La nueva cabeza de Goliat
*Por Mario Fiore. El peso político del conurbano bonaerense determina no sólo la elección de un nuevo presidente, sino también cómo se tejerá la red de pactos de gobernabilidad.
En 1946 ese ferviente antiperonista que fue Ezequiel Martínez Estrada publicó uno de sus libros insignia: La cabeza de Goliat, una serie de reflexiones y observaciones sobre la gran metrópoli argentina y cómo Buenos Aires, colmada de inmigrantes, rascacielos y nido de grandes decisiones nacionales, era la metáfora de una enfermedad -la macrocefalia: una cabeza híper desarrollada y un cuerpo lánguido- de una Argentina desequilibrada.
El pensador que cuestionó la idiosincrasia argentina como ningún otro y que se animó a vaticinar tempranamente un pre-peronismo, un peronismo y un post-peronismo como etapas de un único proceso político y cultural, no pudo vislumbrar lo que comenzó a suceder en las dos últimas décadas: un corrimiento de esa malformación, de esa gran cabeza, hacia sus contornos urbanos; la prefiguración del poder de un conurbano bonaerense que siempre existió pero que hoy más que nunca tiene un peso gravitante sobre el resto del país.
Quienes construyen alternativas al gobierno nacional están desvelados por ese conurbano que el oficialismo controla desde hace 25 años sin sobresaltos. En el seno del kirchnerismo hay férreas disputas internas sobre las estrategias para construir un poder lo suficientemente grande como para contener a todos los actores y los suficientemente rígido como para que los intereses de todos esos actores no pongan en duda la gobernabilidad.
Los partidos o distritos bonaerenses tienen hoy para el poder central más importancia política que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, a pesar de que la nueva Constitución le dio rango de provincia, ha pasado a ser escenario de la vida política, un decorado donde se toman decisiones. La voz de la ciudadanía porteña, que en general va en contra de la de los otros grandes distritos electorales (predomina el voto opositor) es poco escuchada por el Gobierno, más atento a tejer y destejer alianzas en las periferias de la Capital Federal.
La Ciudad Autónoma sigue funcionando como la plaza pública del país, donde se hacen las manifestaciones, los lanzamientos y donde las huelgas repercuten. Pero las cosas que decide por sí misma no tienen relevancia para el resto del país, más allá de la confrontación lógica de dos gobiernos de distinto orden y de distinto signo político.
Néstor Kirchner, cuando quería acicatear a Mauricio Macri le llamaba "ese intendente", no sólo porque siempre fue opositor al Gobierno sino porque la Ciudad tiene menos ciudadanos-electores que los jefes comunales de La Matanza, Tres de Febrero, Malvinas Argentinas, Lomas de Zamora, San Martín o Avellaneda, todos K.
En la concepción de la política clientelar, un dirigente vale en relación a los votos que posee, por eso la explosión demográfica del conurbano posicionó a sus caciques como factores clave del ágora política nacional. Es tan determinante este conurbano que Kirchner decidió candidatearse en 2009 como diputado bonaerense para "salvar" al Gobierno de su esposa, que venía de enfrentar una crisis política. Pero esa vez los intendentes jugaron a dos puntas y los argentinos vimos en directo cómo podían erosionar incluso a un presidente de su mismo color político y no sólo a uno radical como sucedió con Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa.
La red de micro-poder entre los caciques del conurbano es tan espesa y compleja que hay un pacto no dicho por el cual ninguno puede ser gobernador, es decir rey de los caciques. Los últimos gobernadores bonaerenses siempre salieron de la esfera nacional: Eduardo Duhalde debió ser primero vice de Carlos Menem; Carlos Ruckauff y Daniel Scioli copiaron el mismo derrotero y Felipe Solá era secretario de Agricultura del menemismo (y vicegobernador de Ruckauf).
Este 2011 pone de nuevo al conurbano bonaerense en el centro de la escena. Desde que los presidentes son elegidos por voto directo, los candidatos se concentran en recorrer los partidos, barrios, villas que rodean a la Capital Federal. Es que allí habitan 9 millones de personas, 3 veces más que en la Ciudad Autónoma, lo que equivale a la cuarta parte del país. Hasta 1994, con la nueva Constitución que permitió la reelección y estableció la doble vuelta, los presidentes eran seleccionados indirectamente, por un Colegio Electoral donde el conurbano, al pertenecer a una sola provincia, tenía menor peso específico.
"Me ganó la provincia de Buenos Aires", confesó amargado Ernesto Sanz a este diario para explicar por qué desistió de la carrera presidencial. Es que no pudo enfrentar el aparato radical de su rival, Ricardo Alfonsín, en una interna, y tampoco abordar la primaria del 14 de agosto porque Francisco De Narváez -peronista disidente- decidió apostar a Alfonsín en una alianza que está casi cerrada.
La unión de Alfonsín y De Narváez es la mejor expresión de lo determinante que es ese conurbano bonaerense para poder llegar a la Casa Rosada y a la Gobernación de la provincia. Un radical progresista se conjuga con un peronista de centro-derecha sólo para poder construir una opción electoral, aunque entre ellos las visiones de la realidad pocas veces los acerquen.
Las diferencias de Cristina Fernández con Scioli son viejas, aunque no se haya producido entre ellos una ruptura formal. La desconfianza proviene más de las encuestas que de las concepciones ideológicas puesto que el Gobernador es el segundo peronista mejor posicionado después de la Presidenta.
En la Casa Rosada saben que para ganar en primera vuelta necesitan arrasar en la Provincia y por ello ya impusieron una lista colectora que encabezará el aliado K no peronista Martín Sabbatella. Pero hay laderos presidenciales que buscan convencer a Sergio Massa, ex ministro e intendente de Tigre, para que vaya por afuera y arrastre votos a la Presidenta. Scioli tiene un ataque de nervios ya que De Narváez es su inmediato persecutor.
El riesgo es que el festival de colectoras ponga en peligro la gobernabilidad de la principal provincia, o que los intendentes, que se sienten maltratados por la Casa Rosada trabajen a desgano y la segunda vuelta electoral, que por ahora no aparece en ninguna encuesta ya que la Presidenta supera los 40 puntos de intención de votos, se transforme en una acechanza.