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La necesaria virtud de la prudencia política

Cuando se dan resultados electorales como los del pasado domingo, pueden ocurrir dos cosas: que la desproporción entre ganadores y perdedores aumente los resentimientos mutuos, o que el gran triunfo conduzca al oficialismo hacia una mayor tolerancia y que las oposiciones le respondan con una visión básicamente constructiva.

Aunque las elecciones presidenciales aún no se han realizado, la contundencia de los resultados de la primaria abierta, simultánea y obligatoria del domingo 14 de agosto, refuerza de modo extraordinario la presunción de que la actual Presidencia de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, tendrá la oportunidad de una re-elección. No sólo el voto hacia ella de más de la mitad de los electores, sino la diferencia de casi cuarenta puntos que la separó del segundo, indican que será muy difícil revertir los resultados de la primaria.

De seguir entonces la elección del 23 de  octubre la tendencia expresada el 14 de agosto, será tan concluyente el triunfo de la fuerza ganadora y tan dispersas las fuerzas opositoras, que se necesitará una infinita tolerancia tanto de ganadores como de perdedores para eliminar excesos de todo tipo y para contribuir al fortalecimiento del equilibrio institucional.

Es que cuando un sector político se vuelve hegemónico y los demás casi impotentes para asegurar el mínimo control republicano, es muy posible que aparezca de inmediato -como contrapeso casi natural ante la desproporción de fuerzas- una ampliación de las divisiones internas del partido gobernante y/o un revanchismo hacia los perdedores o hacia los sectores críticos ante ciertas acciones del gobierno.

En el caso argentino, además, antecedentes de estas agresiones sobran, particularmente hacia la prensa no cooptada por el Estado a la cual el actual gobierno nacional le ha dedicado intolerancias de todo tipo, negándole en la medida de sus posibilidades su papel de contrapoder o de control del poder que cumplen los medios de comunicación en todas las sociedades democráticas, para caraturarlos (tanto a las empresas como a sus periodistas) de opositores políticos o directamente enemigos del régimen, susceptibles de recibir escraches o escupitajos en muchos actos públicos de marcado cuño oficialista.

Por otro lado, si frente al sector concluyentemente triunfador se alza una oposición atomizada y dividida, las intolerancias oficiales pueden recibir su réplica, su contracara, por parte de estos mismos grupos  que sin expectativas inmediatas de poder o de gobierno, quizá exacerben su aislamiento con críticas implacables e irracionales hacia los triunfadores que los ignoran. Con lo cual se cerrará el círculo vicioso perfecto de la intolerancia total.

No obstante, con estos mismos resultados tan concluyentes, las cosas podrían ocurrir exactamente a la inversa, lo cual, a la postre redundaría no sólo en bien de oficialismo y opositores sino del sistema político todo y de la ciudadanía que lo conforma. En efecto, gobernar con más del 50% del favor popular y sin grandes fuerzas opositoras a la vista, es un resultado tan fuerte que en caso de reforzar las tendencias conciliadoras y de apertura, puede producir una sinergia política que multiplique los efectos benéficos de la acción gubernamental y su correspondiente reconocimiento popular.

Es precisamente la virtud de la prudencia política y la construcción del equilibrio institucional, lo que puede transformar a una elección de este tipo es un reforzamiento notable de la república y de la democracia. Las primeras palabras de la Presidenta de la Nación, luego del triunfo del domingo, parecen marchar en ese sentido.
 
La traducción de esas palabras en actos puede significar, sin exageración de ningún tipo, el inicio de un nuevo modo de hacer política compartido por incluso muchos más ciudadanos de los que votaron al oficialismo, mientras que la reacción contraria puede conducir a conflictos y divisiones evitables que el pueblo argentino, en su infinita mayoría, no desea ni votó.