante más allá de sus fronteras, como las que rigen puertas adentro, acaban siendo funcionales a la designación de representantes que desprecian el mandato popular. La diferencia está en que unos lo hacen en nombre de la religión de Alá y otros en nombre de la religión del mercado.