La mujer del César
El juez de la Corte Eugenio Zaffaroni fue el centro de atención estos días debido a que en cinco propiedades suyas funcionan prostíbulos. Luego se sumó su cuenta en Suiza.
En su obra "Vida de Julio César", el célebre historiador griego Plutarco narra una anécdota sobre Pompeya, la mujer del poderoso gobernante romano. Cuenta que el caudillo Publio Claudio Pulcro se enamoró perdidamente de Pompeya, pero como no podía acercarse a ella ideó una arriesgada maniobra: se disfrazó de mujer para entrar a la fiesta de Bona Dea (Buena Diosa), un culto vedado a la participación de los hombres. Así fue que pudo entrar al palacio de César para ver a Pompeya. Pero el audaz enamorado fue descubierto por las mismas mujeres y no pudo escapar. Entonces Julio César, hombre de principios y costumbres muy estrictas, repudió públicamente a su esposa, a pesar de que estaba claro de que ella no tenía ninguna culpa en el hecho. De este episodio proviene la frase que Plutarco haría famosa en su obra: "A la mujer de César no le basta con ser honrada, sino que, además, tiene que parecerlo". En conclusión, las apariencias son tan importantes como las realidades, del mismo modo que las formas deben corresponder siempre a los contenidos. La leyenda puede aplicarse al caso del juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, que estos días fue una de las noticias centrales del país por la revelación de que al menos en 5 de sus 15 propiedades funcionan prostíbulos, según denunció la ONG La Alameda, y, luego, por la admisión propia de que tiene una cuenta en Suiza con 70.000 dólares. Dinero que, según prometió el juez, destinará a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y a las Madres de la Línea Fundadora, una vez que se le transfieran a la Argentina.
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Lo de Zaffaroni recuerda otros hechos que sacudieron la opinión pública en las últimas semanas. Por un lado, la líder de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, quedó en el centro de una polémica por las maniobras escandalosas del ex apoderado de la Fundación, Sergio Shoklender, quien de la noche a la mañana apareció con un yate, un avión, una Ferrari y propiedades a su nombre esparcidas por todos lados. Él era, casualmente, dueño del 90 por ciento de la empresa Meldorek, contratada por la Fundación de Madres para construir las viviendas del programa Sueños Compartidos. El aparato político oficialista, sin embargo, se empecinó en despegar a Bonafini de Shoklender y sus oscuros negocios, alegando que ella había sido engañada en su buena fue. Por esos días, se llevaron a cabo las pruebas de ADN de Marcela y Felipe Noble Herrera, los hijos adoptados de Ernestina Noble Herrera, dueña del grupo Clarín. Los análisis habían sido pedidos hasta el hartazgo por Abuelas de Plaza de Mayo, que preside Estela de Carlotto, quien insistía, a priori, en que los jóvenes eran altamente sospechosos de ser hijos de padres desaparecidos en la dictadura. Los resultados pedidos en primer lugar dieron negativo y, aún así, Carlotto siguió levantando el dedo acusador. Carlotto, Bonafini y Zaffaroni representan "íconos éticos" del kirchnerismo: las mujeres son los rostros del reclamo de justicia por los desaparecidos, mientras que Zaffaroni es uno de los jueces que se sumaron a la nueva Corte de Justicia y que la prestigió con su trayectoria, ciertamente impecable.
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Bastó que trascienda el caso de los prostíbulos en los departamentos del juez para que el Gobierno nacional saliera a denunciar un operativo mediático para perjudicarlo, y, con él, a la Corte Suprema de Justicia en pleno. Fue obviamente porque la oposición exigió explicaciones a Zaffaroni -al menos más convincentes que las simples admisiones de desconocimiento sobre quiénes eran sus inquilinos- y pidió que éstas se den en el Congreso de la Nación y no sólo ante sus pares de la Corte. Sin embargo, ni la prensa ni los políticos contrarios al Gobierno aludieron al máximo tribunal nacional a la hora de analizar y opinar sobre el "affaire" del juez. Zaffaroni, incluso, abonó la teoría conspirativa del oficialismo al hablar solamente con los medios adictos y rechazar todas las requisitorias de los independientes. ¿Por qué esa discriminación? ¿A qué le teme? ¿No debería ser un juez garantía de imparcialidad en un sentido amplio? Más aún, ¿no tendría que marcar una clara distancia objetiva respecto al Gobierno? Tanto Zaffaroni como Bonafini y Carlotto, cada uno con su lenguaje y modo particulares, se declararon víctimas de la prensa no oficialista. Nadie niega los pergaminos de Zaffaroni ni se le imputa algún delito concreto. El problema, a lo sumo, es de orden ético. Porque no es sólo un destacado abogado y docente, sino que integra el supremo tribunal argentino, ése del que hablan tan bien en todo el mundo. Por eso es lógico que la sociedad le exija una conducta ejemplar, que al menos tenga un control de sus bienes y de su imagen. No basta con que Zaffaroni sea honesto. Como la mujer del César, también debe parecerlo.