La nostalgia de la generación Nokia 3110: ¿hacia qué teléfono vamos?
Pocas cosas cambiaron tanto la vida en las ciudades como el teléfono y la llegada de la quinta generación es la mejor prueba de ello.
Extraído del Huffington Post
Por Javier Callejo
Los teléfonos nos envían señales. Algo que todos sabemos y que puede considerarse una perogrullada. Pero hay veces que envían señales que van más allá de las señales vinculadas con su funcionamiento mecánico.
Se trata de señales que casi adquieren la categoría de civilizatorias. De hecho, pocas cosas cambiaron tanto la vida en las ciudades como el teléfono y me estoy refiriendo a los primeros teléfonos, a los de cordón umbilical con la pared y, a través de ella, con la tierra.
Después vinieron los otros teléfonos, los que funcionan mirando al cielo. Así, cuando tenemos problemas de cobertura nos empeñamos en subir escaleras, edificios o montañas. Todo por una conexión. ¡Nuestra dignidad por una conexión! Si estás en algunas zonas rurales, todavía tenés que elegir entre la desconexión del mundo o subirte a un árbol.
En esta ocasión, la señal del teléfono llega desde el Mobile Congress 2017 de Barcelona. Lugar donde se celebran las novedades en la materia y donde el futuro deviene presente gracias a tal celebración.
Pues bien, el acontecimiento no ha sido lo último de lo último sino la recuperación de un clásico, que muchos todavía guardamos -en su versión original- en una caja, con la conciencia culpable de que retirábamos la máquina por la obsolescencia sobrevenida a partir de la invasión de los llamados teléfonos inteligentes, y no porque hubiera fallado.
No sé por cuál generación de móviles vamos. Apropiándome del lenguaje de la industria de estas máquinas de comunicar, estaríamos en la 5G, lo que traduzco por la quinta generación.
Si se admite esto, seguro que nuestro móvil vintage no pasa de la segunda. Y ello nos pone en el camino de la regresión, de que nosotros también tenemos ya varias generaciones que nos siguen. De que tal vez seamos la Generación Nokia 3110; mientras que las de nuestros hijos son esas que en unos pocos minutos de trasteo con los cacharros se hacen con el funcionamiento de aparatos, pantallas, aplicaciones y demás.
La generación N-3110 se subió al ordenador, a internet y a los teléfonos móviles, siempre con la sensación de que llegaba tarde, de estar algunos pasos por detrás. Tal vez por ello, esta generación, en sentido amplio, es la que ha llenado las aulas de las academias nocturnas o de las universidades a distancia, en una especie de ganas de recuperar un tiempo perdido, que tal vez no tuvo nunca y que, por eso, nunca pudo perder; y, especialmente, por no quedarse atrás.
Pero si la amplia repercusión del N-3110 en el Mobile Congress tiene una explicación, me parece que es la del reconocimiento de una especie de límite, de situar en la esfera pública y en su máxima expresión -el campo del consumo de bienes duraderos para la comunicación- un sentimiento privado, que no era políticamente correcto enseñar en público, de "aquí me bajo".
Es poner en el espejo de las ofertas de bienes de consumo y sus mensajes a un sector de la población que ha dicho aquí me quedo, que dice: "No quiero aprender más", no quiero saber más de nuevas aplicaciones, de nuevos lenguajes.
No acababa de dar los primeros y difíciles -para ellos- pasos en el manejo de un software, cuando ya aparecía una nueva versión que tiraba al traste la mayor parte de lo aprendido. Hartos de ponerse continuamente al día, de tenerse que renovar cada mañana, de aprender una nueva cosa.
Ya sé que todo esto de la sociedad del conocimiento implica tales esfuerzos y muchos más, que es la lógica que nos ha tocado vivir y que quien no sepa competir con estas armas está amenazado de exclusión, de quedarse fuera de juego. Véase, al respecto, la magnífica película de Ken Loach: Yo, Daniel Blake.
Pero también comprenderán que, especialmente aquellos de material machadiano que fueron educados en aulas en las que la única pantalla era esa ventana que emitía monotonía de lluvia tras los cristales, se rindan ante el placer de que sus angustias sean reconocidas, una vez más, por el mundo del consumo.