La nueva vida de Fabio Di Tomaso luego del éxito de Floricienta disfruta del anonimato
Nació en Canadá, se crió en Buenos Aires y fue colectivero. Como galán hace 12 años, su fama explotó hasta en Polonia.
Es quebequés, aunque se sienta más argentino que el colectivo que manejaba en los noventa, el 71 desde Villa Adelina a Plaza Once.
Nació en Quebec, Canadá, el 9 de abril de 1977, después de que su padre intentara suerte en una empresa de cantos rodados en la tierra a la que se había mudado parte de esa familia italiana. Al año los Di Tomaso abandonaron el paraíso de América del Norte por el Norte del Gran Buenos Aires, Boulogne. Calles de tierra, picados hasta que bajara el sol, trepadas a los árboles y enormes sobremesas a los gritos después de la ceremonia de la pasta.
Fabio ("b" y no "v", aunque los archivos repitan el error) fue bautizado así por Fabio Testi, un galán italiano criado en Peschiera del Garda. El arte de la actuación era ajeno a los Di Tomaso, provenientes de Abruzzo y Molise, pero con los años el actor hurgó en su árbol genealógico y unió los puntos: a fines del 1800 el abuelo ya dirigía obras en el patio de su casa en Casacalenda, Campobasso, y convocaba para sus elencos a sus paisanos.
La adolescencia encontró a este canadiense "sin vocación definida, rebelde, escuchando a Piltrafa, Violadores, Metálica y Mötley Crüe, cuestionando al mundo con pantalones negros chupín, pelo largo y un aerosol siempre a mano para escribir alguna pared".
Recibido de bachiller, primero se empleó en la línea 71, luego pasó al sector Expedición de una empresa láctea, pero "el encierro" lo consumía. "Con la excusa de estudiar Economía, arranqué en CBC en la UBA. Me acuerdo bien de una escena: un día me fui a fumar un cigarrillo al patio de la facultad y me encontré con Sebastián, amigo de toda la vida. 'No se lo dije a nadie, pero me llama la atención el teatro y no sé ni por dónde empezar', le comenté. Me dijo que le pasaba lo mismo y me fui a anotar a la Casa de la Cultura de Villa Adelina".
Mucho antes de filmar los primeros autógrafos por Padre coraje, vendió teléfonos Movicom bajo una sombrilla en Triunvirato y Monroe, cuidó la plaza de Villa Adelina y fue peón de carpintero. En televisión empezó en 1996, con dramatizaciones para el programa de Mauro Viale en América. El shock de la popularidad llegó en 2003, con Resistiré, la telenovela protagonizada por Pablo Echarri en la que Fabio encarnaba a un muchacho gay.
Hace 12 años fue el galán de Floricienta, tras la muerte de Federico Fritzenwalden (el personaje de Juan Gil Navarro). Un conde al que todavía recuerdan ex niños de Polonia, Italia e Israel: Máximo Augusto Calderón de la Hoya. Después, Vidas robadas, Dulce amor y un silencio saludable. Hace dos años su apellido volvió a los medios por una noticia dolorosa: la pérdida de un embarazo de siete meses. Su hija iba a llamarse Malvina.
-¿Nunca pensaste en nacionalizarte?
-Me olvido de mi nacionalidad. Tengo la residencia permanente. Yo me quería hacer la ciudadanía argentina, pero mi mamá me decía que esperara al sorteo de la colimba. Nunca me interesó la idea de irme y siempre me pasa que si digo que nací en Canadá, me preguntan: "¿Y qué hacés acá?". No me dio ninguna ventaja ser canadiense (se ríe). Incluso, una vez, cuando fui a filmar a Israel, me apartaron dos militares en el aeropuerto para un control: yo no sabía que muchos terroristas ingresaban con pasaporte canadiense.
-Muchos otros actores esconden sus orígenes de humildes laburantes. Vos, en cambio, reivindicás ese pasado de colectivero. ¿Qué recuerdos inmediatos tenés de esos comienzos?
-Estuve dos años, no la pasaba bien. Es un trabajo caótico, hay gente que lo hace con una sonrisa, pero no era lo mío. Tengo presente todavía el olor de lo que es un colectivo vacío, una atmósfera que conozco desde chico. Mi papá se jubiló en la 71. Ya en unas vacaciones en Córdoba, me llevaron a dar una vuelta y a los 12 años manejé un colectivo una vuelta manzana.
-Ya no viajás en colectivo...
-Sí, a veces. Lo prefiero al subte. Es mi ámbito.
-Unos años después del colectivo se dio la explosión de fama mundial con "Floricienta". ¿Cómo manejaste el paso del anonimato a esa otra vida?
-Llegué a sentirme sapo de otro pozo. Me pasa al día de hoy. Era un bicho raro. Recién en 2006 tuve representante. Tanta exposición fue difícil de aceptar y manejar. Yo no tenía esa ambición y necesité acomodar mi vida.
-Después de aquel golpe de fama bajó notablemente tu exposición. Hoy protagonizás una obra dedicada al fútbol. ¿Cómo es tu relación con ese deporte?
-Soy hincha de River. Admiré a Francescoli, al Búfalo Funes, a aquel equipo campeón de 1986. Jugué en el club Unión de Boulogne hasta que cerró y me vinieron a buscar del Da Vinci. Llegué a probarme en la octava de Tigre, pero en ese momento con el doble turno del industrial fue imposible seguir. Jugaba de cinco, a veces de ocho. Mi referente era Claudio Marangoni.
-Una gran metáfora tiene tu obra, "banco de suplentes": la espera que nunca termina en un banco de suplentes...
-Es así, una metáfora sobre el deseo, sobre las frustraciones, lo que llega de la manera que uno no quiere y cómo en una espera uno va consumiendo vida y generando vínculos. No quiero spoilear, pero hasta el famoso bidón tóxico para los rivales está presente en la historia.
-¿El precepto de ganar como sea te convence?
-A mí me gusta ganar. No a cualquier costo, pero confieso que si le ganamos a Boca con un gol con la mano lo disfruto, porque cuando hay que ser picapiedra hay que serlo. Me gusta el buen juego, pero hay momentos en los que hay que ser rústico, jugar con otras herramientas. No quiero perder partidos trabados por intentar jugar lindo. No lo hagas siempre, pero de vez en cuando, si tenés que tirarla a la tribuna, tirala.
-Llamaste a tu hijo Fidel. ¿Cuba tuvo que ver?
-El significado de su nombre, fidelidad, nos gustaba. Nos fuimos de vacaciones a Cuba, mi mujer tuvo contracciones allá y cuando le hicieron la eco dijimos, 'Fidel'. Con Castro me pasa lo mismo que con el Che Guevara.
-¿Qué te pasa?
-Es un descubrimiento casi poético. Siempre recuerdo un prólogo de Cortázar: "Nadie supo mejor que él hasta que punto lo absurdo y lo imposible serán un día la realidad de los hombres". Eso siempre me marcó una guía. Más allá de esa parte poética que tiene la revolución, no estoy inmerso en el conocimiento a pleno de cómo funcionan las cosas en Cuba. Bastante tengo con el día a día de este país tan fluctuante. Pero siempre que la búsqueda sea un bien común, sea o no comunismo, me gusta pensar que todos nos merecemos las mismas oportunidades, un trabajo digno, una vivienda digna, salud y educación pública. Esos pilares, siempre. Me da orgullo que mi hijo tenga el nombre de un líder. Lo que pasó con Malvina fue de mucho aprendizaje. Malvina fue y es muy importante en nuestra vida.
Fuente: Clarín.